La primera vez que pensé en dedicarme al periodismo deportivo no valoré las consecuencias. Por entonces tenía 15-16 años y me gustaba escribir sobre el Real Madrid, nada más. No pensaba en ser un Manolo Lama, ni salir en la televisión. No pensé en lo difícil que es este mundillo, en lo que cuesta entrar, en las horas que le dedicas y que le quitas a tu familia y amigos. Pero en lo que menos pensé (y ahora me avergüenza un poco) es en qué medida iba a contribuir a la sociedad el hecho de que yo decidiera ser periodista.
Qué orgullo para unos padres que su hija sea médica o enfermera. Que trabaje en sanidad, vaya. Solo hay que verlo en esta pandemia, más imprescindibles que nunca, más sacrificados que nadie. O que sea policía, para preservar el orden y defender al débil. O abogado, para luchar contra las injusticias. O bombero, para salvar vidas. O profesora, para enseñar unos valores que te marcarán para siempre. Hasta los cajeros de supermercado (con todo el respeto) parecen (y puede que lo sean) más útiles y necesarios que nosotros.
Porque sí, informar a la gente de lo que ocurre es importante, siempre que se diga la verdad. Pero hace tiempo que la primera finalidad de este oficio ha pasado a ser la de entretener. Cueste lo que cueste. “El periodismo es lo único que les queda a aquellas personas que han fracasado en todos los oficios”, decía Mark Twain. Tantos años después, la realidad es que nos dedicamos a una profesión degradada, que vive esclavizada por la dictadura del clickbait. Vivimos unos tiempos en los que es difícil decir con orgullo que eres periodista, sobre todo deportivo. No es mi caso, y explicaré por qué.
Los medios de comunicación son grandes generadores de opinión. Son capaces de influenciar de forma masiva a individuos de cualquier edad, sexo o etnia. Si ya lo conseguían a través del papel y las ondas, imaginen desde la aparición de internet o las redes sociales. Es precisamente en esa arma de doble filo donde reside nuestra responsabilidad para con la gente que nos rodea. Es en esa ventana donde podemos alzar la voz no solo por puro ocio, también para contribuir a una sociedad mejor. Concienciar sobre la desigualdad y las injusticias, sobre problemas que a ojos de muchos ni existen porque no les ha tocado vivirlos de cerca. Hoy, día de la mujer, doy gracias de formar parte de un medio tan inclusivo como Sphera Sports, que tiene entre sus principales cometidos visibilizar el deporte femenino como pocos en este país.
En agosto de 2016 escribí ‘La culpa es de ellas’, sobre las nueve medallas que lograron nuestras deportistas en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, más de la mitad de las preseas que consiguió la delegación española. Mireia Belmonte (2), Maialen Chorraut, Carolina Marín, Lydia Valentín, Ruth Beitia, Eva Calvo y los equipos de baloncesto y gimnasia rítmica. Fue un artículo de reivindicación, porque esas medallas se consiguieron a base de sacrificio y trabajo titánicos, y con una dosis extra de sufrimiento. Belmonte estuvo a punto de no participar por lesiones en los hombros. Maialen hizo su preparación mientras cuidaba a su hija recién nacida. De Carolina se hablaba más de sus tuits de adolescente que del milagro que significaba ser la reina del bádminton mundial viniendo de un país sin licencias. Lydia ganó su medalla representando la limpieza de una halterofilia contaminada por el dopaje. Ruth Beitia se proclamó campeona con 37 años. Las cinco gimnastas, lideradas por Alejandra Quereda, acabaron lesionadas tras rozar el oro ante la invencible Rusia.
El día de la mujer. Los Juegos Olímpicos. Son momentos idóneos para hacer este tipo de artículos, pero entonces concluí con un mensaje final que llevo grabado a fuego. “No podemos darles un pedacito de gloria cada cuatro años. Les debemos un trozo cada día, durante los 365 días”. En Sphera Sports hay cabida para Julia Figueroa, Galia Dvorak, Aida Nuño, Laia Sanz, Sandra Sánchez, Guadalupe Porras, Lili y Elsa, Desirée Vila, María Pérez, Sabrina Vega, Lourdes Oyarbide, Astrid Fina, Queralt Casas, Meritxell Playà, Ana Martínez, Queralt Castellet… además de Jenni Hermoso, Nahikari García, Marta Cardona, Esther González, Amaiur Sarriegi o Raquel Peña ‘Pisco’. Algunos son nombres desconocidos para el público general. Otros son cada vez más reconocibles. Ahora las niñas quieren ser como Alexia Putellas. Es posible llenar un campo con más de 60.000 personas para ver fútbol femenino. Ona Carbonell puede aparcar sus grandes aspiraciones deportivas para ser madre. Y Serena Williams puede volver tras un embarazo y seguir siendo Serena Williams. Rompen estereotipos, desafían lo establecido y no paran hasta conseguir que respeten sus derechos. Son capaces de parar una competición para firmar un convenio colectivo, denunciar a una empresa millonaria o renunciar a un gran torneo para acabar con las desigualdades.
Escribir sobre deporte femenino te reconcilia con esta profesión. Ellas siempre lo han tenido más difícil que nadie. Nunca les han regalado nada. Y consiguen cosas que antes parecían imposibles. No es que haya que darles voz, es que lo merecen cada día. Los 365 del año. Sigamos haciéndolo.
Imagen de cabecera: Imago
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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