En el año 1996, Europa vivía una etapa de lentos pero firmes avances sociales, políticos y económicos. Apenas un lustro antes, la caída del Muro de Berlín que ponía fin a una Guerra Fría que parecía eterna y la desintegración de la URSS, dieron lugar a un panorama novedoso, donde multitud de países estrenaban independencia y el concepto de Unión Europea se engrandecía.
Por desgracia, la Guerra de los Balcanes aún latía, plagando de desdicha la antigua Yugoslavia y haciendo difícil imaginar la Europa añorada desde 1945, un territorio sin conflictos armados. Aún sin los países que habían pertenecido al territorio yugoslavo, en 1995 entraba en vigor el Acuerdo Schengen, firmado diez años antes, mediante el que toda persona que se encontrase legalmente en territorio europeo podría circular libremente por la mayoría de países, sin frontera alguna que lo impidiese. Se iniciaba una globalización que poco tardaría en tomar velocidad de vértigo y alcanzaría hasta los aspectos más cotidianos de la vida. El fútbol no se escaparía de la vorágine.
Ese mismo año, el del ecuador de la década, un desconocido futbolista belga llamado Jean-Marc Bosman que, previamente agraviado, no dudó en luchar por sus derechos y los del resto de trabajadores europeos como él, consiguió la sentencia favorable que dio lugar a la histórica Ley Bosman. A partir de la temporada 1996/97, los clubes de la Unión podrían fichar la cantidad de jugadores europeos que quisiesen, suprimiéndose asimismo las indemnizaciones por traspasos. Con ello, desaparecía el límite de cuatro foráneos por plantilla, para bien del espectáculo y de los profesionales. En lo práctico, los canteranos, a los que sería más complicado llegar al primer equipo, no las tenían todas consigo. Crecía la igualdad y con ella lo haría la competencia. Si pretendían no quedarse atrás, la preparación de los futbolistas locales no podía hacer otra cosa que mejorar. Notables consecuencias que, a corto plazo, se harían sentir en las selecciones nacionales.
Siendo par, 1996 era año plenamente futbolístico, tocaba campeonato europeo de naciones. Nada menos que Inglaterra, la madre del balón, acogería la cita.
Una segunda oportunidad
Volvía España a una Eurocopa tras quedar fuera de la disputada en Suecia cuatro años atrás, cuando la Francia de Jean-Pierre Papin acabó apeándola al derrotarla en Sevilla, en octubre de 1991. Y lo hacía de la mano del rostro más reconocible de la selección en aquella década, el entrenador Javier Clemente. En 1992, Clemente relevaría a Vicente Miera, quedando éste al mando del combinado que acabaría conquistando el oro olímpico en Barcelona y el entrenador vasco como responsable del trayecto hacia el Mundial de USA ’94.
Tras combatir la fase de grupos, se logró la clasificación de forma agónica al vencer a la campeona europea Dinamarca en el partido definitivo, con el épico testarazo de Hierro que destrozó las mallas de Peter Schmeichel. La maldición de los cuartos de final, el codazo de Tassotti a Luis Enrique visto únicamente en las repeticiones, y otros factores menos tangibles pero igual de importantes, grabaron como un triste recuerdo la eliminación de la primera selección española del técnico de Barakaldo.
Con el tiempo cumpliendo implacable su deber y digiriendo rápidamente el drama, se afrontó el nuevo reto de llegar a la Eurocopa de Inglaterra ’96 con las ilusiones otra vez intactas, tratando de conseguir allí el segundo título europeo para España, que de lograrse se sumaría al ganado hacía un cuarto de siglo: la EURO ’64 jugada en casa. En el último precedente, la Eurocopa de Alemania Federal en 1988 a la que se llegó como nación subcampeona, España había pasado con más pena que gloria, no superando la primera fase de un torneo que voló hacia los Países Bajos, con la gran última Holanda de Rinus Michels y unos Van Basten y Gullit dominadores, que arrancaron el premio de las manos a los anfitriones con una remontada que honraba a la pelota.
Lo cierto es que la del país británico sería una copa distinta, objetivamente más asequible de alcanzar pero bastante más complicada de alzar. Las selecciones participantes aumentarían por primera vez en la historia, pasando a 16 las integrantes de la fase final (divididas en cuatro grupos), doblando así las ocho que la disputaban hasta la fecha. Por otro lado, la novedosa y siempre discutida regla del gol de oro se llevaría a cabo por primera vez, permitiendo definir las prórrogas a favor del equipo que marcase primero. Controversia que, observando el desenlace del torneo, no pudo ser más trascendente.
Ideas y hombres del entrenador
Los noventa eran años en los que la espontaneidad aún era aceptada y, por tanto, muchos profesionales opinaban con franqueza. Y dentro de esa libertad de expresar ideas, de esa falta de corrección fingida, Clemente podría decirse que era un maestro. Por ello, para definir sus equipos no hay nada mejor que escuchar a él mismo, tanto antes del torneo: «Somos un equipo compacto, sin fisura. Destacamos en el juego de conjunto». Como después de la eliminación tras el partido más elaborado de los suyos: «El nivel de este equipo no está en la vistosidad, con eso no se gana. Este grupo va a seguir adelante».
El conjunto, el bloque, la solidez. Ésas son las cualidades que Clemente siempre persiguió. El talento, que suele ir parejo a la debilidad física, era para él secundario. Cuando hablaba de su «grupo de hombres», siempre se refirió a su conciencia por formar un conjunto homogéneo de futbolistas curtidos, con bagaje, potentes y que cumpliesen sus indicaciones tácticas dejándose la piel sobre el terreno de juego. Javier quería ganar. El espectáculo y las buenas sensaciones las dejaba para otros. Gustase más o menos al aficionado, era su manera de ver el fútbol y sinceramente la exponía, siendo consecuente cita tras cita.
Para la convocatoria definitiva se hicieron pruebas en varias posiciones del campo que, afortunadamente, acabaron cuajando, llenando de alternativas el equipo final. Pero siempre hubo certeza de que la columna seguiría vertebrada por jugadores que habían acudido a Estados Unidos dos años antes y en los que el entrenador confiaba ciegamente, dando relativa importancia al rendimiento en sus clubes.
A su llegada en 1992, la clara influencia de los futbolistas madridistas de finales de los ochenta que formaban el núcleo del anterior seleccionador Luis Suárez (Sanchís, Míchel, Martín Vázquez o Butragueño) pasó al eterno rival, siendo los componentes del Barça de Cruyff los que poblarían mayoritariamente las convocatorias. Todo acorde al cambio de dominio nacional y europeo entre ambos clubes. Para Clemente, poco importaba que el estilo de juego de Johan fuese diametralmente opuesto al buscado por él, siendo así que jugadores como Nadal, Sergi, Guardiola, Amor o Bakero pasaban de interpretar el toque y ataque posicional barcelonista a adaptarse al repliegue y juego directo cuando les tocaba mudar la camiseta. Mientras hubiese compromiso, habría confianza. Y en cuanto a implicación sobre el verde y voluntad para asimilar conceptos, los futbolistas españoles del Dream Team estaban doctorados.
En 1996, tras cuatro años al frente, apoyado en el ocaso del Barça y la lenta resurrección del Madrid, Clemente había variado considerablemente sus preferencias. Quizá por la mala temporada de los dos grandes o tal vez por un mayor sentido práctico o justo, la selección que acudiría al europeo estaba compuesta más que nunca por una variedad de piezas de los distintos equipos que habían realizado un buen año, menguando a un total de nueve efectivos los integrantes de los eternos rivales.
Finalmente y como se esperaba, más de la mitad de los veintidós seleccionados, un total de trece, formaron parte en el Mundial previo. Zubizarreta (34) y Cañizares (27), Alkorta (27), Abelardo (26), Hierro (28), Sergi (24), Nadal (29), Otero (27), Caminero (28), Guerrero (22) Luis Enrique (26) y Julio Salinas (33) volverían a defender los colores españoles en una fase final.
Julen Guerrero, como en USA ’94, pese a no ser titular en la mayoría de partidos seguía siendo la figura técnica, además del benjamín de la convocatoria. De aquella lista americana, el entrenador dejó en casa a un joven Guardiola que, como principal señalado de la caída y en consonancia con las ideas del vasco sobre las cualidades de sus mediocentros, fue olvidado desde la cita. Junto a él quedaron en el camino otros ilustres ya veteranos venidos a menos como Bakero, Beguiristain, Voro o Goicoetxea (éste llego a jugar cinco encuentros clasificatorios), así como los poco usados Lopetegui, Felipe y Juanele, o el multiusos defensivo Camarasa, que ese año lideró el centro de la zaga de un Valencia que acabó segundo en Liga.
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Tanto como con Camarasa, Clemente no usó a varios futbolistas que venían aportando mucho en distintas posiciones del campo de los clubes que dominaban la competición española, que en la campaña 1995/96 pasaban por ser el bicampeón Atlético de Madrid de Radomir Antic y el mismo Valencia CF, entrenador por Luis Aragonés.
Especialmente particular fue el caso de la retaguardia atlética, de cuya férrea y técnica línea de cuatro compuesta por Geli, Santi, Solozábal y Toni, ninguno llegó a ser llamado. Por contra, Juanma López (26), suplente de Geli en el lateral derecho rojiblanco y jugador número doce del equipo de Antic en un rol polifacético, fue citado sin haber sido convocado previamente, cuando Ferrer confirmó definitivamente que no podría acudir al no superar la lesión que arrastraba. López se disputaría así el carril derecho con el titular Belsué (28) y con Otero, la otra sorpresa para la misma posición que llevaba dos años sin acudir. La izquierda quedaría únicamente a manos de Sergi. «Pese a que yo pagaría por ir con la selección, Clemente tiene su bloque hecho y hace bien en mantenerlo porque le está funcionando», declararía el capitán atlético Solozábal con respecto a su eterna ausencia.
De los restantes, la pareja de Simeone en el mediocentro del campeón Juan Vizcaíno, que desde el fin de Suárez y Miera en el banquillo desapareció; Fernando, Arroyo o un pujante Mendieta como centrocampistas valencianistas; el lesionado Fran del Deportivo de la Coruña; los igualmente desahuciados Sanchís o Milla del mal Real Madrid de Valdano y su sustituto Arsenio Iglesias que acabó sexto, así como los casi juveniles Raúl e Iván de la Peña, que ya venían dominando cada partido a base de calidad pura, fueron los activos más importantes que no viajaron a Inglaterra. Precisamente estos dos últimos, junto a Roger García o el propio Santi Denia, formarían parte ese año de la selección que cayó por penaltis en la final de la EURO sub-21 en Barcelona, contra la Italia de Totti. Este éxito tampoco significaba mucho para Clemente, quien manifestó que le preocupaba la ausencia de jugadores físicos en las inferiores.
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Pese a la media de 27 años y la desconfianza en los más jóvenes, lo cierto es que Javier Clemente introdujo savia nueva en el equipo, principalmente en posiciones de ataque, formando una vanguardia de lo más atractiva que mejoraba sobremanera las alternativas disponibles en el pasado mundial. Extremos puros y verticales, medias puntas de ingenio y delanteros móviles abrían un abanico pocas veces visto en los equipos del vasco, siempre unidireccionales.
Casualidad o no, muchos de esos “novatos” habían formado parte de la campeona olímpica en Barcelona, y su progresión parecía no tener freno. Para las bandas contó con el zurdo Amavisca (24), indiscutible en el Madrid de Jorge Valdano que ganó la Liga anterior, y el habilidoso Manjarín (25) del Deportivo para la derecha. Además de Guerrero, para jugar detrás del «9» el míster apostó por uno de los mejores jugadores españoles del momento, el exquisito Kiko Narváez (24). El gaditano maravillaba con unas asistencias inimaginables, un juego de espaldas dominante y una plasticidad de movimientos que no casaban, a priori, con su metro noventa de estatura.
Las doce dianas de Alfonso Pérez (23) en su primer año bético (la 96/97 doblaría la cifra) sirvieron igualmente para que alternara ataque con los delanteros centros natos Pizzi (27), máximo artillero de la Liga con 31 tantos, y el clásico Salinas, que a sus 33 años fue trascendental con 18 goles para que el Sporting de Gijón se salvase a última hora y que, pese a su veteranía y aparente vuelta de todo, seguía siendo un hombre de quien Clemente nunca dudó, habiendo participado en seis de los diez partidos clasificatorios. Amavisca, Manjarín, Kiko y Alfonso, junto a López, se sumaban a los habituales Cañizares, Abelardo y Luis Enrique, ampliando la nómina de medallistas con respecto al pasado Mundial. El buen hacer que se inició en los JJOO de 1992 daba sus frutos a ojos de Clemente.
Las tres últimas plazas ocupadas por hombres que no estuvieron en USA ’94 fueron para el nacionalizado Donato, que contaba con 31 años y también fue de los más usados en la previa, y Guillermo Amor (28) que tomó el testigo de Bakero y Guardiola como azulgrana utilizado en el centro del campo nacional. Como tercer portero, el meritorio curso de Molina (25) le había servido para ser tenido en cuenta en lugar de un Lopetegui intrascendente en el Barça. En síntesis: mucho músculo, mucha profesionalidad y bastante talento. Y alguna que otra perilla perfilada para la cita, tan anacrónica hoy como radical entonces.
La lista quedó definida de la siguiente manera:
Porteros: Zubizarreta, Cañizares, Molina
Defensas: Belsué, López, Otero, Alkorta, Abelardo, Nadal, Sergi
Centrocampistas: Hierro, Amor, Donato, Caminero, Luís Enrique, Amavisca, Guerrero, Manjarín
Delanteros: Kiko, Alfonso, Pizzi, Salinas
El plato estaba preparado y listo para servir. Sólo quedaba poner el ventilador, sentarse a la mesa enfundado de rojo y desear más ratos de entretenimiento que de sufrimiento frente al televisor. La EURO ’96, daba comienzo.
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