Pagar 22 millones por un futbolista ya consagrado a nivel medio-alto en Serie A no refleja precisamente la política de fichajes que ha seguido la Atalanta durante las últimas temporadas. Una gestión en materia de fichajes que se han revalorizados en Bérgamo y que ha sido uno de los principales motivos que le han llevado a competir con los grandes del Calcio de tú a tú. Sin embargo, este camino, es decir, la búsqueda de un salto de calidad para pasar, por qué no, a competir por el Scudetto, pero sobre todo para instalarse definitivamente entre los cuatro primeros puestos de la Serie A, no es un camino en absoluto fácil para un club como la Dea.
No hay otra explicación, en este sentido, ni tampoco otro objetivo que ese con la flamante incorporación de Jérémie Boga. Un fichaje que sigue la senda ya iniciada con Juan Musso el pasado verano, reforzando la portería por una cantidad similar. La Atalanta tiene músculo financiero, es un club saneado, con estadio propio, una estructura perfectamente establecida y eficaz, una cantera que reporta grandes nombres y grandes beneficios, un departamento de scouting de primerísimo nivel y un proyecto deportivo, la parte más decisiva, que vive su sexto año con Gian Piero Gasperini al frente y que tiene unas certezas tácticas y estilísticas ambiciosas y totalmente definidas. Un proyecto que quiere seguir creciendo aún más, en definitiva, aunque siempre con el paso a paso perfectamente calculado que le ha caracterizado en la última década.
A pesar de ello, este curso los bergamascos han venido siendo un equipo mucho más mecánico, más rígido, menos impetuoso en sus virtudes, más mixto, mezclando fases de posesión en campo rival antes bastante ocasionales. Ha sido menos brillante en sus mecanismos ofensivos, más previsible, más fácil de defender. Le ha faltado frescura, le ha faltado especialmente el aporte técnico en los metros finales para hacer valer sus recuperaciones altas y aún no ha terminado de encontrar un sustituto técnico al Papu Gómez para el 3-4-2-1 típico de Gasperini.
Pessina es un incursor puro, un generador de espacios sin balón; Muriel ha vuelto a demostrar que como titular, al menos desde el aguante físico durante 90 minutos, se queda corto y su aportación disminuye en gran medida; Ilicic es el futbolista que, en su mejor nivel, podía darle el salto de calidad buscado, pero ha vuelto a recaer de sus problemas psicológicos; Miranchuk no ha convencido a Gasperini; Pasalic es otro llegador; y Malinovskyi es un perfil algunas veces extraño para el sistema, con soluciones para chutar desde fuera y técnica de pase para activar los costados, pero no tiene el regate, la pausa, el talento, la manera de explotar el carril intermedio para favorecer cada ataque y la superposición de piezas por delante de balón para que la Atalanta vuelva a fluir como un huracán hacia el tercio final del campo como hacía antes.
Ante ese escenario, la Dea se ha apoyado de forma excesiva sobre las virtudes físico-técnicas de Zapata para jugar de espaldas, imponerse en el choque, llevarse atrás a los centrales o caer a las bandas, de un modo similar a cómo lo hacía Lukaku en el Inter de Conte, y así activar la segunda línea y tener pegada en el área, gracias exclusivamente a él la mayor parte de las veces. Además, en un esquema basado en la presión a todo campo y un juego vertical, eran los dos mediapuntas los encargados de dotar al equipo de pausa, de calidad determinante, de una toma de decisiones que convirtiese en ocasiones de calidad su dominio territorial. Virtudes que sin el Papu y sin Ilicic y con Duván como referencia para ‘poner a jugar’ al equipo en campo rival se han disipado.
Boga llega desde el Sassuolo para paliar todas esas carencias. El internacional marfileño ha sido el indiscutible rey del regate en Serie A desde que aterrizó en Italia, con la única excepción de este curso, desmotivado y casi en el ostracismo en el Sassuolo, en el que de todas formas sigue estando en el top-3 de futbolistas que más regates completan por partido. Un especialista, uno de los mejores regateadores del mundo en las últimas temporadas sin ambages ni discusiones, un jugador capaz de extraer múltiples ventajas desde la que es, sin duda, su seña de identidad.
La Atalanta necesita el valor añadido de la creatividad individual en tres cuartos para recuperar su mejor versión. Un perfil que sepa conducir, arrastrar marcas, con iniciativa y uno contra uno. Un futbolista que sepa jugar a dos velocidades, que frene y acelere las jugadas a su antojo, un aspecto que el ex del Sassuolo domina a la perfección con su letal cambio de ritmo y arrancada. Ese ‘paro-arranco-paro’ que tanto condiciona a los defensores, sobre todo si tienen que salir de su zona o si son centrales pesados. Algo que Boga sabe explotar yéndose mucho al carril intermedio y que Gasperini le pedirá que haga, ya que la amplitud es para los carrileros.
El futbolista parisino tiene todo eso y es, por lo tanto, idóneo para cubrir las necesidades creativas de su nuevo equipo. Falta por ver su compromiso táctico para acometer la presión alta y la presión tras pérdida, que es realmente la gasolina, o mejor dicho el queroseno, del equipo de Gasperini. No es un perfil muy proclive a ello, de hecho, Roberto De Zerbi, su antiguo entrenador y casi podríamos decir que el creador de Boga como futbolista de este nivel, llegó a afirmar en su momento que “si cuando él acude a presionar lo superan sin apenas esfuerzo, para mí va a estar fuera siempre a pesar de su talento, porque nos va a hacer sufrir como colectivo”.
Boga mejoró mucho en su actitud y en su aptitud sin balón con el actual técnico del Shakhtar Donetsk pero en clave Atalanta, donde defender como bloque hacia adelante es una religión, es normal tener todavía alguna duda en este sentido, aunque Gasperini ha obrado milagros mayores y Boga podría, de todos modos, asumir el rol de Ilicic, que tampoco brilló nunca en ese sentido y era el “liberado” de esas tareas, así que por ahí no debería haber excesivos problemas.
Sus virtudes van más allá del dribbling, un arte en el que si decide encarar casi siempre tiene la certeza de superar la marca, algo totalmente anómalo para un tipo de futbolistas, los regateadores en peligro de extinción, que habitan la incertidumbre y conviven con el error varias veces por partido. Boga, que ha declarado abiertamente inspirarse en Sadio Mané, también posee una gran técnica asociativa, especialmente en la pared, que comprende y utiliza mucho también para superar marcas, que parece su misión primordial en esta vida. Además, siempre ha estado por encima del 85% de acierto de pase, unas cifras muy altas para un perfil que arriesga tanto con la pelota como él y que se enfoca casi por completo en los últimos metros.
Y tiene un fantástico primer control y buen disparo lejano, un arma siempre valiosa en equipos que atacan tanto la profundidad como la Atalanta y que generan muchas situaciones de uno contra uno y espacios para armar la pierna. Por otra parte, Boga no es un extremo para nada proclive al centro, ya que prefiere optar por el pase raso atrás desde línea de fondo, por el apoyo interior o por la acción individual en forma de disparo desde fuera o de slalom hacia el corazón del área, por lo que la doble mediapunta de la Atalanta parece un lugar perfecto para él.
Quizá lo que le falta para afirmar sin ningún temor a equivocarse que supondrá justo lo que la Atalanta está buscando es una dimensión productiva mayor. Focalizarse en Bérgamo en esa demarcación tan específica, que le permitirá moverse entre la línea lateral y la media luna con libertad cada vez que reciba la pelota, y con la mano sabia de Gasperini, que tan bien sabe crear el contexto para que sus futbolistas se inserten hacia el área, puede aumentar sus números.
Ya lo vimos en la 2019/20, en la que 10 de sus 11 tantos —su pico productivo, con mucha diferencia— llegaron en juego abierto y desde dentro del área, ya fuese tras regates y conducciones, definiendo al palo largo tras una combinación interior previa o activándose desde el lado débil en el segundo palo. Un aspecto, este último, que puede hacer que aumente, al menos a esos mismos estándares, su productividad directa en la Atalanta, que le ofrecerá un contexto experto en ese tipo de goles tras pase atrás desde la línea de fondo y de costado a costado, aunque es cierto que es un futbolista que prefiere activarse recibiendo el balón al pie.
El desembolso por Boga supone un antes y un después en el proyecto y en las aspiraciones de la Atalanta. El marfileño no es exactamente lo que firmarían como primera opción, como nombre al que entregarle su número diez, ni Inter, ni Milan, ni Juventus —los clubes con los que ahora pelea la Dea, algo que sigue siendo increíble, aunque lo hayamos normalizado—, ya que aspirarían a nombres mucho más consagrados o de mayor techo, y también queda por ver si es una pieza que baste por sí sola para marcar las diferencias respecto a los Napoli, Roma o Lazio. Dicho esto, se trata de un paso valiente y ambicioso, de un intento muy interesante y, a priori, indicado para mantener la maquinaria competitiva de la Dea al nivel de la máxima élite.
Es evidente que la exigencia del cuadro bergamasco es distinta a la de todos sus actuales rivales directos, pero se trata de una exigencia progresiva, paulatina, buscada, asumida y que no se detiene. Boga es un fichaje que va en esa línea imparable y ascendente. Siempre medida, estudiada y, hasta ahora, siempre exitosa. Tanto la Atalanta como Boga hacía tiempo que venían pidiendo un salto adelante en sus respectivas realidades, una nueva dimensión que alcanzar, en la que medir sus capacidades y que aspirar a conquistar, pero todo lo que no sea un encaje prácticamente perfecto y absolutamente recíproco será un encaje que dejará a ambos, futbolista y club, a medio camino no de lo que ya han demostrado ser —el valor de su impacto en el Calcio reciente es indiscutible—, pero sí a medio camino de lo que pretenden llegar a ser.
Imagen de cabecera: @Atalanta_BC
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