Seguramente, el abonado del Real Madrid, antes de iniciar el envite, no se esperaba ver un partido tan extraño como el de ayer en el Santiago Bernabéu. Por momentos, los anfitriones dominaron tanto que parecía que el único destino del partido era una goleada escandalosa. Los atacantes madridistas, en estado de gracia, combinaban con una velocidad inenarrable sin que los defensores ucranianos pudieran hacer nada. Es probable que en la primera media hora alguien acabara con el síndrome de Stendhal. Muchos, en sus asientos, alucinaban con la calidad de Rodrygo, los movimientos de Karim Benzema y los regates de Vinicius. Luego todo cambió.
El caso es que los de Carlo Ancelotti no acabaron de finiquitar el partido y los visitantes, que merecen todo aplauso mundial por su penosa situación, recortaron distancias. Zubkov, con una volea heterodoxa, pero muy efectiva, ajustó el resultado.
Es necesario explicar cómo viven los futbolistas que ayer casi sacan algo del estadio madridista. Lo contó Igor Jovićević, su técnico, en El País: “Vivimos en hoteles, autobuses, trenes y aviones. Yo, como entrenador, no tengo mi propia casa. Lviv es la ciudad más cercana a Polonia, pero son cuatro o cinco horas en autobús, otras dos en la aduana, el check-in en el aeropuerto y esperar al avión, que es verdad que es privado del club. Nunca tenemos día libre. Y, si jugamos mal, nadie va a decir que no tenemos casa. Lo aceptamos, es lo mínimo que le podemos dar al aficionado”. Pues estaban a un gol de igualar al campeón de Europa.
El descanso es el momento de la pausa. Cuando, tras respirar un pelín, reflexionas para entender qué está ocurriendo. Por ello, todos pensábamos que tras el asueto los españoles iban a poner una marcha más para vencer sin sufrimiento. Pues no. Si bien es cierto que los merengues no perdieron años de vida -el Shakhtar no encerró en ningún momento a la zaga blanca- el 2-1 mantuvo en vilo a todo el coliseo blanco. Salió Asensio al verde, que disparó al palo, pero la pelota no entraba. El aficionado no se lo acababa de creer: su equipo chutó 36 veces a la portería rival. El entrenador italiano, que se acordaba del batacazo del Sheriff, terminó la noche con un suspiro intranquilo. Los octavos de final ya están más cerca tras una noche extraña.
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