Al Real Madrid no le tiemblan las piernas. Le da igual el rival y el escenario. Tampoco le preocupa en exceso tener el marcador en contra ni se pone nervioso con las agujas del reloj. Sabe que siempre puede recurrir a su épica para revertir la situación. Más en la Champions League, su competición fetiche.
En el Bernabéu se medían los dos finalistas del torneo de la pasada temporada. Los blancos quisieron acercarse, pero no lograron el peligro. Dormidos, sin latido. Pasada la media hora de partido, el Dortmund aprovechó la circunstancia para atizar la portería de Courtois. Dos goles en cuatro minutos, firmados por Malen y Gittens, ponían al conjunto alemán en ventaja y le sacaban los colores a la defensa de Ancelotti.
El Madrid se marchó al vestuario con dos goles en contra, el público molesto y la necesidad de despertar a la bestia. No hubo cambios en el once y la apuesta de Carletto obtuvo recompensa. En el 60’ Mbappé puso un centro para que Rüdiger, de cabeza, redujera las distancias. Solo dos minutos más tarde, Vinicius puso el empate y, a partir de allí, empezó el espectáculo que estaban esperando en las gradas.
Lucas Vázquez hizo el tercero y Vinicius se vistió de protagonista. El brasileño, con su intratable desequilibrio rompió en pedazos todos los argumentos del equipo dirigido por Sahin. El siete marcó un hat-trick para firmar el definitivo 5-2 y dio un recital para convertirse en el hombre del partido. Apareció cuando más le necesitaban. Fue clave, diferencial y le devolvió el latido a su equipo para que, una vez más, rubricara una de esas remontadas que escapan de la lógica y explican su mayor virtud.