Suelen decir que la cultura tiene que ver con la latitud y los fusos horarios, que los procederes arritmian al este y se relajan en los trópicos. En cualquier vestuario confluyen o se estampan personalidades tan diversas que gran parte del éxito se debe al control de la temperatura, que revela en mapas de calor sobre el campo las mejores sintonías y las peores grietas de un equipo.
En Zaragoza hay un tipo que juega a -30. Capaz de bajar del rojo vivo al blanco polar en un toque de balón. Calmante del juego y de los miedos, líder sigiloso. Zorro del ártico, Francho Serrano.
Desde la cuna de la ciudad del viento, amamantado en equipos campeones que rompieron barreras históricas en una de las canteras más prolíficas, lo que le está pasando hoy lo predijeron las lunas de La Romareda. Menguantes en las derrotas, creciente en su debut. Porque desde su primera huella las siguientes han ido dibujando el recorrido de un tipo llamado a liderar la manada.
A pesar de enrolarse como volante en lugar de cómo solía en fuerzas básicas de pivote, ahora nada se explica en el juego maño sin Francho. En tiempos de bolas de fuego, de hastío por los resultados y precipicios pronunciados, él demostró que su fútbol podía burlar los incendios, esquivar las caídas y reagrupar los espíritus.
Garante del fútbol sencillo de los pocos toques y las pocas prisas. Evita la precipitación con una previsión y una calidad en el pase que siempre agradece el compañero mejor ubicado. No el más cercano, sino el que mayor posibilidad tiene de sacar ventaja. Su primer control es maestro y abre todas las puertas, incluso la de alguna conducción que por viveza le amplia el catálogo.
Todo ello en medio de tiempos revueltos, con tendencia a la quemazón. De temperaturas calientes por los peligros y los egos. Francho juega en su burbuja, bajo cero, aislado de las llamas. Es la salvación cuando la pelota quema, cuando el compañero duda. Zorro, líder y bandera del Real Zaragoza que llega.
Imagen de cabecera: Real Zaragoza