Ya lo decía el tristemente desaparecido Andrés Montes: “La vida puede ser maravillosa”. Bajo ningún concepto queremos creer que dicha frase no pueda ser cierta, a menos claro está, de que en nuestro círculo de seres queridos conozcamos de primera mano el caso de algún conocido, amigo o familiar que sufre alguna situación dolorosa, lo cual convierte tal afirmación en un simple juego de palabras de aquellos a los que damos poca o ninguna credibilidad.
Hoy en día los motivos por los cuales la vida puede tornarse en una pesadilla son muchos y muy variados. Problemas económicos o problemas de salud pueden convertir una vida placentera en un auténtico tormento, afectando en muchos casos a personas que en ningún momento cometieron errores como para recibir tal castigo.
Centrándonos en la salud, la enfermedad considerada como la lacra del siglo XXI es sin duda el cáncer. Con total probabilidad todos y cada uno de nosotros conocemos con mayor o menor proximidad a una persona que haya padecido o padezca una dolencia de tal gravedad, una enfermedad que no distingue sexos, razas ni edades. Un proyecto de epidemia que afecta en la gran mayoría de los casos a personas que, sin haber cometido actos que lo justifiquen, han recibido un castigo tan doloroso como gratuito.
La historia de Terry Fox resulta doblemente conmovedora. Por una parte por la aberrante situación que debe pasar un joven de tan solo 19 años al que le es diagnosticado un cáncer de difícil tratamiento. Y en segundo lugar por la reacción de una persona que lejos de venirse abajo saca a relucir un carácter ganador que lo convierte en héroe de la noche a la mañana ante todo un país atónito.
Terrance Stanley Fox nació en la ciudad canadiense de Winnipeg un 28 de julio de 1958. Durante su infancia y adolescencia fue un chico corriente, con unas buenas facultades físicas para practicar deportes de todo tipo, desarrollando una alta competitividad en todo lo que hacía que lo convirtió en un luchador nato. Con frecuencia disputaba partidos de fútbol, rugby y béisbol, pero la práctica deportiva de la que Terry fue un auténtico fanático fue el baloncesto. A pesar de ser bajito logró formar parte del equipo de la Mary Hill Junior High School, instituto donde estudió, sacando a relucir una perseverancia que más adelante resultaría fundamental para que el nombre de Terry Fox quedara grabado en la mente de todos y cada uno de los ciudadanos canadienses.
Terminada la enseñanza secundaria el joven tenía muy claro su futuro. Su pasión por el deporte le llevó a matricularse en la Universidad Simon Fraser con el propósito de estudiar kinesiología, para más tarde poder convertirse en profesor de educación física. Pero en 1977, a la temprana edad de 19 años, la vida de Terry se truncó por completo. Tras un accidente de tráfico donde la pierna derecha del joven recibió un fuerte golpe, los dolores que este padecía en la zona afectada lejos de remitir fueron aumentando en intensidad. Alarmado por la situación acudió al hospital más cercano en busca de una solución, recibiendo un diagnóstico estremecedor; Terry padecía un osteosarcoma (cáncer óseo) en su pierna, una grave enfermedad que tan solo ofrecía una única posibilidad de salvación que pasaba por la amputación del miembro afectado.
El equipo de doctores explicó a Terry que amputando la extremidad tendría un 50% de probabilidades de sobrevivir, un porcentaje que gracias a los avances médicos se había incrementado ostensiblemente, puesto que años atrás era tan solo de un 15%. Este dato llenó al joven de fuerza y esperanza, pero más allá de mejorar su estado de ánimo dicha estadística iluminó también a nuestro protagonista, animándolo a recaudar fondos para luchar contra la enfermedad.
Tres semanas después de la intervención y con la ayuda de una prótesis Terry Fox volvió a caminar. Un mes más tarde comenzó a practicar deportes de una exigencia física menor, como el pitch and putt, dejando atónitos a sus médicos ante la actitud positiva del joven. Tras 16 meses en los que recibió sesiones de quimioterapia, un periodo de tiempo durante el que Terry compartió múltiples horas con otros enfermos de cáncer, fue dado de alta, dispuesto a hacer algo para que en el futuro las personas que sufrieran su misma suerte tuvieran todavía mayores probabilidades de salir victoriosos de su lucha.
La noche anterior a la amputación, el entrenador de baloncesto de Terry le entregó un artículo sobre Dick Traum, el primer amputado que en 1976 logró completar la Maratón de Nueva York. A raíz de aquella lectura el joven tuvo muy claro de qué manera intentaría recaudar fondos para la lucha contra el cáncer. Con la ayuda de una prótesis adaptada para realizar carreras de larga distancia Terry Fox inició un severo plan de entrenamiento que duró nada más y nada menos que 14 meses. Tras el colosal esfuerzo tomó parte en la Maratón de Prince George (Columbia Británica), logrando terminar la prueba en última posición, cruzando la meta entre las lágrimas y los aplausos de los propios participantes y del público.
Compartiendo la felicidad de aquel momento junto a su familia, Terry decidió contar a sus más allegados su propósito, un objetivo que tan solo podía ser fruto del coraje o de la locura. Terrance Stanley Fox estaba decidido a correr a lo largo del segundo país más grande del mundo en busca de dinero con el que combatir el cáncer, recorriendo los cerca de 8.000 kilómetros que separan los dos extremos más alejados de Canadá en busca de donaciones.
A pesar de que los padres de Terry no eran partidarios de la idea, creyendo que la salud del chico se vería enormemente perjudicada, el joven había tomado una decisión firme, convenciendo a su mejor amigo para que lo acompañara en la travesía con una furgoneta en busca de lograr que cada uno de los 24 millones de habitantes que tenía el país en aquel momento donara un dólar para la causa.
Después de meses de entrenamiento, el 12 de abril de 1980 Terry Fox tomó la salida de la denominada “Maratón de la esperanza”, sin apenas reacción por parte de la prensa recorrió a diario cerca de 42 kilómetros, una auténtica proeza que comenzó a llamar la atención de todo aquel que fue descubriendo la historia del chico.
Terry no descansaba ningún día, comenzaba a correr antes de que amaneciera, cubría su objetivo a lo largo de la mañana y media tarde, y dedicaba el resto del tiempo a reponer fuerzas para la dura batalla del día siguiente. Algo desalentado debido a la poca repercusión que parecía haber tenido su aventura en los medios de comunicación llegó a Port aux Basques (Terranova), donde miles de personas lo recibieron con aplausos y gritos de ánimo, y con una donación por valor de 10.000 dólares canadienses, uno por cada habitante de la ciudad. Fue el empujón que Terry necesitaba, ya nada podría pararle.
Nueva Escocia, Quebec, Montreal… las ciudades fueron sucediéndose, y en todas y cada una de ellas las recepciones multitudinarias y las generosas donaciones regeneraban el maltrecho físico de un joven cada vez más convencido de llevar a cabo su proeza.
Pero la suerte volvió a ser esquiva para Terry, aquejado de lo que parecía ser un fuerte resfriado su mejor amigo decidió llevarlo a un hospital, donde los médicos encontraron algo mucho más nocivo que una pequeña pulmonía. El cáncer se había reproducido afectando a los pulmones del chico, un duro golpe para el joven y para todo un país que quedó conmocionado; 143 días y 5.373 kilómetros después, Terry Fox debía dejar de correr.
Canadá se volcó con su ciudadano más querido, organizando todo tipo de eventos benéficos con los que continuar con su causa, llegando a recaudar más de 10 millones de dólares canadienses destinados a investigar la enfermedad que amenazaba con llevarse al chico que todos admiraban.
A pesar de que Terry combatió su mal durante cerca de un año finalmente no pudo hacerle frente por más tiempo, falleciendo el 28 de junio de 1981 a la temprana edad de 22 años. Su legado resulta inacabable tanto social como económicamente, dado que con su nombre han sido bautizados edificios, parques y carreteras de todo el país. Multitud de pruebas atléticas nacieron a raíz de su hazaña, siendo la “Carrera Terry Fox” la más destacada, llevándose a cabo desde 1981 hasta día de hoy en más de 60 países y mediante la cual se han recaudado a lo largo de décadas cerca de 600 millones de dólares canadienses.
La vida puede ser maravillosa. Puede demostrarnos que el coraje de algunos seres humanos no conoce límites, con historias de superación que nos ponen la piel de gallina. Pero también puede ser cruel y mezquina, llenándonos de impotencia ante casos en los que la injusticia resulta ser el factor determinante. La vida y las frases de Terry Fox muestran las dos caras de la moneda: “Compartí muchas horas con otros enfermos como yo, contemplé rostros que exhibían sonrisas valientes y otros que habían renunciado a sonreír. Presencié sentimientos de negación esperanzada y sentimientos de desesperación. Aunque yo estuviera curado no podía marcharme de allí sabiendo que esos rostros y esos sentimientos seguirían existiendo. El sufrimiento tiene que detenerse en algún lugar, y yo estaba decidido a llegar al límite por esa causa”.
Imagen de cabecera: Bruno Favero
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