Recientemente se creó el debate
de la influencia de Guardiola en la Selección de Inglaterra. Se argumenta su
conexión con los campeones del mundo, que pudo suceder de nuevo por tercera vez
consecutiva tras la victoria de España y Alemania, si los británicos hubieran
alcanzado el pase a la final. Sin embargo, la realidad del estilo y de la
pizarra de Southgate interpreta algo distinto. Un debate de diversas opiniones,
y del cual hay una única certeza en base a todo el bagaje táctico del de Santpedor,
aunque ésta tenga que ver mucho o nada con las victorias del conjunto inglés.
Un altísimo porcentaje de futbolistas que mejoran bajo la capacidad del técnico
que ahora dirige el Manchester City y que ha dejado huella en todo su recorrido
profesional. No necesariamente hay que ojear entre las elásticas de los tres
leones para hallar un jugador potenciado por la manera en que contemplan el
fútbol los ojos de Pep. Kevin De Bruyne es uno de aquellos futbolistas que ha
evolucionado de manera notable.
“Guardiola me ha hecho entender
el fútbol de una manera más sencilla”. Un proceso de adaptación que concluye
con la comprensión de la fluidez y la naturalidad del juego. Más alejado de la
zona de tres cuartos, el belga ha pasado a asumir la responsabilidad de
repartir juego junto a Silva, se ha adaptado al movimiento en la zona más
poblada y a la exigencia de recorrer más kilómetros. Algo que ha aprovechado
Roberto Martínez, una referencia de los banquillos de este Mundial. Por sus
estrategias, por su lectura a cada uno de sus rivales y por impregnar de
convicción a unos jugadores que poseían suficientes cualidades para dar un paso
al frente y empezar a creer en sus posibilidades.
De Bruyne y Hazard tomaron el
mando de Los Diablos Rojos para liderar a su selección en el verde. La
combinación de la inteligencia y la visión de juego de Kevin fusionada junto a
la clase y personalidad de Eden. El siete de Bélgica, con su aniñado rosto, se
ofreció constantemente a hacer trastadas. Con una sonrisa traviesa, fue lo
suficientemente descarado para pasearse y provocar con su juguete por distintos
sectores del terreno de juego.
Tenemos que hablar de Kevin, de
su participación, de su insistencia por pedir el esférico, por romper líneas
con su mente antes de hacerlo con el balón. No es casual cómo organiza, genera
y conduce, creando espacios. Tampoco lo es que aterrizara en Rusia siendo el
mayor asistente de la competición doméstica, y que su etiqueta de pasador sea
exquisita. Cuando un jugador es extraordinario, todo fluye. Tenemos que hablar
de Kevin como un jugador completo como pocos.
Un ajuste táctico en la banda de
los Bleus en el segundo acto terminó con el peligro de los belgas. El balón parado, de nuevo, tan
protagonista en este Mundial, rompió las ilusiones de una selección que
aspiraba, a través de su versatilidad y ambición, con hacer historia en el
torneo más bello del escenario balompédico.
Dicen que los trenes que nos
conducen al éxito pasan una vez en la vida. Que las decisiones hay que tomarlas
siendo conscientes de ello, y que hay que coger el equipaje sin mirar atrás.
Por suerte, parece que el fútbol quiere llevarle la contraria a esa única vez.
Posiblemente pueda prestarse a dar más oportunidades para alcanzar ese anhelado
viaje. Probablemente el cuero tenga guardada otra ocasión para, como mínimo,
volver a intentarlo. Una nueva cita donde el belga pueda mostrar de nuevo que
es un jugador extraordinario. Mientras tanto, podremos seguir hablando de él y
él hablarnos con el balón en sus pies. Mientras tanto, podremos seguir hablando
de Kevin.
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