La pasada semana se cumplieron cinco años de uno de esos días en que el fútbol se paró de golpe. El 10 de noviembre de 2009, el meta internacional alemán Robert Enke decidió quitarse la vida y arrojarse a un paso a nivel. El planeta se paralizó, conmocionado. Nadie alcanzaba a entender cómo el portero que solo dos días antes había defendido como cada domingo desde hacía cinco años la meta del Hannover 96, y que se perfilaba como el titular de la Mannschaft para el Mundial de Sudáfrica había podido hacer algo así. Menos aún en Alemania, tierra de triunfadores. Pero como todo en esta vida, nada sucede por casualidad. Y la decisión de Enke no iba a ser la excepción.
Robert Enke nació un 24 de agosto de 1977 en la ciudad de Jena, centro cultural de Alemania. Como muchos otros niños, creció pateando un balón. Su pasión era el fútbol, y desde bien pequeño comenzó a jugar en el equipo de su barrio, el SV Jenapharm, donde a los 9 años le ocurrió una de esas cosas que marcarían su vida. El portero de su equipo emigró a Rusia, y su entrenador decidió probar al bueno de Robert bajo palos. Y fue todo un descubrimiento. Valiente, sin miedo al balón, y con unos reflejos extraordinarios, Enke encontró su sitio, y sus habilidades no pasaron desapercibidas para el club más grande de su ciudad, el FC Carl Zeiss Jena, que decidió incorporarle, y con el que con solo dieciocho años debutó en la segunda división alemana un 11 de noviembre de 1995, curiosamente ante el filial del club en el que una década después viviría sus mejores años bajo palos, el Hannover 96.
Como buen alemán, Enke era un chico perseverante y sacrificado. Lo daba todo para ser el mejor, y odiaba fallar. Más que nada en el mundo. En su segundo partido en el Carl Zeiss Jena, marró al blocar un balón en una acción que terminaría en gol y estuvo una semana sin salir de casa. El fin de semana siguiente, encajó un tanto y suplicó entre lágrimas a su entrenador que le sacase del campo. Apenas había cumplido la mayoría de edad, pero ya era un asiduo en las convocatorias de Alemania en categorías inferiores, y su exigencia consigo mismo ya era más que tamaña. La temporada siguiente dio el salto a la Bundesliga de la mano del Borussia de Mönchengladbach. Allí, tras dos años a la sombra de la leyenda local Uwe Kamps, y preparándose en el segundo equipo y la selección alemana sub-21, debutó en la máxima categoría del fútbol alemán un 15 de agosto de 1998 ante el Schalke 04. Su equipo ganó 3-0, y la gran actuación de Enke le hizo ganarse la confianza de su entrenador, que le mantendría en liza el resto de la temporada. En solo un partido, el joven meta había logrado una proeza que no había logrado nadie en doce años: relegar al banquillo a Kamps.
Sus grandes actuaciones llevaron al portero en el verano de 1999 a la primera línea del escaparate mundial. Con 21 años, Alemania le convocó para la Copa Confederaciones y los grandes clubes se le rifaban. Fue el Benfica quien se llevó el gato al agua. Para Enke, todo aquello era nuevo. Acostumbrado a llevar una vida tranquila, alejada de las cámaras, y compartida con su novia de toda la vida, Teresa, el furor que desató su fichaje le pilló desprevenido, y el joven guardameta sufrió un fuerte ataque de pánico. Quería estar a la altura, demostrar al mundo entero que su nuevo club no se había equivocado. Y vaya si lo hizo. Pronto se ganó a la grada, se hizo con la capitanía del club lisboeta y se convirtió en uno de los grandes porteros del panorama internacional.
Y en el verano de 2002, le llegó la gran oportunidad de su vida. El todopoderoso Fútbol Club Barcelona, en plena regeneración para contrarrestar al Real Madrid de los Galácticos, puso sus miras en él para que se hiciese dueño y señor de su portería. Enke abandonó Lisboa y se aventuró en un sueño que no tardaría en tornarse en pesadilla, cuando el miércoles 14 de agosto de 2002, en la previa de clasificación para la Champions League, el por entonces técnico culé, Louis Van Gaal, confió la titularidad en el marco a un jovencísimo Víctor Valdés, que con veinte años partía como el tercer portero del bloque tras el propio Enke y el argentino Roberto Bonano.
Esa decisión, cuanto menos controvertida, asestó un duro golpe a la moral del meta alemán. “¿Por qué? ¿Cómo es posible que confíe en un chico de veinte años antes que en mí? ¿Qué estoy haciendo mal?”, se preguntaba. Valdés se hizo un fijo bajo palos, aunque solo un mes después de aquello, el 11 de septiembre en primera ronda Copa del Rey, a Enke le llegó la ocasión de demostrar su valía. El Barcelona viajaba a Alicante para jugar ante el Novelda, colista del Grupo III de Segunda B, y el portero germano partía como titular. Aunque su tez reflejaba de todo menos que estaba a punto de cumplir el sueño que tienen millones de personas en el mundo. Al contrario, su semblante era serio, taciturno, puro nervio. “Si lo hago bien, será lo normal, pero si lo hago mal, me marcarán para siempre. Haga lo que haga, hoy solo pierdo yo”, se repetía en su cabeza una y otra vez. Y aquella noche, el Novelda, con hattrick de su espigado delantero Madrigal, logró la proeza y humilló al Barça derrotándole por 3-2. Apenas llevaba dos meses en Barcelona, y los ánimos de Enke ya estaban hechos trizas. Más todavía cuando tras el partido, su compañero, capitán aquel día y ahora técnico del Ajax Frank de Boer le criticó abiertamente en rueda de prensa. Van Gaal no volvió a dirigirle la palabra en todo el año. Tampoco lo hizo Antic, que relevó al holandés en enero, y poco a poco fue incluso cayéndose de las convocatorias en beneficio de un Bonano que fue lo más parecido a un amigo que tuvo en Barcelona.
Así terminó la temporada, y al año siguiente fue cedido al Fenerbahçe turco como parte del traspaso del meta Rustu Recber al Barça. Enke estaba destozado. Sentía haber fallado y desperdiciado su gran oportunidad de triunfar. No levantaba cabeza, pero en su primer partido con su nuevo club partió de inicio. El Fener debutaba en liga en casa frente al débil Istanbulspor, y lo hacía perdiendo por 0-3. La grada decidió entonces tomarla con el portero alemán. Mecheros, insultos y toda clase de improperios y enseres se abalanzaron contra él, que decidió cortar de raíz su cesión y volver de inmediato a Barcelona, aún a sabiendas de que no podría jugar para ningún otro club hasta el mercado de invierno. En un año, había pasado de héroe en Benfica a exiliado en Barcelona. Se entrenaba en solitario, cabizbajo. “He vuelto a fallar. Una vez más”, se decía para sí. Y es que la procesión la llevaba por dentro.
En enero, le llegó la oportunidad de marcharse a préstamo al Tenerife, de la Segunda División. Tras mucho tiempo meditándolo, a última hora de mercado decidió aceptar la oferta. Y no se equivocó. En Canarias volvió a sentirse futbolista. Pronto se ganó un hueco bajo palos, la grada le arropaba y recuperó su cartel. De nuevo se notaba importante, y en junio decidió volver a su país natal y firmar por el Hannover 96. Estaba a punto de nacer su hija Lara, que vino al mundo con una malformación en el corazón, y la familia Enke quería empezar una nueva vida.
Poco tardaría en convertirse en fundamental en su nuevo club. Desde que llegó se hizo con la titularidad, y en su primera temporada en Hannover se llevó el premio al Mejor Portero de la Bundesliga. Todo iba sobre ruedas en su nueva ciudad, hasta que el 17 de septiembre de 2006, cuatro años y cinco días después de su funesto debut con el Barça, el corazón de su hija Lara dejó de latir. La pequeña había sido víctima de cuatro cirugías desde su nacimiento, y aquella noche el portero hacía noche con ella en el hospital. Le despertaron los gritos de las enfermeras tratando sin éxito de reanimar a su hija. Como no podía ser de otro modo, el meta se lo volvió a tomar como algo personal. Ahora sentía haber fracasado como padre.
Pero, ayudado por el psiquiatra al que acudía en silencio desde hacía ya muchos años, Valentin Makser, Enke se refugió en Teresa y en el fútbol para tratar de superar la desgracia de su hija. No quedaba otra que ser fuerte y seguir. Seis días después, el portero estaba de nuevo defendiendo la meta del Hannover, donde cada día era más importante. Al año siguiente fue elegido capitán por sus compañeros y debutó con su selección ante Dinamarca. En 2008 formó parte del elenco teutón al que aquel gol de Fernando Torres privo de llevarse la Eurocopa de Austria y Suiza, y la siguiente temporada volvió a ser elegido como Mejor Portero de la Bundesliga. Ídolo en Hannover, estaba en todas las quinielas para ser el portero titular de la Mannschaft en el Mundial de Sudáfrica 2010. Acababa incluso de adoptar una niña, Leila. Todo parecía haberse solucionado. Parecía.
En septiembre de 2009, una extraña infección vírica (que luego se sabría que no habría sido tal, sino una nueva recaída de su depresión, que Enke nunca quiso hacer pública) le apartó de los terrenos de juego durante dos meses. A su vuelta, a finales de octubre, Low hizo oficial la lista de jugadores convocados con Alemania para los amistosos ante Chile y Costa de Marfil. Al portero le sorprendió mucho no verse en ella, y no asoció su ausencia a su lesión. La mañana del 10 de noviembre, horas después de volver de una exposición de arte en Hannover, el meta dejó la granja en la que vivía en la pequeña localidad de Empede. Teresa se quedó tranquila. Era la que más sabía de los problemas emocionales de su marido, pero el hecho de hubiese llamado a su psiquiatra para informarle de que estaba bien y de que estuviese entrenando no le inquietaba ni lo más mínimo. Porque eso le había dicho Robert, que se había ido a entrenar. Aunque lo que ella no sabía era que el Hannover aquel día descansaba, y que esa mañana fue la última vez que vería a su marido con vida.
En torno a las 18:30 de aquella tarde el coche de Robert Enke, sin cerrar y con la cartera en el asiento delantero derecho fue hallado a solo unos metros de un paso a nivel en Neustadt, a cinco kilómetros de su casa. El portero había caminado unos cien metros por las vías del tren hasta ser arrollado a las 18:17 por el Regional Express número 4427 que cubría el trayecto Bremen-Hannover. Hizo añicos su vida a dos kilómetros de donde yacía desde hacía tres años el cuerpo de su pequeña Lara. Al día siguiente se cumplían once años de su debut en el fútbol profesional.
Marcado por su extrema exigencia consigo mismo y culpándose a sí mismo por sus humanos (para él, imperdonables) errores, sus nefastas experiencias en Barcelona y Estambul, y el fallecimiento de su hija, Enke, amante de los animales, se quitó la vida martirizado por una depresión que le perseguía desde hacía casi diez años, pero que el mundo conoció de boca de su viuda al día siguiente de su muerte. Lo tenía todo: una profesión inmejorable, dinero, salud, familia, amigos, y opciones más que reales de defender a su patria en la Copa del Mundo. Pero sus taras habían engullido a sus virtudes. Su constante temor al fracaso prevaleció sobre sus ganas de seguir viviendo, y decidió llevar a la práctica el acto más cobarde, pero a la vez más valiente, que un ser humano puede cometer.
Fotografías: Getty Images
Madrid, 1992. Periodismo y Comunicación Audiovisual. Escribo en el Diario MARCA. También Deporte de Alcorcón y el periódico 'Al Toque'. Premier League y Southampton FC en Sphera Sports. La verdadera historia está en lo que no se ve.
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