Alejandro CENTELLAS – El Madrid agradeció la visita de Osasuna. Entre medias de una semifinal europea de alcurnia, lo mejor que le podía pasar al conjunto blanco era recibir a un equipo sencillo sobre el papel, que en su casa afila los cuchillos con los grandes pero a domicilio se desvanece en su propia osadía. Los jugadores del Madrid lo sabían, del mismo modo que sabían que un esfuerzo de más hoy supone un esfuerzo de menos el martes. Y los árboles incendiados no se apagan sin esfuerzo.
El Osasuna entró al partido valiente, buscando al Madrid en su campo, luchando contra lo inevitable. Javi Gracia pensó que cambiando la tónica general de quienes visitan el Bernabéu al Madrid le iba a entrar los dolores de estómago, que iba a recibir la sorpresa cavando su propia tumba. Esfuerzos loables que terminaron con el severo castigo de Cristiano Ronaldo. Al contrario de sus compañeros, para el portugués ese esfuerzo de más era la vindicación de un estado de forma saludable, la garantía de que todo está listo para el envite alemán; así, el de Madeira destrozó al Osasuna de forma inapelable. El disparo desde fuera del área dibujó un trazo tan impredecible que Andrés Fernández se tiró por instinto, confiando en que el balón chocara en su trayectoria con su cuerpo más que intentar atraparlo. La resignación del fusilado. Mientras, el Osasuna seguía luchando contra el destino en algunas jugadas aisladas, impulsos de feroz batallador que es la esencia del equipo rojillo. Todo en vano, en parte por el gran partido de Varane y, sobre todo, de Sergio Ramos, que hizo de todo y no le faltó de nada: inquebrantable en defensa y alegre en ataque.
La mejor noticia al descanso para el Osasuna fue el marcador. Un gol en el Bernabéu es tan poco que hasta ir perdiendo es esperanzador cuando la diferencia es tan estrecha. Y como un calco de la primera mitad, el guion se desarrolló como una secuencia matemática: ataque de orgullo rojillo, control del balón del Madrid posterior y latigazo de Cristiano por último. Otro disparo, esta vez con trayectoria distinta, de abajo a arriba, con una agresividad que asustó a Andrés Fernández. De nuevo, como un instinto saltó a por el balón, para soñar atraparlo, para sentir la brisa del cañonazo o para salir en la foto. Golazo y catapulta al Osasuna. Partido cerrado con un largo camino hasta el final. El Madrid pudo entonces consumar su relajación y pensar en el bosque ardiente de Munich, guardar jugadores y sprints. El Osasuna también cedió, desconectó neuronas y comenzó la retahíla de cambios, en uno y otro equipo, para no desgastar neumáticos de forma innecesaria. Había que continuar el partido para cumplir con la norma; por lo demás, nadie pensó en el presente.
Con un equipo visitante desolado, el Madrid volvió a marcar en dos ocasiones por inercia. En una de ellas Sergio Ramos, perentorio en cada faceta del juego, partido impulto del de Camas, consiguió el propósito. Di María envió un centro con escuadra y cartabón a la carrera de Ramos y en vuelo rasante. El remate del sevillano no desmereció la obra del “fideo”. El cuarto, obra de Carvajal, fue de idéntico desarrollo pero con una sutil diferencia en el final. Isco repitió el método de Di María en el gol de Ramos y puso un balón medido a la cabeza y carrera de Carvajal, que salvó la salida de Andrés con una vaselina de cabeza. El bajito definiendo de cabeza con maestría; todo sale cuando tienes contigo a la confianza. Y Carvajal se llenó de ella con el partido frente al Bayern. Todos los jugadores del Madrid tuvieron una noche plácida, menos Morata, que sintió la desesperación de desaprovechar una oportunidad única, de las que pocas veces ha disfrutado esta temporada. Lo intentó, buscó con ahínco sumar su gol al marcador, pero se diluyó con más pena que gloria.
Múnich espera al Madrid la próxima semana, aunque en la mente de los jugadores estuvo esa gran “final” desde mucho antes del fin del encuentro. Y al Osasuna le quedó la desazón de pasar la visita al dentista y salir con dos muelas menos y una oportunidad de rascar puntos en la cuneta. En estos caminos tan cercanos al final, todos tienen algo en juego y visitar al Madrid no es la mejor forma de soñar. El final del partido vino de perlas a ambos. Al Osasuna, para pensar en su otra liga; al Madrid para centrarse en el pastel del año, el penúltimo escollo hacia la ansiada Décima.
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