Niño de Atocha, ídolo del actual Anoeta y leyenda del que vendrá. Xabi Prieto es el último futbolista de la historia de la Real Sociedad que ha crecido en las gradas del viejo y mítico Estadio de Atocha yendo a ver a su Real, la única unidad de medida que ha guiado sus pasos en el fútbol.
Hay muchos jugadores a los que este frustrado futbolista que escribe hubiese querido emular por juego y/o trayectoria, pero sin duda Xabi Prieto -que aúna ambas como muy pocos- es uno de los que más. Por lo que es y por lo que desprende. Por realidad y aroma. Por esencia y mensaje. Por futbolista y persona. Por referente y bandera. Por ser el mejor extremo lento que hayan visto estos ojos. Porque hay que ser muy, muy bueno para hacer eso: brillar en banda sin velocidad. Por su amor leal e incondicional. Por convertirse en leyenda desde la normalidad de su personalidad y el extraordinario ser de su fútbol.
Por haber sido y ser una suerte de Ryan Giggs diestro en sempiterno estado de madurez, que de haber jugado en la Premier sería adorado por todos los rincones del mundo. Por haber sido y ser una especie de Iniesta desplegándose a pie natural pegado a la línea de cal. Y sobre todo por haber sido y ser Xabi Prieto. Por su estampa clásica pero al mismo tiempo revolucionaria en la modernidad futbolística de una bicefalia mediática empachada de sí misma y por la que muchos aborregados ni siquiera han reparado en la grandeza e importancia de su efigie. Como si su deslumbrante carrera se hubiese desarrollado solo para los ojos de unos pocos privilegiados más allá de las fronteras de Gipuzkoa y de Euskadi. Ellos se lo pierden. Y esa, aunque no lo vayan a adivinar nunca, es exactamente su justa expiación.
Xabi Prieto atesora tanta clase en sus botas y en su juego que nunca le ha importado prestarme incluso a mí, de forma inconsciente, una mínima parte de su elegancia para mentar a través de ella su nombre en conversaciones de facultad o de cantina con las que situarme por encima del bien y del mal, aun sin tener ni reverenda idea de fútbol. Mencionar su nítido talento casi proscrito para el gran público era el mejor de los embustes para que todos pensarán: “Pues tiene toda la razón, este tío sí que sabe”. Y poder apostillar después como si de un golpe de gracia se tratara: “Se le debería caer la cara de vergüenza al seleccionador por no llevar a Xabi Prieto”. Y así hasta hoy, tres seleccionadores y casi tres lustros mediantes. De locos. (Sí, sigo haciéndolo).
Sin embargo, el gran argumento para hacer de Xabi Prieto un referente y una obligada figura de culto para todo futbolista venidero salido como él de Zubieta y también para todo aficionado neutral que se precie, es su amor incondicional a los colores que defiende. Un amor sereno pero inquebrantable, demostrado como nadie hubiese hecho a lo largo de tres eternos años en el pozo de la Segunda División en los que fue, a años luz del segundo, el mejor jugador de la categoría, y en los que sacrificó buena parte de su proyección profesional, despreciando quién sabe cuántas ofertas de primer orden.
Decía Juanma Lillo, su entrenador en dos de aquellos tres cursos, que “Xabi Prieto es un jugador que parece bueno, pero es todavía mejor”. Y añadía: «Con calidad para ser titular en todo un Real Madrid o Barcelona”. Y sin embargo, Xabi iba y venía de El Ejido, de Ferrol, de Castellón o de Cartagena cada dos domingos mientras sus compañeros de generación e iguales por concepto, estilo y talento levantaban una Eurocopa y una Copa del Mundo. Y en lugar de reproches, tan solo orgullo. Son las vacas flacas las que deberían forjar a los eternos ídolos. Los tiempos jodidos. Es cuando vienen mal dadas, justamente ahí, cuando se ve, se palpa y se mide a los verdaderos one club man de sentimiento. Y sobran dedos de una mano para contarlos entre la actual élite contemporánea.
Un hecho es significativo. De la persona y del futbolista. Cada vez que le preguntan a Xabi Prieto por el mejor gol que ha marcado, él no responde con alguno de los varios que ha hecho en el Bernabéu, con un bonito disparo desde fuera del área, una jugada colectiva construida a base de paredes y culminada por él, o uno de los buenos remates de cabeza que han acabado besando las mallas por su inesperado gran juego aéreo. El mejor gol que ha marcado Xabi Prieto según él mismo, es un penalti que lanzó y marcó dos veces y que Anoeta celebró tres, a cada cual más fuerte. Fue en 2010, ante el Celta, con la calma y los nervios de acero que lo caracterizan, para culminar el ascenso tras tres años que parecieron tres siglos. Y es que sacar a tu equipo del hoyo con tus propias manos, vale más que todo lo demás. No hay un triunfo más terrenal, más verdadero, más agónico, ni por tanto, más bello. Aunque ello conlleve tres irrecuperables años de destierro y exilio por parajes impropios de su talento.
Un año más de Xabi Prieto es un regalo para sus compañeros, por supuesto para los aficionados de la Real Sociedad, para La Liga en general, para ti y para mí, y sobre todo para Eusebio. El técnico de La Seca le ha alargado la vida profesional como pieza básica de su equipo y Xabi es uno de esos tipos tan de fiar que no acumula deudas por pequeñas que sean, sino que paga siempre al ser atendido. Como en un McDonald’s pero con estrellas Michelin. Un Prieto que no hubiese permitido permanecer como mero ornamento a la espera de uno o dos toques estilosos y una ovación en forma de ofrenda al tótem por partido -al estilo, con todo el respeto reverencial, del Valerón de la etapa final-. Ni por asomo.
Alejándose del frente de ataque propiamente dicho para situarse como interior diestro, Xabi Prieto puede seguir cien por cien relacionado con el juego, más que nunca si cabe, y permitirse a su vez incursiones por su hábitat natural en el perfil diestro -ese que casi debería bautizarse con su nombre y que nunca ha terminado de abandonar del todo-, en un cambio de posición muy frecuente, que guarda toda la relación del mundo con los movimientos interiores y hacia el área de Carlos Vela, en una de las disposiciones que han consolidado el gran nivel de esta Real Sociedad.
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De esta forma, lejos de la mediapunta por la que había abandonado de forma tan habitual la banda y por tanto, menos exigido en cuanto a nivel de ritmo ofensivo y movimientos agresivos; Xabi Prieto sigue siendo una pieza totalmente indiscutible para la estructura de juego de la Real. Sin pretender dar lecciones, pero dándolas como nunca. Regalando a Anoeta todavía, el muestrario completo de las aptitudes que siempre le han acompañado: sus toques de exquisito gusto al alcance de unos pocos privilegiados, su claridad para dar continuidad y mejorar la jugada casi como modus vivendi, su capacidad para pisar área sin dar nunca un sprint de más, su destreza para proteger el balón como el mayor de los tesoros, y su innato talento para salir de cada atolladero como quien sale de la peluquería. Erguido, repeinado y bien parecido. Presumido. Casi gallardo.
Sin un ápice de desborde, pero a puro desequilibrio a base de regate, técnica y talento… Destapando toda su pausa para aniquilarte en un abrir y cerrar de ojos, dejando ver nuevamente el gran golpeo en sus centros cuando vuelve a caer a su costado predilecto, tirando miles de amagos, jugando como nadie de espaldas, y siendo como siempre y más que nunca, un valor infalible desde el punto de penalti. A la altura y con el estilo de uno de los mejores en esas lides, como era Gaizka Mendieta. De hecho, Xabi Prieto solo ha fallado un penalti en toda su carrera. Ahí es nada. Y alguno hasta lo marcó dos veces. A pura clase hasta desde los once metros.
Creo firmemente que las virtudes de la vida son también virtudes sobre el terreno de juego. Y muy pocos jugadores las dejan ver sobre el césped, como si fuese a través de un cristal, como lo hace Xabi Prieto. Ni un mal gesto en la cara y ni un mal gesto con el pie. Nunca. Un tipo normal dentro de un futbolista de época, cuya distracción favorita es bajar desde su casa de vez en cuando a darse un baño en playa de La Concha en la que jugaba al fútbol de pequeño. Sin ínfulas de nada aun con razones sobradas para creerse todo, sin una sola mota de soberbia, y con el respeto de todo su entorno a buen aguardo en el bolsillo.
Mi apuesta es que si hubiese salido a un equipo de mayor dimensión en el mejor momento de su carrera, que seguramente coincidió con los años en Segunda División, hubiese alcanzado un estatus muy cercano al de los dos únicos jugadores superiores a él por calidad con los que ha compartido vestuario en todos estos años. Adivinen quiénes. Xabi Prieto tiene otra página en blanco para seguir escribiendo la historia de su Real Sociedad, y en ella merece volver a narrar sus viajes por Europa y por qué no, soñar delante del papel en blanco con levantar un título anhelado desde hace ya más tres décadas. Si hay alguien indicado para alzar al cielo de Donosti ese hipotético trofeo, es sin duda Xabi Prieto.
Quiero ser como Xabi Prieto. Porque sigue siendo tan creíble como era entonces tirarse el pisto ensalzando su fetichista forma de entender y dibujar el juego. Quiero ser como Xabi Prieto. Por no despegar nunca su origen ni su escudo del latido de su fútbol y llevarlo hasta las últimas consecuencias. Quiero ser como Xabi Prieto. Es eso exactamente lo que muchos niños de la Real Sociedad les dirán a sus padres al llegar o salir del entrenamiento, lo que se dirán a sí mismos cada día de partido sobre la arena de La Concha o en cualquier otro lugar, o lo que se repetirán cada noche en bajito antes de dormir. Por eso, sobre todo por eso, aún hoy yo también quiero ser como Xabi Prieto.
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