Cualquiera que haya pregonado en algún momento de su vida que siente los colores del Real Madrid habrá escuchado un veredicto frío y rotundo como el de la cadena perpetua: ¡Qué fácil es ser del Madrid! Los madridistas caminamos por la calle apuntados por los dedos acusadores del resto, culpables de celebrar los goles del mejor equipo del mundo.
Pero todos esos que señalan desconocen que no todos crecimos con un Madrid vencedor. Yo, por ejemplo, elegí mi equipo en pleno Dream Team de Cruyff y con la presión de mi abuelo culé. Por otro lado estaba mi tío, del Athletic, intentando hacerme león. No sucumbí a la familia ni a las cuatro Ligas consecutivas del Barça, con su primera Champions incluida. Yo me dejé llevar por la luz que reflejaban las camisetas blancas alrededor del Santiago Bernabéu. El Madrid ni siquiera peleó el campeonato en la Liga del 94, donde quedó cuarto por detrás de Barça, Dépor y Zaragoza. Fue el año de la bronca de Floro en Lleida (para los más jóvenes que no saben de lo que hablo, que busquen en Youtube, no tiene desperdicio) y el Madrid acabó clasificándose para la UEFA. «A ver la UEFA el año que viene», le dije a mi amigo Miguel en el autobús en una excursión de fin de curso del colegio. Así estaba el panorama cuando yo me hice del Madrid. ¡Qué fácil es ser del Madrid!
Es tan fácil, que si pierdes dos partidos seguidos todos los diarios deportivos abren con la palabra CRISIS. Cada año hay cuatro o cinco de éstas. Algunas veces se abrazan unas a otras dando lugar a una crisis perenne que dura años y cinco entrenadores (ningún título en 2004, 2005 y 2006; a mí me afectó más aquello que el Barça de Guardiola, ¿cómo fue posible no ganar nada con aquellos jugadores durante tres años seguidos?). Por cierto, la cifra de entrenadores es real: Queiroz, Camacho, García Remón, Luxemburgo y López Caro.
Luego está la obligatoriedad de sentirse culpable por el presupuesto que tiene el Madrid. «Claro, es que con tanto dinero, cómo no va a tener esos jugadores, ya podrán». Pues sí, es de los más ricos del mundo, por eso todos los clubes le venden los jugadores a un precio desorbitado. Cuando el Madrid aterriza en una negociación, el jugador en cuestión pasa a ser Maradona. Al menos a nivel económico.
Voy a mencionar al que para todos los aficionados del resto del mundo es el mejor jugador del equipo: el árbitro. El Madrid siempre gana por el árbitro. Da igual que el penalti sea claro, la frase es la misma: «Otro penalti para el Madrid, siempre igual». Sólo ven eso y nosotros tenemos que aceptar esa mala fama con resignación. Es imposible que entiendan que los equipos grandes atacan más, están más tiempo en el área rival, y por tanto es mucho más probable que provoquen penaltis. Luego está ese periodismo de datos odioso que se limita a las estadísticas: «Al Madrid (o al Barça) le han pitado 20 penaltis». Claro, pero ¿por qué? Eso es lo que tienen que responder.
Y me dejo para el final el descuento, los goles en el tiempo de descuento. «¡Qué suerte, en el último minuto!» o «¡Hasta el último minuto no habéis podido!», son algunas frases míticas últimamente. Resulta que Infantino debería prohibir cuanto antes que los goles del Madrid a partir del minuto 90 suban al marcador. No hay derecho.
En fin, todo esto es lo que aguantamos a nuestra espalda cada vez que nos levantamos a celebrar un gol, pero vosotros seguid diciendo: ¡Qué fácil es ser del Madrid!