Ya lo decía Forrest Gump: “La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Y no le faltaba razón. Desde el día en que naces, la vida se convierte en una lotería en la que se puede tener más o menos suerte, pero es imposible no jugar. Incluso diría que el propio hecho de nacer lo es. ¿Seré un chico o una chica? ¿En qué país naceré? ¿Quiénes serán mis padres? Atendiendo a esta última pregunta, hay bebés que nacen con su futuro ya escrito gracias a la herencia de sus padres. Pero no estoy hablando de una herencia económica o, en general, material, me refiero a una más importante, una más única y personal.
A lo largo de la historia hemos visto en numerosas ocasiones hijos de deportistas que se dedican a lo mismo que sus padres e incluso llegan a superarlos. Familias que parece que han sido concebidas por un poder superior para dedicarse única y exclusivamente a cierta disciplina. Algunos ejemplos podrían ser Michael Schumacher y su hijo Mick Schumacher en fórmula 1, Vladimir Guerreiro y Vladimir Guerreiro Jr en béisbol o Shareef Rashaun O’Neal y su padre Shaquille O’Neal, leyenda atemporal del baloncesto.
Pero más allá de estos binomios padre-hijo que todavía darán mucho que hablar gracias a la juventud de las segundas generaciones, existe un caso concreto en el que mi teoría conspiranoica parece que cobra sentido (mentira): Leroy Sané.
Leroy es una máquina perfecta. A nivel deportivo, heredó de sus padres lo mejor que tenían. Su padre es Soulemayn Sané, ex futbolista y ex entrenador de origen senegalés. Soulemayn fue internacional con la selección de Senegal disputando tres ediciones de la Copa Africana de Naciones (1990, 1992 y 1994) y, debutando en primera división alemana con la camiseta del SG Wattenscheid 09 (equipo disuelto en 2019), se convirtió en uno de los primeros jugadores negros de la Bundesliga. Era un delantero goleador que destacaba principalmente por su velocidad, pues era capaz de correr los 100 metros en 10.7 segundos (menos de 1 segundo por encima del récord mundial de 100 metros lisos de la época). De su padre, Leroy heredó la velocidad y las dotes futbolísticas para el control del balón, además del instinto goleador.
Su madre, Regina Weber, es una ex gimnasta alemana que consiguió alzarse con la medalla de bronce en las Olimpiadas de 1984, primera edición en la que la gimnasia rítmica fue considerada deporte olímpico. Además, Regina ganó casi todos los títulos nacionales de la Alemania Occidental entre 1981 y 1986. Se dice que de su madre, Leroy heredó su peculiar estilo de moverse en el campo, la fluidez de sus movimientos y la precisión de sus regates.
Lo cierto es que ver a Sané con el balón en los pies es como un espectáculo en el que no se alcanza a diferenciar si está encarando al rival o tratando de bailar con él. Eso sí, como tomes su mano y accedas a su proposición indecente, no dudes que con un rápido movimiento de cadera se colocará a tu espalda y te dejará sentado en el suelo para seguir su camino en busca de su siguiente pareja de baile. Qué canalla eres, Leroy.
La unión de las dotes futbolísticas de Soulemayn y la fantasía de Regina, se tradujo en la máquina perfecta que hoy día podemos ver en el Bayern de Múnich. Teniendo en cuenta que los poderes de dos superdotados del deporte ya están reunidos en uno solo, quién sabe la herencia que este podrá dejar el día que decida tener un hijo. Y una vez más, no me refiero a la económica.
Forrest Gump, ya nos había advertido de lo aleatoria que es la vida, de que a veces simplemente tienes suerte, y otras no, lo que no nos había dicho es que cuando un maestro chocolatero decide llamar a Willy Wonka para hacer un featuring, la calidad del resultado está asegurada.