Los éxitos de Pep Guardiola no pueden explicarse sin una mente inagotable, pasional y comprometida. Nada de todo lo que ha escrito se podría haber producido sin ese característico entusiasmo. El mismo que congrega elogios y desprecios a partes iguales. Llena tweets y hojas en blanco que dejan de vivir en soledad en un santiamén para llenarlas de alabanzas o críticas. Ni las desea ni las teme. Se ha acostumbrado a vivir junto a esas voces que defienden su propia razón entre los tragos de una barra de bar que sigue explicando la vida de sus transeúntes en cualquier rincón. A estar en boca de todos, bajo un foco que le apunta siempre condicionado. Pep, amante de los rondos, es para muchos esa urticaria insufrible e irritante, esa camisa que nunca te pondrías porque te sienta como una patada en el trasero. El despilfarro de los billetes y el propio precio de su gloria le persigue como una sombra que ni siquiera descansa cuando oscurece.
Sea cual sea el bando y la venda que uno quiera ponerse, no debería ser tan opaca como para no lograr ver el legado de uno de los mejores entrenadores del mundo. Su Manchester City, coronado en la Premier League por cuarta vez durante su mandato, es el relato de un equipo vistoso, estético y efectivo. A través de una idea que pareciera para muchos vivir en un discurso inamovible, Guardiola ha resultado camaleónico en su pizarra para desarrollar tantas variantes como fueran necesarias para madurar el engranaje; conociendo sus piezas a la perfección y haciéndolas conocedoras de su cometido en cada etapa. Un conjunto que se hace fuerte en ambas fases del juego, que evalúa desde el primer pase, que tiene aprendido cómo activar su cambio de chip tras pérdida como las tablas de multiplicar y que entiende la oportunidad de crear ventajas desde la presión. Nada se negocia.
Guardiola domina cómo alinear los factores, lejos de una fórmula básica, para proyectar obras de sesuda explicación. Probablemente el entramado de su juego explique por si solo cómo cubre sus carencias. El mismo que podría describir como sus atacantes, a pesar de no ser las figuras más arrolladoras del escenario europeo, han sumado 99 goles en la competición doméstica, por encima de un vendaval ofensivo como el de los Reds. Un libreto que dilucida un listado de conceptos y automatismos que el jugador tiene totalmente interiorizado. Una oportunidad que expande las posibilidades de sus piezas y que les ofrece una nueva visión de entendimiento. Kevin de Bruyne, uno de los mayores artífices de la creación de Guardiola, decía ya años atrás: “Pep me ha ayudado a mejorar individualmente, a jugar de una manera totalmente diferente, que necesita tiempo para adaptarte pero, cuando lo haces, el fútbol se vuelve más fácil”.
Su presente recorrido en la Champions League con los citizens es esa gráfica asíntota. El deseo y la posibilidad. A pesar de estar tan cerca nunca halla su coincidencia. No llegan a encontrarse, no llega a suceder. Ni siquiera cuando roza la perfección, porque esa curva está dispuesta a tomar ese giro para cambiarlo todo hacia un guion estrambótico que pide usar el Control + Z desesperadamente. Por mucho que aprietes el F5 todo seguirá igual, aunque parezca irreal. A pesar de que Bernardo Silva escribiera una eliminatoria majestuosa, con una omnipresente actuación para ofrecer soluciones, una gran capacidad para decidir la mejor opción y desde una manera de entender el juego que está al alcance de pocos. Probablemente se ha pasado por alto que la Champions es inexplicable y se ha perdido la objetividad sobre lo que realmente cuesta llegar a una final . Puede que todo suceda porque el presente se juzga en base a filias y fobias. Una trama perfecta para aquellos que siguen cuestionando si lo suyo es ironía, un exceso de prudencia y moderación, un inteligente equilibrio o si es mear colonia. Un ganador fracasado o un fracaso ganador.
Imagen de cabecera: @ManCity