Si nos ponemos a recordar, todos tenemos un Mundial que nos ha marcado por encima de los demás. Es innegable que a todos nosotros el de Sudáfrica nos trae a la memoria un sinfín de cosas positivas, dada la heroica victoria de La Roja. Pero en este caso no me estoy refiriendo a recuerdos asociados a triunfos, sino más bien a torneos que coincidieron con épocas muy especiales de nuestras vidas.
El Mundial del que guardo un mejor recuerdo es el de 1994, disputado en EEUU. Y lo es por muchos motivos. Por vivirlo en plena adolescencia, en verano, con todo el tiempo del mundo para ver cualquier partido que se emitiera. También por la diferencia horaria con el continente americano, que me regaló calurosas madrugadas de fútbol del bueno, de luces apagadas y televisor encendido, de ventilador al máximo y balcón abierto. Y por ser el torneo de Romario y Bebeto, de Roberto Baggio y Kenneth Anderson, de Stoichkov y Hagi, y de tantos y tantos futbolistas que nos hicieron enloquecer en los 90.
Cinco años después de aquella cita el país yankee volvió a convertirse en el centro de atención del mundo del fútbol, pero en este caso para albergar el Mundial femenino de 1999. Un acontecimiento que, aquí en Europa, quedó a años luz de su antecesor en cuanto a seguimiento se refiere, pero que no pasó desapercibido para un público estadounidense que siempre ha mostrado mucho interés por el futfem. El buen rendimiento de su selección también contribuyó a que los estadios fueran presentando una buena entrada, hasta conseguir un hito histórico en la final disputada en el Rose Bowl de Pasadena, donde se congregaron la friolera de 90.195 espectadores para vibrar con la victoria del Team USA ante China en la tanda de penaltis.
Aquella cifra supuso el récord de asistencia de público en un encuentro de fútbol femenino, un logro al que ya de inicio se le auguraba un largo reinado, puesto que no parecía factible que pudiera superarse a corto o medio plazo. Y así ha sido. Aquel Rose Bowl donde no cabía un alma, plagado de camisetas y banderas en las que las barras y estrellas eran omnipresentes, sigue siendo un escenario marcado a fuego en la historia de este deporte. Han pasado más de dos décadas desde entonces y ningún otro estadio ha logrado igualar aquella gesta, pero en la actualidad el imponente coliseo angelino, hogar de los Ucla Bruins de la Universidad de California, empieza a mirar con cierto recelo una fecha concreta; 30 de marzo de 2022.
Aquel día el Camp Nou se vestirá de gala para acoger unos cuartos de final de UWCL. El templo azulgrana abrirá sus puertas por segunda vez para acoger un partido de fútbol femenino, pero este será muy distinto al primero. Aquel Barça – Espanyol lo recordaremos con enorme cariño, porque por aquel entonces el estadio culé era uno de los pocos que todavía no había acogido un encuentro de Primera Iberdrola, pero el silencio descomunal y las gradas vacías debido a la pandemia desdibujaron en demasía la que debía ser la fiesta del futfem catalán.
El que tenemos por delante está destinado a ser muy diferente. Todo un FC Barcelona – Real Madrid de la máxima competición continental, 22 futbolistas rodeadas por 99.354 asientos, ahí es nada, algo muy similar a lo que vivieron en su día estadounidenses y chinas en el Rose Bowl. A nadie se le había pasado por la cabeza que dicho encuentro pudiera poner en peligro el récord de asistencia del 99, pero tal posibilidad empezó a no ser una idea descabellada conforme la afición azulgrana empezó a retirar las entradas que el club había puesto a su disposición.
El tirón del Barça es innegable. Campeón de todo, equipo de moda, repleto de figuras con carisma dentro y fuera del terreno de juego. Y es todo un Real Madrid quien llega con ganas de dar la sorpresa. Pero, ¿quién iba a pensar que el Camp Nou colgaría el cartel de “sold out” para ese día? Quizás después no se cumplan las expectativas, y parte de la gente que ha retirado una entrada no acuda finalmente al encuentro. O puede que llueva, y muchos aficionados puedan pensar que en su sofá y bajo una manta disfrutarán del espectáculo más cómodamente. Pero eso ya es casi lo de menos. Hasta que llegue la fecha indicada todos vamos a soñar con la posibilidad de que el encuentro con más afluencia de público de la historia del fútbol femenino mundial se vaya a disputar en nuestro país, y esa mezcla de nerviosismo y entusiasmo que mantendremos hasta salir de dudas vale su peso en oro.
En 1999, Brandi Chastain anotó la pena máxima definitiva, corrió extasiada mientras era perseguida por sus compañeras, y tras arrodillarse y quitarse la camiseta ante 90.195 espectadores celebró que EEUU acababa de coronarse como campeona del mundo. Quizás en dos meses sean Alexia Putellas, Jenny Hermoso, Claudia Zornoza o Esther González las que puedan celebrar un gol ante el griterío ensordecedor de un Camp Nou lleno hasta la bandera. Poder batir el récord alcanzado en aquel abarrotado Rose Bowl fue durante muchos años una auténtica quimera. Hoy, dicha posibilidad, es toda una realidad.
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Imagen de cabecera: FC Barcelona Femení
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