Estas líneas se escriben antes de que haya acabado el ignominioso 2020. No tengo pruebas pero tampoco dudas de que las redes sociales estarán pobladas de mensajes desdeñosos al año que hemos dejado atrás. “Hasta nunca”, dirán. Sin embargo, ellos mismos saben de buena mano que la buena noticia no es que haya cambiado una cifra. De hecho, que hayamos dado la vuelta al calendario no nos aleja de los acuciantes problemas que nos persiguen a todas partes. Todo seguirá igual por mucho que nos queramos engañar. Lo único bueno es que queda cada segundo que pasa es uno menos para llegar al fin de esta pesadilla.
2021 llega, resoplando, con un claro mensaje: “Oh, Dios mío”. Tan caprichoso ha sido el propio destino que nos ha colado un Betis-Sevilla, ese derbi de una ciudad preciosa, por la cara. No nos damos cuenta, mientras limpiamos el sofá de champán, que en un Villamarín en silencio habrá un partidazo que no puede ser normal. Como deseo, si es posible, que su afición, ciclotímica y vibrante, vuelva a poblar las gradas. En Sevilla habita una gente que está acostumbrada a reír, saltar, cantar y llorar. Sobre todo, llorar. Porque lo último que nos toca decir aquí, porque ya lo sabéis vosotros, es que la capital de Andalucía es visceral.
Lo evidenció ese choque europeo que acabó mostrando que el conjunto que porta el nombre de la ciudad tiene un pacto con la Europa League. Los béticos, contra todo pronóstico, habían asaltado el feudo sevillista con un 0-2 que traía consigo, de la mano, una sencilla conjetura: era muy difícil remontar esa eliminatoria. Pero surgió, una vez más, la inquietud; ese sentimiento que un rival experimentado y diligente huele a kilómetros. José Antonio Reyes y Carlos Bacca, con dos zarpazos, propusieron una idea horrible: jugar una prórroga con sus consiguientes penaltis. Qué mala baba. Hay algo seguro en estos desempates que tienen que ir al punto fatídico: alguien debe fallar y llevará esa cruz para siempre. Le tocó a Nono, otorgando servilmente la corona de prócer a Beto. Nada volvió a ser igual incluso aunque ocurriera lo de siempre: unos lloraron de alegría y otros de pena. Como la vida misma.
Imagen de cabecera: Jorge Guerrero/AFP via Getty Images