Clarence Seedorf, Filippo Inzaghi, Sinisa Mihajlovic, Cristian Brocchi y Vincenzo Montella. Cinco entrenadores después, el Milan parece haber encontrado en Gennaro Gattuso al ansiado adalid y al director de orquesta capaz de aumentar el ritmo de puntuación de los rossoneri hasta conducirlo a la altura mínima que requiere el escudo y al hombre capaz de devolver por fin al club a una participación en la Champions League que por historia sin duda le pertenece, pero que no logra desde el año 2013, con Massimiliano Allegri todavía al frente de la plantilla. Una verdadera eternidad para todo un siete veces campeón de Europa que puede estar llegando a su fin. El hecho de que solo la Juventus y el Napoli hayan sumado más puntos que el Milan desde la llegada de Gattuso al banquillo es el mejor de los síntomas de una mejoría que parece casi definitiva.
A excepción del sonoro patinazo que supuso la eliminación de la Europa League en El Pireo cuando tenían todo de cara para meterse en los dieciseisavos de final, el punto más bajo dentro de un mes de diciembre realmente crítico en cuanto a juego y resultados; el Milan ha sabido erigir de la mano de Rino Gattuso una estructura competitiva bastante sólida y compacta, que seguramente ha ido simplificando sus mecanismos con el tiempo, pero que, al mismo tiempo, guiado por la filosofía del menos es más, ha visto reforzada la competitividad y la efectividad de su idea. Sobre todo, después del mercado de invierno y las decisivas llegadas de Krzysztof Piatek y Lucas Paquetá, la beneficiosa salida de Gonzalo Higuaín y la necesidad solventada de cubrir las ausencias por lesión desde octubre de dos futbolistas que tenían un rol determinante como eran Lucas Biglia y Giacomo Bonaventura.
Precisamente, Piatek y Paquetá, así como la inesperada pero crucial inclusión de Bakayoko como mediocentro, personifican por encima de los demás futbolistas el cambio sufrido por el equipo en las últimas semanas. Sin un nueve más complejo, de mayores necesidades participativas y de menor explosividad al espacio o relevancia en el juego directo como el ‘Pipita’ Higuaín; Gattuso se ha encontrado más cómodo para hacer funcionar el sistema, que ha pasado del 4-4-2 a la recuperación del 4-3-3 con la inclusión de Paquetá como interior izquierdo, aunque con funciones de mediapunta en muchas situaciones. Con el joven brasileño, el Milan ha encontrado juego entre líneas, aceleración, chispa y al lanzador necesario para activar en ataques más simples a un rematador de todos los colores como Piatek, que solo ha necesitado once disparos para hacer los cuatro goles que suma con la camiseta rossonera en liga y que, por ejemplo, ante la Atalanta únicamente dio doce pases en todo el partido. La auténtica personificación de la obtención de una mayor contundencia desde una propuesta más elemental.
El Milan ha encontrado un hilo del que tirar en esta simplificación con la pelota de su fase de posesión, haciendo de Paquetá un mecanismo de salida hacia campo contrario en sí mismo por la instintiva capacidad que tiene para atraer rivales y ofrecer líneas de pase y, por tanto, sin acarrear como lastre ninguna necesidad colectiva de tener que armar un fútbol asociativo de una riqueza ni siquiera notable. Un hilo al que se ha unido de forma indispensable la consagración de Tiemoué Bakayoko como pivote titular del equipo, a pesar de que las cadenas de pase sí que se han resentido en líneas generales sin la presencia de Biglia en la distribución y de que el flujo de balón que ahora recibe Suso por la derecha, el anterior gran generador de jugadas casi en exclusiva, ha pasado a ser bastante menor y a hallar su mejor utilidad en el centro al área en busca de la tremebunda capacidad rematadora del pistolero polaco.
Una función y relevancia por parte del todoterreno francés que ha permitido a los de Gattuso proteger mucho mejor su área, hacer sentir mucho más seguros a dos centrales como Mateo Musacchio y Alessio Romagnoli que no son especialmente rápidos para corregir a su espalda; que ha ayudado a crecer en influencia a Gianluigi Donnarumma bajo los palos, así como a tapar casi todos los pasillos con el imponente y determinante elemento físico que supone la presencia del francés en el centro del campo y a lograr salir por medio de transiciones a través del demoledor primer paso que el internacional galo posee cuando logra robar el balón. Un dato revelador es que Bakayoko es el jugador del equipo que más regates exitosos realiza por cada noventa minutos, por encima de Suso y Samu Castillejo, lo que posibilita desmenuzar presiones altas y convertirlas, junto a las intercepciones, en ventajas y espacios que explotar de la medular hacia adelante.
Bajo este nuevo prisma, al Milan ha dejado de penalizarle no tener el dominio, no saber muy bien qué hacer con él, para, aunque sin despreciar del todo una construcción de ataques más pausada, consolidarse como un bloque mucho más vertical y que se siente más poderoso e invulnerable enfatizando su pegada de un modo más sencillo, ese que le permite ganar solidez y peligrosidad a partes iguales concediendo metros y balón al rival. El excentrocampista del Chelsea no es en absoluto un organizador, no sabe alejarse de la pelota para desmarcarse entre líneas y oxigenar el juego, ni tampoco está capacitado para generar líneas de pase especialmente ventajosas para sus compañeros, pero redobla la agresividad sin balón de Franck Kessié, haciendo de ambos un dúo muy intenso y difícil de sobrepasar. Más aún si optan por proteger su mitad en lugar de acudir a agredir la contraria con su presión adelantada, tal y como está prefiriendo Gattuso.
Además, el constante intercambio de posiciones entre un Hakan Çalhanoglu que nunca ha perdido la confianza del míster a pesar de su gris temporada y un Paquetá que estira al equipo de maravilla con su energía cuando logra recibir a espaldas del interior rival, le permite normalmente a Bakayoko una salida bastante sencilla hacia cualquiera de los dos o, en su defecto, hacia los laterales, para que desde ahí el equipo busque a Piatek, el destino final de casi todos los ataques, de múltiples maneras: con centros a treinta metros de la línea de fondo o pegados a ella, con un pase interior del dinámico y sorprendentemente maduro Paquetá al desmarque del ex del Genoa o con las clásicas diagonales interiores de Çalhanoglu o Suso, que cuentan ahora con las incisivas rupturas de Piatek. Un paquete de jugadas que tiene en el envío directo al nueve polaco un último y también útil recurso y al que Kessié, gran especialista en descolgarse, se suele sumar como segunda opción en el área o en la frontal.
A menudo, simplificar significa ganar. Ganar partidos, puntos, estructura, tiempo, identidad, confianza… Una máxima a la que el Milan ha seguido añadiéndole el compromiso y el carácter que tanto transmite su entrenador desde su llegada al banquillo. Tal es así, que el conjunto lombardo es junto a la Juventus el equipo de la presente Serie A que más puntos ha recolectado desde situaciones de desventaja en el marcador, nada más y nada menos que trece unidades. La nueva estructura rossonera quizá podría pecar de frágil o incluso seguir quedándose corta en el último tercio sin el inefable estado de forma goleadora de un Piatek que remataría a la red una lavadora llovida del cielo si fuera necesario, pero no cabe duda de que ha encontrado una mayor coherencia en su renovado pragmatismo y en su reenfocado sistema. En definitiva, esta simplificación le ha convertido en un equipo más rocoso, más peligroso y más competitivo. En un mejor equipo. Todo es muy difícil antes de ser sencillo. Y en el Milan ya iba siendo hora de que las cosas comenzasen a parecer más fáciles de lo que realmente son.
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