Algo cambió en el
Leeds United con la llegada de Marcelo Bielsa. Los sudores fríos por las
turbulencias se canjearon en barra por sonrisas de oreja a oreja e ilusión
desmedida. Fue así, al menos, hasta que apareció el Derby County. El Derby
County y los fantasmas, que convirtieron a un equipo con la garra y la
efectividad en el golpe del Jean Claude Van Damme de “Contacto Sangriento” en
un sucedáneo del oso Po de “Kung Fu Panda”. Y Elland Road sabe mucho de
fantasmas.
El Leeds United ha
sabido hacerse un hueco entre los grandes nombres del fútbol inglés
manteniéndose en un permanente estado de ebullición, haciendo malabares en la
delgada línea que separa la calma chicha del estado de alerta roja. Para bien o
para mal, siempre ha estado ahí, presente.
Ha sido así desde
1919, cuando surgió de las cenizas de un Leeds City que contaba con Herbert
Chapman en el banquillo y al que un jugador de su plantilla, Charlie Copeland,
había vendido a las autoridades competentes por un caso de pagos ilegales a sus
futbolistas. El mazazo, claro, hundió al club y entró de lleno en ‘el grandes
éxitos’ de escándalos del fútbol británico, junto al que habían protagonizado
Manchester United y Liverpool en 1915.
El equipo se instaló
en la mediocridad durante sus primeros pasos, algo que parecía incomodarle y
por lo que se buscó incesantemente un equilibrio que condujese a la gloria y
que conllevó un baile en los banquillos. De Dick Ray a Billy Hampson. De Billy Hampson a Willis
Edwards. De Willis Edwards al
Mayor Frank Buckley, hombre recto y disciplinado que llevaba al campo de fútbol
su formación en el terreno militar. Buckley sacó algo de lustro a aquel equipo
en los años en que las camisetas iban cambiando de colores (de las rayas azules
y blancas tomadas del Huddersfield al azul y amarillo) y entraban en nómina
jugadores como Jack Charlton, el hermano de Bobby, o John Charles, que luego
fue vendido a la Juventus en 1957 por 65.000 libras, fichaje récord de la época
en el fútbol británico.
El Leeds no comenzó a
escribir páginas brillantes de su historia hasta la llegada de Don Revie,
primero como jugador-entrenador sustituyendo a Jack Taylor, que había dejado al
club navegando a la deriva por la Second Division, después como cerebro
salvador, controlador obsesivo y padre de sus jugadores.
Revie cambió el club
estéticamente (escogió el blanco para las equipaciones porque era el color que
lucía un campeón como el Real Madrid) y psicológicamente. Convirtió la
mediocridad en una virtud, potenció a una plantilla en la que estaban Eddie
Gray, Peter Lorimer, Norman Hunter, Paul Reany o Billy Bremner, se aseguró de
darle galones a Jack Charlton y pagó 53.000 libras, récord del club por
entonces, para traerse de vuelta de tierras italianas a John Charles.
Bajo el mando de
Revie, el Leeds se convirtió en un equipo exitoso, bronco y difícil de batir.
El mejor equipo del mundo para las gentes de Yorkshire. Una panda de hijos de
puta para el resto del país. Logró el ascenso, dos ligas, una FA Cup, una
League Cup y una Charity Shield e instaló al club en el imaginario colectivo
inglés hasta que la selección lo llamó en 1974 y abandonó el club.
Su marcha llevó a
Brian Clough al banquillo, una aventura que duró exactamente 44 días y que
David Peace convirtió en fábula épica en su libro “Maldito United”. Otra vez
los fantasmas.
A Clough lo sustituyó
Jimmy Armfield, que se embolsó una liga y que llevó al Leeds a la final de la
Copa de Europa, contra el Bayern, donde fueron atracados sin que a nadie se le
cayese la cara de vergüenza. Y, una vez más, la mediocridad y los fantasmas.
La gloria del Leeds
regresaría en 1992, cuando el equipo volvió a hacerse con el título de liga,
envalentonado con un jugador como Eric Cantona y con Howard Wilkinson en los
banquillos, el último entrenador inglés en ganar el campeonato. Era el final
del torneo tal y como se conocía y el conjunto de Yorkshire se había encargado
de darle carpetazo. Hillsborough, el Informe Taylor y la explotación de los
derechos televisivos hicieron el resto. Fue aquel equipo un grupo de jugadores
que transitaban por la normalidad sin inmutarse mientras los focos del mundo
les apuntaban directamente a la cara. Allí estaban Jon Newsome, que cobraba 400
libras semanales, John McClelland, que tuvo que vender la medalla de campeón
para mantener a su familia, se metió a cartero e intentó quitarse la vida más
de una vez o Leslie Silver, el presidente, que estuvo al borde de la ruina por
ver al Leeds campeonar.
El último gran Leeds
que recordamos es aquel que jugó la semifinal de Champions contra el Valencia,
en 2001. Aquel en el que se acusó a Jonathan Woodgate y Lee Bowyer de haberle
pegado una paliza a Sarfraz Najeib, un joven de 21 años, a la salida de una
discoteca y aquel que perdió a dos aficionados a puñaladas en Estambul.
Porque incluso en sus
días de gloria el Leeds se da una vuelta por la inestabilidad y la locura
transitoria. Y Bielsa, con su discurso de mirada al suelo y su intelectualidad,
no iba a ser menos. Su Leeds vistoso y con mimbres de primera ha despertado de
una pesadilla que tuvo como protagonista a Massimo Cellino, dueño que acabó
inhabilitado por la Asociación por un escándalo de fraude fiscal, y que iba
devorando entrenadores a una velocidad pasmosa. Lo ha hecho con una temporada
de fútbol alegre pero consciente de su historia, en permanente estado de
ebullición, donde se iban alternando las victorias con el caso del spygate o
con situaciones tan complicadas de ver como dejarse anotar un gol por el rival
para mayor gloria del fair play. Todo acompañado de Salim Lamrani, su
inseparable traductor que ha dejado algunos momentos irrepetibles. Y cuando
tocaba la cima con la punta de los dedos, de nuevo, los fantasmas y los sudores
fríos por las turbulencias. Caer a manos del Derby County a un paso de una
final de ascenso en Wembley. El mismo Derby County que había montado en cólera
meses antes porque descubrieron al espía de Bielsa en su campo de
entrenamiento.
Ahora el Leeds ha
vuelto a instalarse en la incertidumbre. Saben que deben seguir remando para
salir del pozo de la Championship y también saben que no será nada fácil
repetir un año como el presente. Nada es fácil en la segunda división. Quieren
hacerlo con Marcelo Bielsa (carajo) a los mandos, un entrenador acostumbrado a
las grandes fugas. Un entrenador que ha vuelto a llevar a Elland Road la
ilusión desmedida, pese a que a lo lejos se sigan escuchando las cadenas de los
fantamas que persiguen al Leeds.
Historiador. Fútbol y cultura popular. Anglófilo convencido. Cinéfilo militante. Reivindico la necesidad de contar historias más allá del balón.
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