El Villarreal tiene una gran plantilla. Lo sabe su entrenador, que ha alabado con fuerza los fichajes de esta temporada. Lo saben los propios jugadores, conocedores de la competencia demostrada en cada entrenamiento. Y lo saben todos aquellos que han echado un vistazo a la planificación amarilla. “El Submarino tiene dos onces muy competitivos” y “No se sabe quiénes son los titulares y quiénes los suplentes” son dos frases que se han escuchado mucho en los últimos tiempos.
Por eso, a casi nadie le extrañó la revolución en el primer once de Marcelino en Europa League. Pero el rival era el Rapid de Viena, el más duro del grupo, aquel que fue capaz de eliminar al Ajax y que estuvo a punto de cargarse al Shaktar Donetsk en las eliminatorias de Champions. El estadio, un Ernst Happel que alberga una mística más que especial. Y una maldición, la amarilla, que pesa como una losa en el Submarino: de ocho debuts en competición europea, hasta ahora sólo había ganado uno.
Nada importó cuando Leo Baptistao hizo olvidar 45 minutos de poco ritmo y escasa fluidez con su primer tanto oficial como amarillo. La jugada, además, representaba el juego combinativo que caracteriza al Submarino: hasta cinco futbolistas participaron en ella hasta acabar en la cabeza del brasileño. Pero el resultado no tenía nada que ver con lo mostrado en el campo.
Porque a la mayoría de jugadores amarillos se les vio sin físico, sin ritmo de competición. Ocho de ellos jugaban como titulares por primera vez esta temporada, y Bruno no disputaba un minuto desde el 23 de agosto. Algunos, como Daniele Bonera, debutaban sin apenas haber hecho pretemporada. El italiano estaba sin equipo y aterrizó en Castellón con el mercado finalizado y fuera de forma. En su primer partido como amarillo, fue el gran –y negativo- protagonista de encuentro.
Porque nada más volver del túnel de vestuarios, en tan sólo cinco minutos fatídicos, Bonera provocó la falta que dio pie al empate austríaco y el inocente penalti del 2-1. Probablemente, los cinco peores minutos de la carrera de Daniele, suficientes para dejar en el aficionado groguet una huella difícil de borrar. La primera impresión es lo que cuenta, dicen.
Lo intentó el Villarreal hasta el final, más de una ocasión se fue rozando el gol, pero no pudo ser. No lo fue porque el Submarino no lo mereció, por juego, por planteamiento, por condiciones y casi por ganas. También por esos cinco minutos de Bonera, como no. Bueno, y por un Rapid de Viena que cuajó una actuación prácticamente brillante. No ganaban los austríacos a un equipo español desde 1968. Lo hicieron ante un Villarreal que tiene muy buena plantilla, puede que dos onces muy buenos, pero de momento, sí se sabe quiénes son los titulares, y quiénes los suplentes.