Tras cuatro años de obras, mañana se estrenará el nuevo estadio Luzhniki, el más importante del Mundial de Rusia 2018. Y su inauguración tendrá un invitado de lujo, la Argentina de Lionel Messi.
La entrada sur recuerda al lobby de un hotel de lujo. Mucho vidrio, mucha luz y mucho espacio. Una amplia escalera de caracol serpentea a través de varios niveles hasta la zona vip. Aquí arrancará la Copa del mundo el 14 de junio y aquí terminará el 15 de julio. El estadio y el torneo quieren mostrar un país poderoso y vanguardista.
El Luzhniki era un antiguo Estadio Olímpico, símbolo del poder deportivo de la Unión Soviética y sede de los Juegos Olímpicos de 1980. En los últimos años albergó la final de la Liga de Campeones en 2008 y los Mundiales de atletismo de 2013. Tras esa cita, se inició la reconstrucción.
El arquitecto Murat Ahmadiyev está orgulloso de su obra. El mayor desafío era proteger la impresionante fachada del recinto, que data de 1956.
«Estábamos limitados el altura y anchura debido a la estructura histórica. Tuvimos que utilizar grúas enormes para introducir el material por encima de la fachada«, comentó el arquitecto durante una visita al estadio en agosto. Las columnas de color arena en la pared exterior se han limpiado y restaurado, mejorando así la imagen. «Pero todo lo que hay detrás de las puertas es completamente nuevo».
Ahmadiyev, de 57 años, contó con 1.500 trabajadores en la obra. Una vez que se deja atrás la fachada, el resultado es totalmente visible. De hecho, el estadio apenas es reconocible.
El anillo olímpico ha desaparecido y las gradas se han acercado al césped. Pero el verde tampoco es el mismo. «Cavamos dos metros de profundidad y lo llenamos con capas de arena y grava«, cuenta Ahmadiyev. Hubo un drenaje. «Incluso si cayera una lluvia tropical, no verías un charco en el campo, se lo prometo«.
Incluso en los asientos de los niveles superiores el espectador se siente cercano a la acción. Las sillas, además, son de un cómodo cuero artificial y sus tonos terrosos dan la impresión de una pared de mármol. En las catacumbas, en los vestuarios, huele a productos químicos. «Es el olor de lo nuevo«, responde Ahmadiyev. «Las paredes están recién pintadas, el suelo es nuevo. Me gusta este olor».
Hace dos años se necesitaba mucha imaginación para ver algo así. Entonces, las excavadoras surcaban la tierra donde ahora se cuida el césped con luz cálida. Cuando Ahmadiyev visitó el estadio en 2015 con periodistas, todo eran andamios y caos. Había que estar incluso atento a que a uno no le cayera nada en la cabeza.
El alcalde de Moscú, Sergei Sobianin, está satisfecho con el resultado de la obra, que costó 24.000 millones de rublos. «El Luzhniki es un estadio muy importante. Es el símbolo del desarrollo de Rusia», aseguró el político.
Lo que aún queda por resolver es qué será del estadio en el futuro porque ningún club de fútbol tiene su sede en él. «Cuando el Mundial termine, necesitamos un programa para el futuro«, apunta Ahmadiyev. Sobianin tampoco tiene una respuesta para esa pregunta. Quizás sea el estadio donde la selección rusa juegue siempre de local, señala.
Con capacidad para 81.006 espectadores según datos de la FIFA, el estadio albergó en el pasado más de 3.000 partidos de fútbol. En el Mundial será sede del partido inaugural y de la final, además de una semifinal.
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