A Egipto volvió a quedarle lejos
la victoria, tan lejos como inalcanzable. Esta vez frente a la anfitriona del
Mundial, que ha goleado en los dos partidos que ha disputado en la fase de
grupos. Todos los focos apuntaban al regreso de Salah a los terrenos de juego. Egipto,
tras la derrota frente a Uruguay se jugaba el pase a octavos y necesitaba
recurrir a su máximo potencial. Toda la esperanza estaba puesta en la estrella
del Liverpool, finalista de Champions League, mejor jugador de la Premier
League, máximo goleador de la competición británica, y mejor jugador africano
del año. Sin embargo, la noche concluyó bajo la oscuridad y el silencio
abrumador, y la reciente victoria de Uruguay ante Arabia Saudita confirmó la eliminación de los egipcios.
Como se esperaba, Egipto debutó
en el Mundial con la ausencia de su diez. El partido ante Uruguay era, a priori,
el partido menos asequible y dejar al jugador de Nagrig en el banquillo era una
manera de otorgarle algo más de tiempo. Al
igual que a otros iconos mediáticos, a Mo Salah se le ha impuesto la
responsabilidad de llevar en volandas a la selección, pero ese recurso queda
muy distante de la verdadera necesidad. Salah más diez, un tópico que acaba por
convertirse en realidad. Las destacadas virtudes del egipcio se encuentran solitarias
ante las limitaciones de un conjunto que, a pesar de estar vestido con la
ilusión de un histórico regreso, decepcionó a las expectativas, mostró grandes
carencias defensivas, se impregnó de mala fortuna, perdió toda creencia tras el
primer gol encajado y pretendió enmendar su escasez aferrándose a forzar la
máquina de su referente en un partido que resultaba vital para no tener que
hacer el equipaje.
Las tristes noches del faraón no compensan
todas esas acciones que se esconden tras el futbolista. Salah, en Nagrig,
significa mucho más que el jugador de moda. Un ídolo generoso que, a través de
su organización benéfica, ha aportado diversas donaciones para mejorar la
situación de los más desfavorecidos. Todos hablan de él como un referente, y la
devoción llegó hasta tal punto que fue el segundo más votado en las elecciones
de Egipto. El fútbol no comprende lo emocional. Las noches donde más deben
brillar las estrellas, apagan su luz. En la final europea de Champions League,
Salah tuvo que abandonar el terreno de juego por una lesión que le ha privado de
llegar a Rusia al 100%. Las noches clave siguen tiñéndose de aflicción. La pena
de Mo, renqueante, era evidente tras el partido, ante una caída que solo podría
haber sido eludible con un milagro divino del fútbol. Y ni tan siquiera las
cosas son distintas cuando el motivo es de celebración. El domicilio de Salah
sufrió un robo la noche histórica en que Egipto selló su billete para aterrizar
en Rusia y regresar a un Mundial 28 años más tarde. Sin embargo, el egipcio no
solo concedió su perdón al ladrón, también le ofreció dinero para rehacer su
vida otorgándole una segunda oportunidad. Sin duda, el karma debe andar
equivocado para gratificar su humildad en las citas clave del extremo.
“Fue una noche muy dura, pero soy
un luchador. A pesar de los pronósticos, tengo confianza en que llegaré a Rusia
para hacerles sentir orgullosos. Su amor y su apoyo me darán la fuerza que
necesito”. Nadie deberá olvidar los esfuerzos de Salah, por su presencia y por
intentar cambiar el rumbo de un partido que cada vez se complicó más. Ni
tampoco que logró anotar, desde los once metros, en su debut mundialista.
Un proverbio egipcio entona: “No pases la noche temiendo el mañana.
¿Cómo es el día siguiente? El hombre no sabe cómo es el día siguiente”. Egipto
no sabe cómo será su mañana. Sigue sin conocer la victoria en un Mundial.
Tendrán que esperar, de nuevo, para sentirse grandes en la mayor fiesta del
fútbol. Volver a creer, a luchar y a ilusionarse. Tendrán que venir nuevas
noches para el faraón, para darle felicidad a sus calles, a sus orígenes y
raíces, donde debió empezar a conquistar al balón en aquellos partidos en que
los equipos se escogían a dedo, las porterías se fijaban con dos piedras, los
campos se hacían estrechos y el fútbol se dictaba con fantasía.
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