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La vida después de Oblak

En los últimos días, cuece la información a borbotones por los medios de comunicación. Periódicos, radios y televisiones sueltan bombazos para luego recoger cable o volver a soltarlo: Jan Oblak quiere irse del Atlético porque no ha recibido oferta de renovación. El esloveno ha rechazado las dos misivas del club para ampliar su vínculo y su salario. El guardameta no está contento y se quiere ir en enero, pero se quiere quedar para ganar la Champions en el Metropolitano y luego, ya se verá.

Esta serie de incongruencias y de información cruzada solo se explican con una guerra de guerrillas entre las dos partes interesadas (club por un lado y jugador y agente por otro) con el medio de comunicación como vínculo que se frota las manos entre el batiburrillo de información que supone miles de clics a sus webs, más periódicos vendidos y sintonizar la televisión a la hora de la información deportiva para saber qué habrá comido hoy el esloveno.

Una guerra que solo puede acabar de dos maneras posibles y ¡Eureka!, sin jugar a ser adivinos ni creernos con superpoderes, son sumas evidencias: Oblak renovará y se quedará o no renovará y se irá. Para alargar los rumores, además, el esloveno se entrena a días en el gimnasio a diferente ritmo que sus compañeros y lleva varios meses con cuidados especiales por unas molestias que parecen no remitir y que de momento no le han hecho perderse ningún partido pero sí han provocado que el club viaje con tres porteros o que se haya tomado medio año sabático como internacional.

Torres, Forlán, Agüero, Villa, Diego Costa, Falcao, Mandzukic, Griezman… Luce el Atlético en los últimos diez años un particular gusto por el acierto a la hora de firmar delanteros. Más allá de errores puntuales como el de Jackson o el de Vietto, que no terminaron de cuajar, la punta de lanza parece ser siempre el puesto más adelantado de los ojeadores rojiblancos. Pero no puede quedar atrás el hecho de que la portería sea también uno de los puestos en los que mejor se refuerzan los rojiblancos.

Cuando el Atlético tuvo que relevar a un Leo Franco que ya había dado su mejor fútbol, lo hizo con Asenjo, adelantándose al Barcelona y a la Fiorentina. Hoy en el Villarreal, a Asenjo le pudo la presión del salto tan grande, le comieron las graves lesiones de rodilla y le acabó consumiendo un muchacho que venía de la cantera llamado David De Gea. Cuando el hoy portero titular de la selección puso rumbo a Mánchester, el Atlético se reforzó con un chico desconocido que venía cedido por el Chelsea y que hoy defiende la portería del Real Madrid después de dar años de alegrías a la hinchada rojiblanca y varios títulos.

Al belga le siguió el fichaje de Oblak, otro entonces desconocido para la mayoría que venía de cuajar medio año bueno con el Benfica y que entonces, por 16 millones de euros, se convertía en el portero más caro de la Liga. El resto de la historia es de sobra conocida y Oblak es hoy uno de los mejores porteros del mundo, si no el mejor. 

Nadie sabía el nivel que podía dar De Gea como profesional. Casi nadie conocía quién era Courtois y muy pocos intuían que Oblak acabara siendo lo que es hoy. Por eso, si Jan Oblak se marcha, el Atlético se reinventará. Vendrá uno peor, quizás igual o quién sabe si un chico aún mejor que Jan que aún esté por descubrir. 

Oblak es a día de hoy el mayor pilar del Atlético. Merece un sueldo de extraterrestre tan alto como el que más y que le den las llaves del Wanda Metropolitano y le pongan un busto en los aledaños si es menester. Su cláusula de rescisión es de 100 millones y su contrato hasta 2021. El Atlético no ve peligro alguno, pese a que Kepa ya ha costado 80, Allison 73 y que equipos punteros tanto en lo futbolístico como en lo económico, como el PSG, pueden buscar portero a corto plazo.

Pero si quiere irse, se irá, como ya lo hizo del Benfica, y no de muy buenas maneras, para llegar precisamente al Vicente Calderón. Porque Oblak, en silencio, desapareció, no se presentó a entrenar y estuvo semanas en paradero desconocido  hasta que el traspaso se cerró. 

El club ha de hacer todo lo posible para retener a uno de sus pilares. Pero, como reza el inicio de una canción, pasan los años, pasan los jugadores. Al final, lo que queda es la camiseta, el escudo (o lo que quieren hacernos creer que es el escudo). Prima el grupo por encima de lo individual. 

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