Con el reposo que el tiempo regala, es menos doloroso escribir sobre un tema tan dramático como delicado. Con la distancia física y el lamento eterno, el dolor deja juntar líneas sin tener que cerrar el portátil para dejarlo para otro momento en el que el sentimiento permita hacer tu trabajo. Para Hiroshi Kiyotake, el recuerdo jamás calmará la agonía que se llevó por delante su proyección futbolística y lo que es peor, su alma.
Con 26 años, el japonés desembarcaba en Sevilla dispuesto a dar el gran salto de su carrera. Tras liderar a Nuremberg y Hannover, el habilidoso mediapunta asiático aceptaba el reto de jugar en España y aprovechar sus minutos en la élite del fútbol europeo jugando en Champions League con el club de Nervión. Un sueño hecho realidad y que afrontaba con optimismo a pesar de los posibles problemas culturales y de adaptación que se le podría presentar en su nueva andadura.
La carrera de Kiyotake, aún así, nunca fue un camino de rosas. Decisivo en todos sus equipos hasta llegar a la capital andaluza, el de Ōita había vivido dos descensos de categoría en Bundesliga en sus 4 años en Alemania. Descensos que de manera paradójica, servían al polivalente futbolista japonés a seguir progresando en su carrera, abandonando el club que descendía por uno de mayor categoría.
Pero cuando la tragedia te persigue, es complicado esquivarla. En su nueva etapa con el Sevilla FC, Hiroshi sorprendió en sus primeras apariciones ante Espanyol o Eibar. Un gol, 2 asistencias y un sitio en el once titular de un Sampaoli encantado con el rendimiento del fichaje que Monchi le había obsequiado. Pero de buenas a primeras, Kiyotake desapareció de las alineaciones del argentino, incluso de las convocatorias. Sin saber porqué, uno de los futbolistas que más habían destacado en el inicio de Liga, caía en el ostracismo. Lejos de la realidad, la siempre recurrida ‘adaptación’ parecía ser la culpable.
Desde aquel partido contra el conjunto armero a mediados del mes de septiembre, apenas 45 minutos ante el Valencia en los siguientes 4 meses. Pocos en el vestuario sabían qué estaba pasando. El grado de la desgracia junto al carácter introvertido del jugador y la propia tristeza que atizaba a ‘Kiyo’ motivaba que apenas 2 o 3 compañeros supieran lo que realmente estaba sucediendo a más de 11.000 kilómetros del Ramón Sánchez-Pizjuán. El bebé de Hiroshi había perdido la vida en su país mientras el japonés, solo en una ciudad tan diferente a la suya, se encontraba bloqueado y literalmente abatido. Lejos de su familia, el jugador sevillista tan solo veía una opción que pasaba por salir en el mes de enero a su país natal.
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Inconscientes de lo que estaba sucediendo, en Alemania, España e Inglaterra, se interesaban en el mercado invernal en un futbolista con mucho fútbol en sus botas. Tampoco sabían que recibiese la oferta que recibiese, la decisión estaba tomada. Volver cerca de los suyos.
Kiyotake perdió a su hijo, el fútbol europeo perdió a un fantástico futbolista. La realidad acabó con el sueño de un padre que deseaba hacerse un hueco entre los grandes de su profesión. La tragedia azotó al japonés sin tener ningún reparo. Ahora, Hiroshi trata de perder su ya eterna infelicidad de la forma menos cruel posible, junto a su mujer. La vida es despiadada y cuando menos te lo esperas, te suelta el golpe más salvaje. Pero continúa. Suerte ‘Kiyo’.