La noche en la que los Oklahoma City Thunder sellaron su billete a las Finales de la NBA no fue una batalla, sino una exhibición. Los Minnesota Timberwolves, que llegaron a la serie con la ilusión de romper su techo de cristal, acabaron convertidos en figurantes de una tormenta perfecta: la de un Thunder joven, desatado y sin piedad, que los arrolló 124-94 en el quinto partido para cerrar la serie (4-1).
La contracrónica de este partido no se escribe desde la épica, sino desde la resignación. Minnesota anotó la primera canasta del encuentro, pero fue solo un espejismo: Shai Gilgeous-Alexander, MVP de la temporada y de la serie, respondió con una ráfaga ofensiva que abrió un parcial de 11-0 y, de paso, la puerta de salida a los Timberwolves. Al final del primer cuarto, el marcador era un sonrojo: 26-9 para OKC. Los Timberwolves, con solo tres tiros de campo anotados y 0/9 en triples, no se pareció a un aspirante al anillo.
La defensa de OKC: asfixia y sentencia
Mientras los de Minnesota acumulaban pérdidas (14 en la primera mitad, más que tiros anotados), la defensa de los Thunder convertían cada error en una transición letal. Gilgeous-Alexander (34 puntos, 8 asistencias, 7 rebotes) jugó a placer, secundado por Chet Holmgren (22 puntos, 7 rebotes) y Jalen Williams (19 puntos, 8 rebotes, 5 asistencias). El partido parecía sentenciado al descanso (65-32).
OKC, la resurrección de una franquicia
Para los Thunder, la noche fue la consagración de una reconstrucción modélica. Trece años después de su última final, y tras el éxodo de Durant, Westbrook y Harden, Oklahoma vuelve a soñar, esta vez liderada por un MVP que juega como si el futuro ya fuera presente.
