Hace solo medio año que no podía comprar alcohol, firmar un contrato de alquiler, viajar sin una declaración firmada o votar. Gavi cayó en la élite del fútbol como un meteorito que no se ha desintegrado, a toda velocidad. Su reciente mayoría de edad es solamente una trampa, contradictoria a un impacto ensordecedor. Hemos olvidado su gesto aniñado entre sus pasos agigantados, nos ha malacostumbrado y nos ha alejado del estupor. Ser protagonista en su primera final disputada nos recuerda una de las pocas evidencias que se sostienen en el fútbol a pesar de sus distintos estados de ánimo: hay jugadores que tienen un talento superior.
Muchas personas me cuentan que escuchan música mientras escriben. Las admiro. Yo necesito un silencio aplastante para juntar cuatro frases, trasladarme a otro planeta y, ahora mismo, imaginarme los cordones de Gavi haciendo mil piruetas; aunque lo único que tengo delante es un modesto portátil y una hoja de Word que me pide que la alimente. Necesito sacudir ese saco de virtudes y adjetivos embellecedores que cuelga de su espalda. Observar esa gabardina reversible. A ratos se coloca ese lado que despliega un gran repertorio técnico y otros el que muestra la garra de un animal competitivo. Su lectura y control le permiten ponerse lo que le sienta mejor.
Xavi ordenó sus figuras en el tapete con una estrategia amenazante para la espalda de los blancos. Una trama de novela policíaca. Bajo su planteamiento, apostando por un cuarto centrocampista disfrazado, Gavi se puso la careta de falso extremo y se lo pasó en grande. Sin duda, era su fiesta. Supo corregirle cada acento al guion. Una ilusión óptica imposible de rastrear. Una chispa capaz de conectar un circuito que lleva a la luz. El 30 pelea y defiende cada balón con una convicción pasmosa. No le gusta perder ni a las canicas. Su ambición es el hilo conductor de su argumento, el esfuerzo su modus operandi.
Con la misma seguridad que manifiesta un descarado que fanfarronea con un cigarrillo inclinado en los labios, Gavi, bajo una indescifrable precocidad y un papel absolutamente determinante, ha roto en pedazos el viejo concepto que tiñe de oscuro al lunes y le obliga a ser el día más despreciado de la semana. Incluso si le llaman Blue Monday. Le ha dado un manotazo a la tristeza. Aunque por la mañana haya sonado el despertador o la carretera esté atascada de vuelta a casa. Aunque el café tenga el sabor aguado y uno se haya pasado de parada. Los culés pasean hoy una sonrisa. No es un lunes cualquiera. La final en Riad es un nuevo capítulo de optimismo en la obligada transformación del Barça pero, sobre todo, es la consagración total del joven jugador en un escenario de peso. Gavi para los amigos, Don Pablo para los que lo padecen y le respetan.
Imagen de cabecera: FC Barcelona