“Hemos hecho historia”. Esas fueron las primeras palabras de Giampiero Ventura en la rueda de prensa posterior al Athletic – Torino. Y no era una simple aseveración, era una suerte de dardo disfrazado para los incautos y para los muchos incrédulos que pensaban, como un servidor, que este año el Torino se desinflaría hasta llegar a pelear por no descender y que acusaría sobremanera las insuficientes repuestas ante las ausencias de Cerci e Immobile. Eppur si muove.
Y es que el Torino no sólo ha hecho historia clasificándose para octavos de final de Europa League tras veinte años lejos del escenario europeo, no sólo se ha convertido en el primer equipo italiano en salir de San Mamés con la victoria en el bolsillo y con una ovación de postre, es que sigue conservando intacta la posibilidad de seguir escribiendo páginas doradas con sus gestas y de mantener vivo un sueño que no tiene meta definida porque el club granata ya ha roto el techo y se ha colado en casa de los vecinos europeos que viven en el piso de arriba tras sacudirse, y de qué manera, cualquier mota de complejo.
Un sueño construido por un hombre con los pies en el suelo, un arquitecto de lo mundano que ha logrado dar a un conjunto despojado de adalides y figuras, un gran porcentaje de la dimensión nacional y continental que por historia merece, no sin dificultades ni críticas. Ventura ha conseguido readaptarse y, por consiguiente, readaptar al Torino tras un inicio de campeonato repleto de dudas futbolísticas y de temores resultadistas. Un reseteo a un equipo que era plano, romo, vulgar, sin pólvora y sin chispa que ha cristalizado en éxito tras su necesario período de adaptación y que, para el técnico genovés de 67 años, supone la obra maestra en la extensa estantería de su infravalorada trayectoria en el Calcio.
El Toro estaba en barbecho, Ventura estaba pergeñando su nuevo códice, buscando un nuevo estilo dentro de un estilo inalterable. La mejora del Torino, que sólo ha perdido el partido de Coppa Italia contra la Lazio desde que cayese derrotado por Pirlo en el último suspiro del pasado derby della Mole, es fruto de su talento como técnico. Un crecimiento exponencial y prolongado que ha pasado por una ligera elevación de la disposición del bloque sobre el rectángulo de juego para compensar la pérdida de autosuficiencia y velocidad que aportaban los ya citados Cerci e Immobile, autores del 60% por ciento de los goles del Torino de forma directa durante la pasada temporada.
Una compensación perfecta de un evidente déficit de calidad diferencial entre los miembros de la plantilla que ha hecho del Torino un equipo con la misma intachable solidez defensiva que ya tenía -es la cuarta defensa menos goleada de la Serie A únicamente por detrás de Juventus, Roma y Fiorentina– pero con una mayor asunción de pelota y protagonismo y unos mecanismos hilados al milímetro que no dejan nada a la improvisación y que han permitido al conjunto piamontés no ser un equipo tan largo sobre el césped y aumentar así su efectividad de cara a puerta, el gran problema que tenía al inicio del curso.
Especialmente reseñable es la profundidad a través de los carrileros, fundamentales en toda la estructura granata como comprobó el Athletic a quien masacró las subidas tanto de Darmian como de Molinaro en los dos partidos de la eliminatoria europea. Con un centro del campo diseñado para el pressing, el quite, la intensidad, la fricción que tanto gusta a Ventura y el trabajo sucio, son los centrales los que asumen la salida de balón y los encargados de dar el primer pase o de superar la primera línea siendo capaces de dividir y lanzar al carrilero contiguo. No es casualidad que tanto Maksimovic como Moretti, los escuderos en la zaga de Kamil Glik (el verdadero icono de la filosofía ‘venturiana’), hayan jugado, el primero con el propio Ventura y el segundo en el Valencia por ejemplo, parte de su carrera como laterales.
Un motor diesel que tira de un arado que realiza los mismos movimientos una y otra vez, con paciencia, con mucha paciencia, con una perseverancia casi sectaria, sabiendo agazaparse una y otra vez y una y otra vez salir de la trinchera para lanzar el zarpazo. Algo así es este Torino 2.0. Cada puñetazo que lanza se fragua ahí, en defensa, de dónde parte todo el sistema de ayudas, desde donde salen y entran constantemente una colección de escudos escalonados que impiden, por su ingeniería, que el equipo quede en desventaja una sola vez ante la ofensiva rival.
El Torino vive hoy por hoy en una nube de la que no quiere bajarse y que lleva por nombre mentalidad ganadora y por apellido, espíritu combativo. Es capaz de afearle el partido hasta a la más guapa y de lograr ser resolutivo incluso en el intercambio de golpes ante casi cualquier adversario. Puede parecer normal pero lo que hace el equipo y lo que propone y consigue Ventura es algo extraordinario. Lo normal sería que se hubiesen desinflado como parecía, que amarrasen matemáticamente la permanencia a falta de tres o cuatro jornadas y que hubiesen caído eliminados con rotundidad en Bilbao.
Una exigencia estajanovista, un pragmatismo lúcido y una competitividad genuina son la santa trinidad de un equipo construido a base de descartes, de veteranos y de jóvenes procedentes de un mercado de segunda fila. Actores protagonistas que han permitido al Toro pasearse por Europa como antaño, con la cabeza bien alta y con la frase ‘duri a morire’ tatuada a fuego en su ADN. “Muchos pensaban que sin Cerci e Immobile se nos había olvidado jugar al fútbol”, decía Giampiero Ventura tras superar el bache de resultados e instalarse en la imbatibilidad hace un puñado de semanas.
A Ventura, el entrenador más veterano de la Serie A, le pone lo que hace y se nota. Y también le pone tener razón. Y la tiene casi siempre. Un hombre de mirada penetrante, de frente arrugada y de agrio carácter que se ha pasado media vida esperando liderar un proyecto como éste, con su firma y sello, tras haber pasado la mayor parte de su carrera por los campos de Serie D, Serie C –donde fue el primer entrenador de De Laurentiis en Napoli- o Serie B en el Vicenza, Verona, Lecce, en la Samp de sus colores o en Pisa y que en sus pocas experiencias en la máxima categoría en Cagliari, Udine y Messina no había logrado afianzarse.
Tuvo que llegar a Bari en 2009 en sustitución de Antonio Conte para lograrlo, para hablar alto y claro, para ganarse el sobrenombre de ‘Míster Libido’ y para cosechar la mejor temporada en Serie A de la historia del club pugliese. “No me pidáis que mi juego sea igual de Conte porque es el juego de Conte el que guarda similitudes con el mío. Yo entreno por la libido que me produce hacerlo”, fue su carta de presentación al aterrizar en el San Nicola. “Lo importante no es aparentar sino ser”, añadió después, sin alterar el rictus. Giampiero Ventura nunca ha tenido complejos ni temores futbolísticos. Como ahora tampoco los tiene el Toro, su obra maestra. La obra maestra de un picapedrero que, a base de picar piedras, se convirtió en escultor.
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