Pasan los días, pasan los años y hay algunos cosas que no cambian. Y nunca cambiarán. Siempre habrá amor y odio, el poder de seducción, el del enfado y el perdón. Las miradas de hoy y mañana, como las de ayer no dicen letras ni forman palabras pero lo expresan todo. El enigma, el misterio y la inquietud recae sobre los ojos. Los paseos sirven para reflexionar y el vino para simpatizar.
En el fútbol, el jugador es esclavo del balón, el cuero rodante que dictamina sentencia y no es dueño de nadie. Hay jugadores que hacen maletas, viajan y cambian de aires, y entre eso, con los años, envejecen, pierden velocidad, chispa y regate. Bajo los ojos del espectador, hay algo más enigmático que la mirada de todos y es él, Gerard Deulofeu, el líder de la Sub-21 por mucho tiempo atrás. Puede haber cambiado en imagen pero sigue siendo el alma joven que debutó de la mano de Lopetegui tiempo atrás.
El testigo de la juventud no es fácil de pasar. Durante mucho tiempo has de lidiar con él. Muniain o Diego Capel bien no sabemos si ya lo pasaron o siguen todavía con él. Pero ahora está de moda, el papel de Deulofeu. El pasado jueves, la Sub-21 perdía por goleada ante Croacia lo que significaba la pérdida del primer puesto y la complicación del Europeo. Ya no dependen de sí mismos para su participación.
Tras ello, Deulofeu ha limpiado la imagen de la Selección con un tanto solitario ante Noruega. Da oxígeno y respiro, el catalán, resolutivo y diferencial en acciones puntuales. Capitán de la Sub-21 es el líder del combinado de Albert Celades. De sus botas nacen las mejores jugadas del cuadro nacional y va camino de encontrar la eterna juventud. Con 22 años, cuenta con más de 70 partidos en las categorías inferiores de la Selección aunque nuestra mente recuerden muchos más. Entre F.C.Barcelona y Everton ha vivido lo suficiente para liderar a esta Selección y su calidad nadie la discute. Tiene otros aspectos a mejorar, quizás sean el motivo de su estancamiento en las inferiores de la Selección pero de su liderazgo cuando las cosas marchan mal, no hay nada que objetar.