Cuando Imanol Alguacil asumió por segunda y definitiva ocasión el banquillo del primer equipo de la Real Sociedad a finales de diciembre de 2018, el conjunto txuriurdin se encontraba apenas tres puntos por encima de los puestos de descenso y venía de tratar de consolidar sin éxito un proyecto deportivo, con Asier Garitano al frente, a través de unas intenciones y sobre unas convicciones diametralmente opuestas a lo que hoy todos conocemos y reconocemos como el estilo propio e inherente de la Real.
Un estilo propositivo, dominador, asociativo, ofensivo, estético, arraigado y altamente competitivo que, de la mano de su fantástico actual entrenador y mejor hincha—esa rueda de prensa posterior a la final ya ha pasado a los greatest hits del género—, ya dejó ver sus grandes posibilidades con efecto inmediato en su momento y, poco más de dos años después, ha conducido al club donostiarra al mayor éxito de los últimos treinta años de su historia.
Un recorrido sembrado hasta hacer germinar un vergel de juego —con Alguacil, la Real Sociedad ha sido el equipo de La Liga que ha ejecutado con mayor regularidad, coherencia, gusto y tino una idea de juego protagonista— con las semillas del sentido de pertenencia que aflora en el grueso de la plantilla y en el propio Imanol y que ha eclosionado en forma de título con la decisiva dirección de campo del técnico guipuzcoano en el día D de la final de Copa.
El Athletic Club comenzó el encuentro compitiendo mejor y dominando territorialmente a través de una efusiva y ajustada presión en campo rival que obligaba al equipo realista, incómodo y extremadamente cauto para no cometer errores por dentro en los inicios, a depender en exceso del acierto de Álex Remiro en largo sobre Mikel Merino para intentar jugar a lo que querían en campo rival, pero siempre a partir de la condición de ganar la segunda acción, o en su defecto, de los envíos de Andoni Gorosabel o Nacho Monreal (registraron entre ambos un pobre 3 de 14 en envíos largos en el encuentro) sobre Portu o Alexander Isak al espacio a la espalda de Yuri Berchiche o de los centrales, respectivamente.
Un contexto de clara ventaja para que Dani García o Unai Vencedor llegasen a las ayudas o para que Yeray Álvarez e Iñigo Martínez se impusiesen por arriba o acudiendo al corte debido al gran tiempo que tenían para leer y detectar los movimientos en busca de esos pases largos y que permitía a los de Marcelino García Toral amenazar con su principal arma: la transición corta tras robo que muy pronto iba a mostrarse como su único e inhabilitado recurso ofensivo.
Fue entonces, alrededor del cuarto de hora de juego, cuando llegó el ajuste de Imanol Alguacil que terminó por decidir el dominio del encuentro y, a la postre, el título. Martín Zubimendi comenzó a organizar los primeros pases insertado entre los centrales y a partir de ahí la Real pudo empezar a disolver y a eludir la presión del Athletic, comenzó a progresar por abajo con mucho peligro y empezó a llegar a campo rival con posibilidades palpables de crear peligro.
Con el canterano entre centrales, Mikel Merino se situaba asiduamente en su vertical en pleno círculo central y David Silva venía al apoyo de espaldas desde su segundo escalón de la medular para activar el tercer hombre y dar aún más aire a la progresión. Estos movimientos obligaban a Raúl García o Iñaki Williams a quedarse con Merino, los laterales de la Real podían por fin ascender unos cuantos metros su posición y con ellos también se retrasaban Iker Muniain por la izquierda y Álex Berenguer por la derecha, aunque defendiendo normalmente en intermedias a fin de proteger los pasillos interiores, sin atreverse a emparejarse en un tres para tres ante la salida de una Real que, como valor añadido, siempre iba a contar con el valiosísimo pie de Remiro para jugar en largo y así explotar todavía mejor la búsqueda de los alejados, ahora con mayores espacios para enviar el cuero entre líneas si el Athletic decidía seguir yendo muy arriba y con muchos efectivos a presionar la fase de inicio de los txuriurdin.
La Real, aunque continuó prefiriendo salir por fuera, generalmente por Gorosabel, para evitar riesgos innecesarios y no darle a su rival la opción de explotar su principal virtud y aunque tampoco inquietó demasiado a Unai Simón con ocasiones nítidas, se hizo de forma inequívoca con el control del choque por medio de su infinitamente superior sentido asociativo a nivel colectivo y pudo salir de una manera muchísimo más cómoda porque el Athletic, simplemente, ya no llegaba a tiempo a sus recepciones. Un movimiento 100% de entrenador y 100% de pizarra que desconectó del juego por completo a todo el frente de ataque athleticzale.
A lomos de su inquebrantable idea de juego, que es la misma que le hizo cambiar la dinámica en aquel invierno de la temporada 2018/2019 hasta alcanzar la presente gesta histórica, el conjunto realista impidió al Athletic siquiera aspirar a pelear por el dominio en ningún momento del partido, ya que, perdiendo la pelota mucho más arriba que antes, la Real pudo controlar muy bien a Munian entre líneas y, a su vez, los de Marcelino nunca fueron capaces de construir transiciones más largas a partir de cadenas de dos o tres pases verticales que le permitieran encontrar a Williams o a Berenguer al espacio para enfocarse rápidamente hacia portería, por estar muy exigidos en las persecuciones y la defensa de los pasillos interiores.
Para colmo, el Athletic tampoco logró, desde un juego más directo, llegar a un Raúl García que estuvo en todo momento muy bien defendido por Merino y Robin Le Normand, hasta el punto de hacer parecer al navarro mucho menos exuberante en el duelo físico que de costumbre (solo ganó el 46% de las disputas aéreas cuando promedia un 62% de éxito en La Liga) para así refrendar un dominio situacional y táctico sobre su rival mucho más manifiesto que lo que el cerrado partido que estaban disputando los futbolistas sobre el campo indicó al final. Ese fue, en suma, el factor determinante, parido desde la mente, la dirección de campo y la lectura estratégica de Imanol Alguacil, para que la Real Sociedad le diese la vuelta al juego y se acercase definitivamente al anhelado instante de alzar al cielo de Sevilla su tan merecida Copa.
Conducir al equipo al que diriges desde el banquillo a su primer título en 34 años debe ser un hecho glorioso, pero hacerlo mientras te bullen en el corazón los colores txuriurdin —la camiseta que Imanol se puso en la rueda de prensa posterior ya la llevaba tatuada por dentro de la piel de serie— y siendo un factor individual —sí, los entrenadores también pueden serlo algunas veces— tan marcado para desequilibrar tácticamente la final, lo convierte en una circunstancia aun más titánica, más memorable, más histórica y más real. Mucho más Real.
Imagen de cabecera: Imago Images
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