No importa cuántas veces parezca imposible, el Real Madrid siempre encuentra el camino en la Champions League. Lo demostró en 2017 ante el Bayern en el Bernabéu, en 2022 contra el City con dos goles en el 90’ y lo volvió a hacer anoche en el Metropolitano, en una eliminatoria que parecía escaparse. Durante 120 minutos de batalla contra el Atlético, el partido pasó del drama a la tensión absoluta, con el destino de la eliminatoria decidido en una tanda de penaltis que quedará para el recuerdo.
Todo apuntaba a que esta vez no. A que los del Cholo Simeone, por fin, habían aprendido la lección. Que su orden, su intensidad y su ventaja tempranera serían suficientes. Pero la Champions es un torneo con memoria, y cuando el Real Madrid está en el campo, la historia tiende a repetirse.
Gallagher encendió el Metropolitano antes de que muchos se hubieran acomodado en sus asientos. Un error en la salida, un centro de De Paul y un gol que ponía la eliminatoria al rojo vivo. Durante el resto del partido, el Atlético jugó como si tuviera claro lo que debía hacer: esperar, desgastar, aprovechar las contras. El Madrid, en cambio, parecía atrapado en un partido espeso, sin ideas, sin soluciones. Tuvo la llave en un penalti de Mbappé sobre Vinicius, pero el brasileño lo lanzó con más rabia que precisión y la pelota se perdió en el cielo de Madrid.
El tiempo pasó y llegó la prórroga. Se alargó el suspense, el miedo y la sensación de que el desenlace estaba escrito en alguna página que ya habíamos leído antes. La tanda de penaltis fue un reflejo de todo lo que vino antes: Julián Álvarez resbaló y su gol fue anulado por el VAR. Llorente, canterano blanco, falló el suyo como Juanfran en 2016. Y cuando Rudiger caminó hacia el punto fatídico, el Metropolitano contuvo el aliento porque, en el fondo, todos sabían lo que iba a pasar.
Otra vez, cuando parecía que todo estaba en contra, el Real Madrid volvió a hacerlo. Es su esencia. Es la Champions.