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La amargura de una temporada 2013-14 para olvidar

Domingo ORTIZ – Sonrojante. Así se podría definir la temporada del Valencia a falta de siete jornadas para acabar el campeonato doméstico y de la vuelta de cuartos de Europa League del próximo jueves en Mestalla. A una afición pisoteada por los incesantes y perennes disgustos solo le quedaba el atropello de Basilea. Con autobús y en un paso de peatones. No suficiente con la mediocridad implantada en Liga, el valencianismo tuvo que conciliar el sueño en una de esas noches fuliginosas y sombrías donde el azabache encuentra ocupación en cada pensamiento. Un dramón abusivo para una feligresía necesitada de regocijos. Y mira que se había vendido desde dentro que la Europa League era el desagüe para evitar la inundación. Se apostaba todo a una carta, de ahí la bajada de brazos en los partidos ligueros. Pero fueron meras conjeturas. La realidad señaló un pasaje bien distinto. El Valencia perdió el respeto a los suyos en una primera parte vergonzosa, degradante e indecente que le costó una renta (2-0) imposible de digerir. Y no es el dato numérico, es la puesta en escena. Con atuendos de indolencia, andaban, trotaban, se miraban a la cara diciendo aquello de “corre tú que a mí me da la risa”. El Basilea, que llegaba sin su dinamita habitual y que escuchaba grillos desde la grada, arrinconó a los de Pizzi desde el vigor y la energía. Sí, algo que debería ser imperdonable no ponerlo en el campo todos los partidos, pero más, en unos cuartos de final de una competición europea. Delirante.

Después de la calamidad no era complicado el lavado de cara. Con muy poco se iba a mejorar. Vargas tuvo la noche. La de hacer olvidar a Abreu, digo. El Valencia quiso pero no pudo encontrar ninguna vía que le metiera de nuevo en la eliminatoria. Y se llevó la “Stockada” en el añadido (3-0). A no ser que la épica se escriba en Mestalla el próximo jueves, el Valencia pone fin a la temporada un 3 de abril. Un descabello para sacar con mulillas a todos los responsables. Ni se tiene un equipo superior al de la temporada pasada ni se ha mejorado en el mercado invernal. Todo lo demás son balas de fogueo le pese a quien le pese. Ojalá en una semana el milagro aparezca por la Avenida de Suecia y se puedan jugar unas semifinales europeas, pero el libro 2013-14 tiene demasiados capítulos de contrariedades y amarguras. El empirismo es una teoría filosófica que enfatiza el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. Y enhebrando lo visto hasta el momento, no hay nada palpable para creer en el equipo. Y, francamente, nada portaría mayor felicidad al valencianismo que finalmente ocurriera la remontada, pero aferrándonos a los antecedentes y al contexto, parece un sueño inviable.

Solo la venta del club a un multimillonario resetearía las ilusiones de una afición demasiado castigada por la mediocridad. Es obligado que el ganador devuelva al murciélago, espantado por momentos y con ganas de volar y desvincularse, al lugar que se merece. Por historia y masa social. El escudo del Valencia es demasiado grande como para ir mancillándolo y ultrajándolo de esta forma tan improcedente y gratuita. Su gente está cansada de los brotes coloreados en sus rostros por vergüenza, está agotada de ilusionarse y acabar socavada y carcomida. El giro de manivela es forzoso y ha de llegar cuanto antes. No hay nada más triste en el fútbol que, a falta de meses para la conclusión de una temporada, se halle el vacío y la nada. Y, salvo milagro, se está en esa tesitura. Como decía el gran Rafa Benítez “nos quedan dos meses de aguantarnos”. Pues eso. Paciencia, cautela y a partir de ahí, apertura de ventanas, aire fresco y oxígeno. Es necesario otear el horizonte.

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