Jorge Luiz Frello Filho cumplió en diciembre 23 años. Una edad crucial para cualquier futbolista, que en muchos casos se encuentra a estas alturas ante un punto de inflexión en su carrera de cara a dar un definitivo salto de nivel futbolístico. Joven todavía, pero ya maduro y con una cierta experiencia. A Jorginho, como le conoce la mayoría, este momento no le ha sentado nada bien.
Brasileño de Santa Catarina, zona de emigrantes europeos, Jorginho llegó con 15 años a Verona para probar suerte en el fútbol europeo y unos meses después entró en la cantera del Hellas. En 2011, con 20 años, debuto en el primer equipo scaligero, que acababa de salir del infierno de la Serie C, y enseguida se consolidó como figura clave del equipo en sus dos buenos años en Serie B antes del ascenso.
Jorginho se ha alejado siempre de los tópicos futbolísticos sobre los brasileños. Lejos de florituras y jugadas de cara a la galería, se caracteriza por su simplicidad con el balón. Juego fácil, efectivo y sobre todo influyente. Sus movimientos en ataque son siempre inteligentes y sabe elegir perfectamente si iniciar la jugada en corto o en largo, cuándo conducir y cuándo soltar el balón y administra con cabeza sus llegadas al área. Un futbolista diferencial en el mediocampo y el ataque.
Puede jugar en cualquier posición de la medular. Comenzó como volante, el típico mezz’ala italiano con proyección ofensiva, pero tras la baja de Tachtsidis comenzó a bregarse también como regista, posición en la que se consolidó en sus primeros meses en Serie A. 18 partidos con 7 goles que convencieron al Napoli para ficharlo en el invierno de 2014.
La influencia de Jorginho en el Verona, revelación de ese inicio de campeonato, era tal que en los tres meses posteriores a su marcha el equipo solo venció dos partidos. Y enseguida fue determinante en el Napoli, adaptándose a la perfección a las necesidades de entonces del equipo, un mediocampista capaz de organizar la potente artillería partenopea.
Eran los meses previos al Mundial de Brasil y se habló con insistencia de una posible convocatoria con Italia. Con un tatarabuelo de Lusiana, en la provincia de Vicenza -de allí el apellido Frello- Jorginho habría pasado a formar parte de la larga lista de oriundi de la selección italiana, como recientemente hizo su paisano Éder. La llamada nunca llegó y el estancamiento de la carrera de Jorginho comenzó a forjarse.
La actitud de Jorginho sobre el campo puso el primer obstáculo en su camino y Rafa Benítez el segundo. El equipo partenopeo no paraba de hacer gala de su irregularidad y Jorginho se sumió en la espiral negativa del equipo, cada vez más incómodo y encorsetado en el innegociable doble pivote del técnico español. Benítez apostó por la los esforzados David López y Gargano, hasta entonces casi descartado, antes que por la calidad y el temple de Inler y Jorginho, que quedó como última opción.
En un punto clave de su carrera, Jorginho se encuentra ahora atascado. De tener la selección a un paso a estar en un tercer plano en Napoli en menos de un año. Jorginho ha perdido su sitio y no sabe cómo recuperarlo. El Verona todavía mantiene un 50% de sus derechos -la copropiedad debe ser resuelta este verano- y su futuro podría estar lejos de su actual club, en busca de encontrar el lugar donde dar el salto definitivo.