Jesé Rodríguez está cerca de poner punto y final a su particular Odisea. Como en la obra de Homero, el héroe siempre vuelve a casa. Y el canario lo hace oliendo la sangre, con su particular voracidad y sus dichosos ligamentos a punto. Solo el tiempo decidirá si la historia puede convertirse en leyenda.
El balón se eleva con paso de equilibrista por encima de la línea de cal buscando deliberadamente a la última perla de camiseta nácar. La batalla está perdida, pero Jesé nunca se rinde y, como si de un Aquiles canario se tratara, se lanza a por el esférico como el héroe homérico a por la ciudad de Troya. Del primer envite sale victorioso, pero el balón ha quedado suelto, paseándose libre en dirección al banderín de córner. El guanche rastrea el terreno y se encuentra con la mirada de un defensa alemán que le parece sospechosa. Quién dijo miedo. Coloca su cuerpo de labriego salvaje entre el esférico y el contrario cuando, de pronto, ocurre.
El chasquido puede escucharse en el interior de todos los madridistas. Jesé representa para ellos el fin de un período durante el cual han tenido que observar la acera de enfrente huérfanos de canteranos con solera. Desde el Santo de Móstoles y el Tábano de Oro de Marconi, el papel de la cantera se ha limitado a servir de improvisados secundarios, Pavones con temporada y media de caducidad. El canario parece diferente. Trofeos individuales y colectivos en europeos y mundiales sub no sé qué, récords quintabuitreros en el Castilla y actuaciones estelares en Plazas de Primera como Mestalla, el Calderón, San Mamés… poco a poco se intuye la leyenda que tantas veces se ha intuido infundadamente.
El punto álgido de este relato se alcanza en la doble confrontación con el Atlético en Copa del Rey. Las plegarias por el alma de Cristiano cruzaban ya la Castellana, llegando hasta los vecinos apaches que se relamían ante la ausencia del Bicho. Desconocen que su sustituto será un chaval al que apodan cariñosamente Bichito (¿a qué se deberá esta paronomasia entre apodos?). Lo descubren pronto. Encuentro de ida. Segunda parte todavía virgen. Una figura fideítica, de cuyo nombre no quiero acordarme, filtra un maravilloso pase de exterior que sortea las afiladas piernas colchoneras. A su encuentro llega nuestro hercúleo protagonista (perdonen la reiteración mitológica) y con un toque sutil, descarado y, como las islas, afortunado introduce el balón en la portería del ogro belga.
Más tarde se cocinaría la tragedia a la que nos referíamos en los primeros renglones. Para entonces, Jesé ya había entrado en los corazones blancos de forma silenciosa y perspicaz, como los griegos en Troya, pero con una virulencia suficiente como para que ahora, cerca de nueve meses después, los aficionados sonrían al recordar al heredero de Cristiano Ronaldo. Las frases en las distintas redes sociales cargadas de filosofía reggeatonera dejarán de ser la única referencia que nos llegue de este joven jugador a quien la tempranera fama cargó de nubarrones tras los cuales se adivina una personalidad a prueba de roturas de ligamento.
Se acerca el día. El ejército del Agamenón de la Ceja Arqueada parece destrozar las jornadas con un juego como hacía tiempo que no se desplegaba en el Bernabéu, pero al fondo se intuye ya la robusta figura del señor Rodríguez, erguida y orgullosa. El pueblo, deseoso de conquistas, aplaude la llegada de su particular Pies Ligeros. Ya lo dijo Homero: dejemos que el pasado sea pasado. Porque Jesé, como los héroes griegos, siempre vuelve a casa.