Hay deportistas fáciles de admirar. Messi, Cristiano, Usain Bolt, Valentino Rossi, Lebron James, Stephen Curry, Michael Phelps… componen una larga lista de deportistas que los niños toman como referentes desde que se inician en el deporte en cuestión. Curiosamente, también son los que más haters tienen, pues es inevitable que les surja un antagonista en la lucha por ser el mejor y no está bien visto ser de Messi y CR a la vez. O de Curry y de Lebron.
También, hay otro grupo de deportistas estándar que pasan inadvertidos. No se meten con nadie, no molestan a nadie y no suscitan mucho interés salvo en ocasiones puntuales: que le meta el gol de la victoria a tu equipo en el último minuto, que te arrebate un campeonato o que sea el verdugo de tu ídolo. Motivos puntuales que harían que lo amases o lo odiases, dependiendo de tu bando. Pero solo en ocasiones determinadas. Deportistas que son difíciles de admirar. No por méritos, que sería lo obvio, sino porque no está bien visto. Desde niño siempre te preguntan: ¿eres del Barça o del Madrid? No te preguntan: ¿eres de -introduzca aquí equipo modesto-? Salvo si es el de tu ciudad, que sino lo eres se trataría de una ofensa.
Lo mismo sucede con ciertos futbolistas y entre todos ellos, destaca un nombre. Un jugador que sorprenderá si es tu ídolo, que te preguntarán porqué compraste su camiseta en lugar de la de un compañero, que si dices que admiras, en vez de alabarlo, buscarán razones que lo justifiquen. Cómo si cada partido suyo no fuese suficiente. Y ese es James Milner. El “aburrido” James Milner.
Milner no es un jugador espectacular. No es el más rápido, ni el más fuerte. Tampoco es el máximo goleador de su equipo, ni el que reparte más asistencias. Milner no hará un regate que dé la vuelta al mundo, ni unas declaraciones altisonantes. Tampoco se cambiará en su vida de peinado, ni cubrirá sus brazos con tatuajes o su cara con pendientes. No verás a Milner subiendo fotos provocativas a Instagram, ni mucho menos te aburrirá con constantes anuncios de comida, cosméticos o casas de apuestas. Y os reto a preguntar a todos los niños pequeños que conozcáis iniciándose en el fútbol por su ídolo. Ninguno dirá James Milner, y me sorprendería que alguno lo conociese. Milner es un jugador fácil de odiar y difícil de admirar.
Eso es algo que no entiendo. Con tan solo 16 años debutó en la élite, con el Leeds. Ha pasado por todas las categorías inferiores de la selección inglesa hasta llegar a la absoluta, con la cual ha disputado más de 60 partidos y ha sido capitán. También ha capitaneado al Aston Villa y al Liverpool, desde su primer año como red, en la Premier League. Ha jugado como mediocentro, mediapunta, volante por derecha e izquierda, e incluso como delantero centro hasta su llegada a Anfield. Donde, para colmo, tuvo que desempeñar como lateral izquierdo por las lesiones y se ha ganado el puesto.
Es buen defensor, no pierde balones, los recupera, un guante a balón parado, defiende a sus compañeros, sus colores, instruye a los más jóvenes. No da una patada fea tras recibir un caño, no provoca a los rivales, se alegra por sus compañeros aun si no participa y está siempre a disposición del míster para lo que éste necesite. ¿Por qué esto no es un ejemplo?
Está claro que el show prima por encima de todo. Y James Milner no participa del show. El fútbol es su trabajo, y no se recordará un día que haya faltado o lo haya hecho de forma nefasta. Milner es funcionalidad, funcionalidad al servicio de la técnica y la profesionalidad. Desde 2010 ha lanzado diez penaltis y los ha marcado todos. Ostenta el récord -que puede superar- de no haber perdido ninguno de los 46 partidos de Premier League en los que ha marcado: 46, con 36 victorias y diez empates. En fin, no entiendo porque no está de moda pero yo, personalmente, quiero jugadores así en mi equipo. Qué sabré yo de fútbol, ¿verdad? Pues pregúntenle a Pellegrini, Rodgers, Mancini, Klopp o Hodgson.