El día que la brasileña Ivonette Balthazar considera como el de su segundo nacimiento fue también el último de la vida de Stefan Henze, un ex deportista alemán fallecido en una de las historias trágicas de los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Henze murió hace un año (15 de agosto) en un hospital debido a los golpes que sufrió en la cabeza tres días antes, después de que el taxi en el viajaba junto con otro miembro de la delegación germana de piragüismo perdiese el control y se estrellase con un poste en la ancha Avenida das Américas, en Barra da Tijuca en el oeste de Río.
La tragedia enlutó entonces al deporte olímpico, pero también le regaló una nueva vida a Balthazar, hoy de 67 años. La brasileña esperaba entonces desde hacía 18 meses, casi desahuciada y postrada en su cama, a un donante de corazón, ya que el suyo funcionaba sólo a un 30 por ciento de su capacidad tras un infarto que sufrió en 2012.
Henze, entrenador de piragüismo de 35 años y él mismo medallista de plata olímpico en Atenas 2004, llevaba un carnet que autorizaba la donación de órganos en caso de muerte. Su familia dio la autorización muy rápido y la llamada telefónica del hospital le llegó a Balthazar en cuestión de horas, porque en momentos como esos es clave no perder tiempo para el trasplante.
«Cuánta generosidad», dice hoy Balthazar, con lágrimas en los ojos en la casa de su hija en el barrio carioca de Copacabana. «Aceptaron hacer algo así en un país desconocido, para gente desconocida. A mí Río 2016 me regaló una nueva vida. Yo estaba preparada para morir», asegura.
Su vida empieza ahora a volver poco a poco a la normalidad, aunque el camino de su recuperación plena es largo y complejo. «El día a día es difícil«, cuenta.
Ya no tiene que tomar hasta 40 medicamentos distintos para evitar que su cuerpo rechace el corazón, como en los primeros meses tras la operación, pero su físico está débil aún, y a menudo amanece con fiebre o sufre resfríos persistentes.
Tampoco puede caminar mucho todavía, ni exponerse al sol o comer cualquier cosa. «Sueño con volver a comer camarones», dice sobre su plato favorito. El martes, dice su hija Renata, de 39 años, celebrarán con un pastel el primer aniversario de la nueva vida de su madre.
La gratitud con los parientes de Henze es enorme. «Si hubiese sido mi hijo, yo no sé si hubiese tenido la conciencia de que podía donar», admite Ivonette Balthazar, madre de Renata y Fabio, y abuela de cinco nietos. «»Me gustaría conocerlos, abrazar a esa madre y a ese padre«.
Después de la operación, la familia Balthazar envío el año pasado una carta de agradecimiento a través del consulado alemán en Río. La misiva llegó, les aseguraron, pero nunca han tenido contacto con los Henze.
«Es su decisión y la respetamos«, dice Renata. A las diferencias culturales -el mayor apego a la privacidad de los alemanes y la actitud más abierta de los brasileños- se suman el dolor de la familia de Henze, pero también probablemente la distinta aceptación de la donación de órganos en ambas sociedades.
En Brasil, como en otros países de Sudamérica, se ve con mayor recelo la idea de donar, por el temor al tráfico de órganos.
La familia de Henze no quería que la donación se haga pública, pero en Brasil, pese a que la leyes también garantizan el anonimato, el caso trascendió ya durante los Juegos debido a las circunstancias extraordinarias.
El jefe de entrenadores de la federación de piragüismo de Alemania, Michael Trummer, reiteró ahora el pedido de privacidad. Todos quieren «que los familiares encuentren la tranquilidad y la paz, y recuperen sus vidas, en la medida de lo posible«, explicó.
Ivonette Balthazar espera que su caso impulse la donación de órganos en Brasil y planea asistir a dar charlas sobre el tema a la que es invitada como una de las beneficiadas.
Renata cuenta que les gustaría además hacer un viaje a Europa el próximo año, al Santuario de Fátima en Portugal. Y quizá hasta podrían ir a Alemania, se imagina. «A decir gracias personalmente».
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