De
todos los deportes, el tenis es uno de los más justos. Normalmente, gana el
mejor. Pero también es el más cruel. Cuántas finales de Grand Slam se han
decidido por pequeños detalles en las que cualquiera de los dos contendientes
podría haber alzado el trofeo. Cuántas. Y en ciertas ocasiones, el perdedor es
protagonista en varias ocasiones a lo largo de una misma generación. Jugadores
destinados a no ganar nunca.
En
la década de los años 90, un croata llamado Goran Ivanisevic asombraba al mundo
con un servicio espectacular que le colocaba en las quinielas para, cada mes de
julio, intentar ganar el torneo de Wimbledon. Sin embargo, coincidía en una época
en la que coexistían muchos grandes sacadores, como Pete Sampras. De esta
forma, el bueno de Goran intentaba un año tras otro ganar el torneo que siempre
había soñado vencer.
De
hecho, fue en Londres donde se dio conocer. Corría el año 1990 e Ivanisevic,
que tenía 18 años y no figuraba ni entre los 50 mejores del mundo, llegó hasta
semifinales a base de saquetazos. Sin embargo, en la penúltima ronda le
esperaba el tricampeón del torneo y vigente ganador del certamen. Boris Becker
le derrotó en cuatro competidos sets, pero Ivanisevic ya había dejado su
impronta.
Dos
años después, ya establecido en la élite del tenis mundial -era número 8 del
mundo con 20 años-, Ivanisevic se coló en la final tras tumbar en cuartos a
Stefan Edberg, dos veces campeón en Londres, y en semifinales a otro joven
sacador llamado Pete Sampras. En la final le esperaba André Agassi. Por
características de juego, la hierba se adaptaba mejor al juego de Ivanisevic,
con lo que era favorito. Sin embargo, el estadounidense templó mejor los
nervios y se hizo con el trofeo al vencer 6-4 el quinto set.
En
1994 llegaría otro oportunidad para el croata. Mejor preparado, se plantó en la
final cediendo sólo un set por el camino, aunque en la última ronda le esperaba
Sampras, vigente campeón y ya por aquel entonces número 1 del mundo. No hubo
color: el estadounidense fue superior en los dos tie-breaks que jugaron y se llevó su segundo título de Wimbledon,
dejando a Ivanisevic, una vez más, con la miel en los labios. No obstante, el
croata sólo tenía 22 años y mucho camino por recorrer.
Al
año siguiente, Sampras volvió a cruzarse en el camino de Ivanisevic. Esta vez
fue en semifinales, pero en un partido mucho más ajustado: el croata llevó al
campeón al quinto set, pero allí sucumbió. Posteriormente, en 1996, ya con 24
años, Ivanisevic dejaría escapar otra ocasión: el invencible Sampras caía en
cuartos de final, pero en el mismo día, Goran también cedía ante el
sorprendente australiano Jason Stoltenberg. Ni en el año en que Sampras quedaba
apeado por otro jugador era capaz de ganar. La frustración comenzaba a hacer
mella en Ivanisevic.
Tras
un descalabro en 1997 -perdió en segunda ronda con Magnus Norman-, Ivanisevic
volvió a plantarse en una final en 1998, la tercera de su trayectoria en
Wimbledon. Había vencido en un partido agónico a Richard Krajicek -campeón en
1996- y tenía que enfrentarse, una vez más, a Sampras, que buscaba su quinto
título. Pese a ganar el primer set y llevar la contienda a la quinta manga, el
cansancio hizo mella en el balcánico y volvió a perder: 6-2 a favor de Sampras
en el quinto set. Ivanisevic tenía ya 26 años y seguía sin ganar el trofeo que
estaba destinado a levantar.
Desde
esa derrota, Ivanisevic no volvió a ser el mismo. Perder por tercera vez le
afectó más que nunca y, además, las lesiones empezaron a pasarle factura. Y es
que el físico no perdona a un jugador con una mecánica de saque tan particular.
Ni en 1999 ni en 2000 tuvo opciones de ganar y todo el mundo le daba ya por
acabado. Al año siguiente, en 2001, ocupaba el puesto 125 del ránking y la
organización de Wimbledon le otorgó una invitación -por ránking no entraba en
el cuadro principal-. Y allí sucedió lo imposible.
Los
astros comenzaron a alinearse cuando, en la jornada de octavos de final, Pete
Sampras, campeón de siete de las ocho ediciones anteriores, caía eliminado en
una maratón de cuatro horas. Su verdugo fue un tal Roger Federer, de 19 años de
edad. Ivanisevic, por su parte, avanzaba rondas y se plantaba en semifinales,
tras tumbar a Safin, campeón del US Open el año anterior, en cuartos. En
semifinales, el balcánico tuvo que levantar un 2-1 en contra ante Tim Henman
-otro histórico perdedor que veía la eliminación de Sampras como una
oportunidad única- para colarse en su cuarta final. ¿Sería la vencida?
Y
como el azar es caprichoso, el partido contra Patrick Rafter, que se tuvo que
jugar un lunes por la lluvia del domingo -para así aumentar los nervios de
Ivanisevic- se fue al quinto set. Y al 7-7. Es recomendable no imaginarse los
fantasmas que aparecieron por la cabeza del veterano croata en ese momento.
Pero sí, por una vez, la suerte le sonrió. Logró el break para sacar, con 8-7, para ganar Wimbledon. Evidentemente, no
fue un juego fácil con cuatro aces.
Rafter llegó a tener oportunidades para romperle el servicio. Pero Ivanisevic,
que jugó ese juego con lágrimas en los ojos y llegando a rezar entre punto y
punto, acabó llevándose el premio que tanto había buscado.
Fue
el premio a la perseverancia. Al hombre que nunca dejó de creer en que él estaba
destinado a levantar esa copa dorada que tantos sueñan con tocar. Y al final,
ocurrió. Y es que el tenis, aunque es un deporte cruel, a veces entiende de
justicia.
Vigués residente en Barcelona. Escribo en Sphera Sports y en VAVEL. Descubrí a Federer y luego me aficioné al tenis. ¿O fue al revés?
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