Cuando uno piensa en la combinación de fútbol y arte es imposible no asociar a un jugador que trata la pelota con un cariño especial, que la cuida como a su ser más querido, y uno de ellos es Francisco Román Alarcón Suárez.
El deporte rey del mundo tiene a millones de espectadores tras las pantallas, y muchos que se dirigen las jornadas de partido a los estadios, que están ansiosos por ver espectaculares movimientos de cualquiera de los 22 que, sobre el campo, intentan dar lo mejor de sí mismos para hacer que su equipo salga victorioso.
Uno de esos jugadores de los que nadie pierde de vista es Isco, un malagueño que se crió en la escuela de fútbol del Retamar, pero que no tardaría en saltar a nivel nacional en el Atlético Benamiel Club de Fútbol, lo que le sirvió para que grandes conjuntos se fijaran en él, como el Valencia.
Además de pasar por las filas del combinado Che, militó en el Málaga Club de Fútbol, donde su magia le permitió ganar el Golden Boy de la edición de 2012. Un año más tarde firmaría por el Real Madrid, un equipo en el que le ha resultado muy difícil ser alguien con peso.
Las fenomenales fintas que hace a los defensas contrarios, los pases que rompen a los rivales y dejan al compañero sólo frente al portero, el sacrificio que realiza bajando al arco que protege y un sinfín de sobresalientes acciones, hacen que Isco sea un auténtico regalo a los aficionados.
Si una persona tuviera que definir el concepto de arte aplicado al fútbol, sin duda haría mención al de Arroyo de la Miel, su localidad natal, ya que Isco hace poesía con cada toque a la pelota, con cada metro recorrido en conducción con su tan típico desplazamiento, con cada obsequio que da a su compañero cuando le deja con una clara oportunidad de gol.
Como si de un mago se tratara, el número 22 del Real Madrid saca su rosca en el disparo a puerta, inalcanzable para el arquero que defiende la portería, dejando una imagen de absoluta precisión, y el balón quitando las telarañas de la escuadra.
Por todo ello, la bota de Isco, más que ser una simple herramienta de trabajo para un futbolista, es un pincel, con una innumerable variedad cromática que serían sus quiebros a los zagueros, en un lienzo en blanco como sería el terreno de juego donde despliega toda su magia.