Hay conceptos asociados al mundo del fútbol sin definición exacta. No obstante, se aceptan con naturalidad siendo habitual su utilización en el argot futbolístico para determinar las cualidades de los futbolistas. Uno de estos conceptos es la ‘clase’. Habitualmente nos encontramos con afirmaciones tales como «¡Qué clase tiene ese jugador!» o «Es un superclase»… Mas, ¿qué es exactamente la clase? Podríamos convenir que su defición podría asociarse aspectos asociados a la técnica y calidad del futbolista que tienen su origen en cualidades innatas, aspectos que nacen con la persona y que aparecen con el desarrollo del jugador. En ocasiones, la mejor forma de comprender conceptos complejos se presenta a través de imágenes. Y este fin de semana, en El Molinón, se produjeron jugadas que muestran secuencias que ayudan a definir el concepto.
Francisco Román Alarcón Suárez. Galardonado con el ‘Golden Boy’ en 2012, considerado el ‘Balón de Oro’ entre los futbolistas menores de 21 años; galardonado con el ‘Trofeo Bravo’ en 2013 como mejor jugador joven del fútbol europeo. Sí, se trata de Isco Alarcón. Y el sábado, 15 de abril de 2017, volvió a impartir una lección de ‘clase’ en El Molinón.
El de Arroyo de la Miel aterrizó en el Bernabéu en junio de 2013, avalado por su descaro, por un insultante desparpajo impropio para su edad y por su indudable aportación al crecimiento de un Málaga que dirigido por Manuel Pellegrini había logrado hacer historia al acceder a la Liga de Campeones y conducir al equipo malagueño a las puertas de las semifinales de la máxima competición europea.
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Isco es un jugador diferente, no cabe duda. Uno de esos futbolistas especiales, de aquellos que levantan al aficionado de su asiento con cualquiera de sus maniobras. Alguien así conquista desde el primer momento, y el Bernabéu pronto se rendiría a sus pies, concretamente desde su debut liguero con la camiseta blanca, allá por 2013 ante el Real Betis. Movilidad, capacidad de asociación, desplazamiento en largo y regate favorecido por su excelente tren inferior fueron su carta de presentación ante un público tan exigente como el de Chamartín. Decisivo en el estreno liguero de su equipo, asistió a Benzema en el primer gol madridista y anotó, cerca del final, el tanto que permitía al Madrid debutar con victoria en la competición de la regularidad. Exigente como pocas, la afición merengue permitió acceder a sus corazones al joven malagueño, exponente de un tipo de jugador, nacional y técnicamente exquisito, históricamente del gusto del templo blanco.
Desde aquel debut, Isco ha vivido en el club de la Castellana un sinfín de sensaciones, contribuyendo de forma significativa a los títulos conquistados por el Real Madrid en los últimos años. Vital en la Copa del Rey y en la Champions League conseguidas en 2014, su participación y apariciones en el equipo titular ha sido irregular, añadiendo otra Champions a su palmarés, además de dos Supercopas de Europa y dos Mundiales de Clubes.
El debate ha acompañado a la trayectoria de Isco en el Real Madrid. No obstante, existe un aspecto sobre el que no existe controversia: Isco es un ‘superclase’. Uno de esos jugadores cuyas condiciones innatas, unidas a su formación, progresión y demás características futbolísticas, poseen la capacidad de fascinar al aficionado y provocar una indescriptible admiración por su juego, independientemente de los colores. Un futbolista tocado por una varita mágica que le convierte en un mago del balón, alguien diferente que eleva el deporte rey a una categoría superlativa, convirtiéndolo en arte. Isco posee la facultad de describir en imágenes el concepto ‘clase’, un talento natural sólo al alcance de los elegidos para triunfar.