Y si se retira Totti, ¿qué nos queda?
No sé. Ya no sé si le odio o le amo con más fuerza. No lo sé. Si cuando ascendimos por última vez a Segunda yo pensaba que, de los dos, el bueno era Jagoba Beobide. De hecho, yo creía que Manu era malo. Malísimo. Cuando llegó al Alavés, en 2012, un amigo y compañero de facultad –de y del Eibar- me puso en alerta. En Ipurua le llamaban “Malo García”. Tal vez aquello calara hondo en mi inconsciente. Pero qué va. Si por no gustarme no me gustaba ni su forma de trotar por el campo, con los hombros encogidos y la cabeza gacha, como pidiendo perdón por ganarse la vida con esto. Encima había estudiado en San Viator, rival vecino del colegio al que yo juré fidelidad eterna de pequeño, ¿cómo iba a caerme en gracia?
A mí me disgustaba incluso verle en las alineaciones, de titular. Cada vez que le veía saltar al campo estaba convencido de que lo haría fatal. Por mucho que en el último partido hubiese parecido una mezcla entre Hermes Aldo Desio y la mejor versión de “El Orfebre” (Carlos Indiano). Yo me empeñaba en que era malo, y punto. A mis ojos sus defectos se magnificaban. O eso creo sin estar del todo seguro. Recuerdo que fallaba muchos pases, que perdía muchos balones en zonas vedadas y que le costaba recuperarlos. Y para colmo un día empezó a tirar los penaltis. Y para colmo un día empezó a llevar el brazalete. Y así se ganó el inherente derecho a hacer entradas a destiempo y a protestarle al árbitro hasta la frecuencia de sus parpadeos sin ver tarjeta. Pero Manu era Manu, un tipo con menos carisma que llevar náuticos, y por mucho brazalete que luciera lo más probable es que el árbitro de turno acabara amonestándole.
Lo bueno es que no era a mí ni a nadie como yo a quien Manu debía convencer. Pasaban los años, pasaban los entrenadores –Natxo, Mandiá, Alberto, Bordalás y Pellegrino- y todos terminaban confiándole la defensa de la medular al tipo encorvado, a ese extremo zurdo reconvertido a lateral izquierdo que un buen día –porque fue un acierto- se descubrió como mediocentro. Cada verano transcurría haciéndonos creer que su etapa en el Alavés tocaba a su fin. Pero Manu, sin ir sobrado de talento, siempre se las apañaba para sobrevivir. Siempre. Por muchos detractores que tuviera siempre triunfaba, como la San Miguel o el reggaetón. Igual de odioso, igual de efectivo. En Segunda B, Segunda o Primera, de todas ha salido ileso.
Estoy seguro de que Manu jamás habría llegado a jugar en Primera con otro equipo que no fuera el Deportivo Alavés. Porque a Manu se le aprecian todavía hoy las costuras del clásico jugador nacido para pelear en el barro del Grupo II de Segunda B, remendadas con orgullo en cuanto se pone la camiseta de El Glorioso. Un cuento de FIFA. Como si al cubrirse de albiazul jugara con no una sino cuatro flechas hacia arriba y fuera capaz de firmar las proezas más increíbles. Incluso de empatarle al Atleti de Simeone en el Calderón con un zapatazo desde fuera del área en el último minuto del tiempo añadido. Algo sobrenatural. Algo que escaparía a la razón si no supiéramos cuál es, a ultranza, el escudo que defiende. El del equipo de sus sueños. El del equipo de su tierra, de la ciudad que le vio nacer y que ahora, como jamás imaginó, ni siquiera cuando recaló ya con 26 años en Mendizorroza, le está viendo hacer historia. La historia del fanático alavesista que un día saltó la valla de la General para disfrutar del Alavés desde el otro lado.
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Con Manu, con Don Manuel Alejandro García Sánchez escapamos del frenopático de Segunda B en Jaén con diagnóstico en firme (2014), engalanamos la Plaza de la Virgen Blanca dos veces (2013 y 2016) y hasta hemos alcanzado la final que desde 2001 el alavesismo creía inalcanzable. Hemos pasado de tragar fango en Urritxe a coquetear con las más verdes praderas de Primera división. Me da igual que corra con la cabeza gacha y los hombros encogidos. Me la suda si no acierta con los pases, si hace entradas a destiempo o si protesta al árbitro más de la cuenta. Y me la suda porque tú, Manu, me has convencido de que eres la verdadera victoria del alavesismo y del fútbol de antes, el de toda la vida. Ese en el que la XL era talla única. Ese que nunca echó de menos futbolistas de pasarela y que siempre estuvo colmado de leales referentes de carne y hueso. Por eso, si Totti se retira este año, no os vengáis abajo. Todavía nos queda Manu García.
Gasteiz, 1992. De mayor quiero ser el bigote de Johan Derksen. Voetbal is van ons.
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