Es la Segunda División del fútbol español una competición que se ha caracterizado, a lo largo de los años y especialmente en la historia reciente, por la imprevisibilidad. La dificultad de los equipos recién descendidos para recuperar su lugar en la máxima categoría es una realidad palpable e irrefutable, que se ha mantenido constante a lo largo de los últimos años. Así, equipos como Real Sporting, Rayo Vallecano, Girona FC, Málaga CF, UD Las Palmas o, el caso de mayor recorrido, Real Zaragoza, han sufrido la extrema dificultad competitiva de la categoría de plata. Si viajamos aún más en la máquina del tiempo, el Atlético de Madrid del emergente Fernando Torres tuvo que tragar una segunda temporada en el infierno.
No sólo les costaba a los equipos que venían de Primera División ascender, sino que les costaba competir. Solían protagonizar inicios ligueros irregulares o pobres, como el chaval al que cambian de instituto y no termina de amoldarse al nuevo hábitat en las primeras semanas. Y ello, pesaba como una losa de cara al resto del curso. Esta realidad establecida se ha esfumado de forma espontánea. En la actual temporada, los favoritos están en la zona alta durante prácticamente toda la temporada y los modestos, salvo contadas excepciones, sufren para encontrar la tranquilidad que les aleje de la quema.
Es, probablemente, uno de los efectos de la pandemia. Del fútbol sin público, del espectáculo mudo en que se ha convertido el deporte rey. Nos acostumbramos a ver durante toda la temporada a RCD Espanyol y RCD Mallorca en lo más alto, con un poderoso económicamente UD Almería haciendo sombra a los dos colosos recién descendidos. Si bien es cierto que al CD Leganés le costó un poco más afianzarse en la competición, ya lo vemos en la cuarta plaza, aún en disposición de disputar el ascenso directo. O lo que es lo mismo, lo impredecible se ha convertido en su antónimo.
El fútbol ha perdido un elemento valiosísimo. Quizá el que más. El público en la grada, que podía parecer un elemento totalmente secundario, ha demostrado con hechos consumados, en todos los sentidos, ser mucho más decisivo de lo que se podía pensar. Si el fútbol son estados de ánimo, éstos sufren menor agitación sin el efecto de los aficionados y, en tal circunstancia, la calidad y amplitud de las plantillas adquieren prominente calibre. No son sólo números, en términos económicos, que debilitan las arcas de los clubes. Son mucho más, influyendo de forma incontestable en los resultados. Porque el fútbol sin la gente se aleja de ser fútbol. Falta alma, se pierde sentimiento… Vuelve, esencia.
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