Tiene Leiva unos versos en la canción Breaking bad que me hacen pensar últimamente: «Pensabas que sería el mejor /cuidado con las expectativas». Es una manera de decirle al mundo que no tenemos la culpa de no ser quienes creía que seríamos. Es una liberación, un despeje del qué dirán, de la concepción de los demás sobre nosotros.
Las expectativas son de ida y vuelta. Nuestros ojos también construyen imaginaciones y fijan objetivos sobre el resto. Por ejemplo, todo lo que no sea ver a Achraf en la final de los 100 metros lisos de Tokyo 2020 será destruir una expectativa. Igual que lo será no ver a Marco Asensio levantar un Balón de Oro. El problema es que algunas expectativas son a tan largo plazo que chocan con la impaciencia del ser humano y acabamos por saltarnos pasos: para que Asensio gane un Balón de Oro primero deberá heredarlo de Isco.
Las expectativas que construye el universo ejercen presión sobre nuestra figura, pero las que acaban por consumirnos por dentro son las que nos imponemos a nosotros mismos. El Madrid se obliga a ganar (fácil) a casi todos los equipos de la Liga y a buena parte de los que juegan en la Champions. Cuando el rival está a la altura de estatus, el equipo de Zidane se destensa sin perder la concentración. Cuando cualquier resultado cabe en la cabeza, este Madrid fluye y acaba aplastando (Juventus, Manchester United y Barça fueron las últimas víctimas). Sin embargo, cuando espera una victoria cómoda, se pone nervioso si no marca antes de la primera media hora. Se muestra impreciso y con demasiados balones en largo. Eso se arregla tratando a todos por igual y eliminando las expectativas. Pero el Madrid sabe que el mundo piensa que es el mejor. Y se lo cree.
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