
El silencio se ha instalado en nuestras casas 17 días después de aquel descafeinado partido inaugural entre Catar y Ecuador. Era domingo, 20 de noviembre, y España vivía instalada en un “y si”. Sin el peso que conlleva el cartel de favorita pero con una generación de un talento inmenso y un entrenador con un plan en la cabeza, viniendo de sorprender a propios y extraños en una Eurocopa excelente y con un debut mundialista arrollador. Desde Costa Rica, caída libre. Hoy, tras verse por primera vez en una situación límite, la joven hornada española se ve obligada a hacer las maletas antes de tiempo.
El fútbol va de momentos. Si hablamos de un torneo tan corto como un Mundial, más aún. El control de las emociones, la gestión de los partidos y de los grupos es vital hoy en día. España tocó más que Marruecos, sí. Tuvo un palo en el último minuto de la prórroga que, de entrar, otro gallo cantaría, sí. Pero Marruecos fue en todo momento amo y señor del partido psicológico, mientras que España veía que el paso de los minutos no solo le afectaba en lo físico, sino que la cabeza cada vez pesaba más.
España cae eliminada en los octavos del Mundial ante Marruecos tras una fatídica tanda de penaltis y un flojo partido en el que no pudieron derribar el sólido bloque de los africanos. La Selección no gana una eliminatoria de un Mundial desde 2010.
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La ley de la atracción es una explicación espiritual que cuenta cómo nuestros pensamientos reflejan aquello que deseamos que suceda o creemos merecer de la vida y, en función de ellos, lo que nos llega de la propia vida. Hablando en plata: si compras un boleto de lotería y te autoconvences de que te va a tocar tienes más probabilidades de que te toque que si piensas que es imposible; o si vas a una entrevista de trabajo pensando que mereces el sitio es más probable que te cojan que si la haces pensando en que a lo mejor no eres la persona adecuada hay gente más cualificada que tú. Ayer, en la tanda de penales, los auras de España y Marruecos estaban en las antípodas. Marruecos era un gigante y España, un juguete roto que lucha por no morir a sabiendas de que su hora ha llegado.
Tras más de 120’ de dominio y control, el árbitro indicaba el final de la prórroga y la hora de los siempre fatídicos penaltis. Marruecos celebraba, España bajaba la cabeza con la mirada perdida. Lo que pasó después ya no hace falta contarlo, pero sucedió de manera lógica, así como lógico me parece que España se haya despedido en la primera situación límite que ha sufrido en sus carnes.

No hay nada más grande que un Mundial, y España tenía sus esperanzas depositadas en una generación tremendamente talentosa pero sin experiencia en los días grandes, en los momentos límite. Y en este tipo de torneos se necesita encontrar un balance entre lo físico, lo táctico y lo mental. España pecó, de manera natural, de ser un equipo poco maduro e inexperto, siendo la tercera selección con una media de edad más baja de todas las del Mundial. Y digo de manera natural porque me parece lógico que este sea el peaje para construir un futuro más que prometedor e ilusionante. Ante Marruecos, en España vi ese niño que quiere ser mayor antes de tiempo, el que quiere salir de fiesta hasta que salga el sol pero bebe demasiado rápido y cae a las dos, cuando la noche aún está empezando. Porque la noche es para los mayores y España estaba lejos de ser mayor en este Mundial.
Esta falta de madurez, como no puede ser de otra manera, afectó también al juego del combinado de Luis Enrique. Cada partido ofrecía dos posibles caminos: o España atropellaba a su rival o sufría hasta morir. Porque sufrir y saber reponerse de situaciones en las que tienes tanto que perder es muy complicado, más cuando el escenario es el que es y cuando el bloque es tan inexperto. Dificultad para tomar riesgos y romper líneas, ansiedad por el inevitable paso del tiempo y sin signos de rebeldía ante la inminente caída. Estas sensaciones y la inexperiencia se agudizan todavía más cuando tu fortaleza reside en el bloque colectivo, sin ninguna estrella que brille muy por encima de los demás ni ningún jugador acostumbrado a asumir una mayor responsabilidad y desatascar partidos. Y si el rival se cierra detrás y la pelota no entra, jaque mate.
En el Mundial, así como en la Champions, el que comete menos errores y sabe resistir en los momentos difíciles es el que tiene más opciones de llevarse el gato al agua. Los equipos tienen que ser voraces cuando el viento sopla a su favor y necesitan aprender a sobrevivir cuando el viento te conduce a la deriva. España, joven inocente que llegó a Catar con los ojos llorosos de emoción, tiene que aprender algo que solo pasa por hacerse mayor.
Ayer se puso la primera piedra y el hoy es duro y silencioso, pero el mañana es brillante. El viaje catarí ha llegado a su fin; el trayecto no ha hecho más que empezar.
Imagen de cabecera – @SEFutbol

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