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Villarreal

En las alturas

Nos fascinan las historias de aquellos que son llamados perdedores y dejan de serlo. Dan un golpe encima de la mesa que todo lo agita. Ese giro nos contagia. Es un guion cautivador. Seguramente porque todos hemos probado el sabor de la caída en alguna ocasión. Provoca cierta empatía su humildad y su manera de ser más realistas. También porque nos seduce su capacidad de esfuerzo. Nos enseña un espejo donde, de cierto modo, todos cabemos. En el ahínco, plantándole cara a la tiranía del éxito y el fracaso. Paolo Maldini decía: “Soy el jugador más perdedor de la historia del fútbol. He ganado muchísimas cosas, pero he perdido tres finales de Champions, una final de la Supercopa de Europa, tres finales de la Intercontinental, una final del Mundial, una final de la Eurocopa… Al final entendí que todo esto era parte del juego y lo tienes que aceptar”.

No hace tanto que a Unai Emery le tildaban de loser. Con una facilidad asombrosa. Como si las palabras no tuvieran precio y se pudieran usar sin manual de instrucciones. Atizado, como el luchador caído del Street Fighter. Evidenciando la derrota en su fachada, pero sin permitir nunca que la cuenta atrás terminara. El fútbol le enseñó de su frialdad y cómo pretendía vivir sin una caja de recuerdos. Como si no necesitara recurrir a ella un domingo tarde para quitarle el polvo e invitar a la nostalgia a tomarse el café de las cuatro de la tarde. Dispuesto a alimentarse de inmediatez y resultados, mirando mucho más hacia el futuro que al pasado.

De nada sirvió que Emery hubiera estado al mando de aquellas tres Europa League que el Sevilla sumó en su palmarés con sus servicios. Ni tampoco los siete títulos nacionales que logró en sus temporadas al frente del PSG. El mayúsculo reto de asumir la dirección del banquillo del Arsenal -tras el legado del interminable abrigo de Arsène Wenger- y las trágicas noches de la poderosa Champions League fueron capaces de sacudir hasta la última señal de lo bueno que había logrado. Sin embargo, su resistencia ha acabado mostrando lo infravalorados que están algunos, siendo capaz de poner a una localidad de poco más de 50.000 habitantes en las nubes del escalafón europeo. Puro romanticismo.

Los más débiles son aquellas figuras amigables que todos esperan en los sorteos. La seguridad se frota las manos y no repara en lo peligrosos que pueden llegar a ser. Un lobo con piel de cordero. Un superviviente de una etiqueta imperativa. La Champions es aquella competición donde reinan los contrastes, donde pesa la historia, donde la épica te explota la cabeza, donde los ciclos también terminan y aparecen protagonistas inesperados que te conquistan. Es esa sensación de mariposas que siguen revoloteando en tu estómago poco antes de las 20:45h, aunque el reloj te mienta. Es un himno que te eriza la piel. Es la hazaña que roza la media noche y te reconcilia con tu monótono agotamiento.

El Allianz Arena albergó un nuevo capítulo de fútbol ante 70.000 espectadores. Una capacidad que supera el número de habitantes de Vila-real. Parece una broma, pero no lo es. Se trata de la realidad que supera la ficción. Una maravillosa verdad. Donde late la campana de volteo más grande del mundo, la historia se cuenta desde el pequeño enrejado de la Torre Motxa, donde suena la música de las fiestas en honor a sus patrones o el silencio toma lugar en los miradores de la ruta botánica. Donde la gente se enfunda la elástica amarilla y se mira con ilusión. Donde Unai se siente protegido navegando en su submarino para viajar desde las profundidades hasta al cielo. Donde está permitido sentirse en las alturas y soñar.  

Imagen de cabecera: @ChampionsLeague

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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