Cuando uno recrea en su mente la figura de un ilustre guerrero
siempre lo imagina como un hombre fornido, curtido en mil batallas, rudo
incluso, cercano a los dos metros de alturas, ataviado con pesadas y rígidas
armaduras y, cómo no, pertrechado hasta los dientes. Nunca nadie podría imaginar
que un personaje de tal calado como es un osado guerrero pudiera florecer bajo
la piel de una mujer de corta estatura que aún no ha alcanzado la treintena y cuya
única arma es una raqueta de tenis. Ella es Carla Suárez.
Porque a veces los guerreros se esconden bajo la identidad de
seres humanos que, lejos de presumir de sus cualidades innatas fuera del
escenario adecuado, deciden demostrar su valía donde merece ser puesta en
evidencia, sobre el campo de batalla. Unas veces sobre hierba, otras sobre
polvo de ladrillo y en más de una ocasión sobre cemento. La superficie, como
ocurre con las personas, no tiene ninguna importancia. Lo que realmente cuenta
es el valor. El arrojo para salir a la pista y ser capaz de asumir que en cada
partido se librará una batalla sin tregua en la que luchar será la única opción.
Luchar para ganar, pero también luchar para perder. Ligeras marcas
de pinturas de guerra asoman sobre sus mejillas, restos de barro entre los dedos
y el sabor metálico de la sangre colman los recuerdos de 15 años de carrera de
una jugadora que no se rinde. Que cae y, como el ave fénix, renace de sus
cenizas, se reconstruye y vuelve a la arena de batalla para seguir peleando.
Muchos años como profesional de un deporte tan duro y solitario como el tenis
que no han hecho más que reforzar su espíritu competitivo y hacer de su
mentalidad una cualidad cada vez más fuerte.
Porque la potencia de sus rivales, su altura, el número de títulos
a sus espaldas o la agresividad en su juego no amedrentan ni un ápice a Carla
Suárez. La española ha hecho de su mente un refugio y de su revés a una mano
una vía de escape para dar rienda suelta a su talento. A sus 29 años, la
pequeña-grancanaria ha conseguido que sus miras estén siempre puestas en el horizonte
y no en los errores del pasado. La capacidad de aprender de las derrotas y no
decaer ante las adversidades convierten a la española en ese combativo guerrero
que no da una batalla por perdida y que si encuentra la derrota apela a ganar
la guerra.
2018 es el claro ejemplo de esta evolución y de la fortaleza de su
espíritu competitivo. Con un inicio de temporada marcado por duras derrotas en
primera ronda – Brisbane y Sydney –, las expectativas de cara al Abierto de
Australia no eran del todo positivas. Sin embargo, con Carla Suárez siempre hay
tiempo para reflexionar, pensar y dar la vuelta a los acontecimientos para
conseguir, como ocurrió en este primer Grand Slam del año, alcanzar unos
cuartos de final.
Unos cuartos que le permitieron igualar su mejor registro en este
campeonato tras conseguirlo en las ediciones de 2009 y 2016. Una buena
actuación, reconocida incluso por la propia jugadora canaria, que le empuja a
encarrilar la temporada de manera positiva y afrontar con ilusión y ganas su
próximo gran escollo, la Copa Federación. 10 años después de su debut con el
equipo nacional, la española se vuelve a ver las caras en esta competición con
el equipo italiano, al que ya derrotó en ese primer contacto con la Copa
Federación allá por 2008. Su duelo ante Sara Errani, otra gran guerrera, será la
guinda del pastel a un fin de semana en el que las espadas estarán en alto
entre Italia y España.
Porque
si hay alguien en quien siempre podemos confiar, alguien que sabemos que
mantendrá la raqueta en alto hasta el fin de la batalla, alguien que derramará
sangre, sudor y lágrimas por su país y por su tenis, esa es Carla Suárez. No tienen
valor los títulos si no pones corazón, no tienen valor las victorias si el
sufrimiento no se refleja en tu rostro, no tiene valor salir a una pista de
tenis y olvidarse de luchar. Porque, al final, el valor está en no rendirse.
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