Nos gustaba llamarle “el tigre”. Nos empezó a engatusar en Portugal, entrando en la historia del Porto. Pero nos acabó de enamorar al pisar Madrid, para vestirse de rojiblanco, en 2011, de la mano del ‘Cholo Simeone’, el hombre que actuaria como domador del tigre, y le potenciaría en cada aspecto, en cada mínimo detalle.
En 2 años en la capital, se hizo un hueco entre los mejores del mundo, el tigre mordía y hacia sangrar al rival con cada zarpazo, con cada gol, con cada mirada analizadora de su presa.
Pero llegaron las tentativas del fútbol moderno, los cantos de sirena que desprenden dinero y deseos hacia los futbolistas. Cantos de sirena que no dejan a ningún jugador enamorarse del club que defiende cada fin de semana, cantos que hacen que te pongas la camiseta por el simple hecho de diferenciarte del equipo rival, y no por amor a ella. Falcao no fue una excepción. Llegaron tentativas desde Francia, un nuevo proyecto que Radamel lideraría, desde Mónaco. El tigre abandonó Madrid perdiendo la posibilidad de terminar de hacer historia en el club colchonero, pero su huella allí sería imborrable, allí estuvo el tigre, allí aniquilo a multitud de presas.
Pero las cosas no salieron como el colombiano esperaba. Un cúmulo de lesiones, y cesiones a clubes como el Chelsea y el Manchester United, que no contarían con él, hicieron que el tigre se debilitase, y prácticamente desapareciese. El tigre dormía profundamente, en un sueño que no le permitía ser el jugador que realmente es.
Falcao era el ejemplo perfecto del daño que puede hacer el fútbol moderno a un jugador.
Este año, Falcao regresaba al Mónaco. Ya desde pretemporada, se podía apreciar que la actitud del colombiano cambiaba, los primeros indicios de que cabía la posibilidad de que el goleador comenzaba a despertar. A día de hoy, Falcao es el máximo goleador de un Mónaco líder en la liga francesa.
El pasado martes, el Mónaco, de la mano del tigre, se enfrentaba al Manchester City, en los octavos de final de la Champions League. Fue un partido totalmente disputado. Se había adelantado ya el City en el 26 cuando Falcao daría el primer zarpazo. Un balón le llegaba colgado de Fabinho, y Radamel, como el tigre que volvía a cazar, que comenzaba a abrir los ojos, se lanzó en plancha para rematar el balón de una forma perfecta.
Pero el momento climax de la noche llegaba con el partido 2-2, en el minuto 60. Falcao controlaba un balón largo lanzado desde la línea defensiva, y dejaba a Stones en el suelo. Como un tigre delante de su presa, Falcao se encontraba solo frente a Willy Caballero. No fue una caza agresiva, sino una caza sutil, bonita, una caza llena de poesía y sinfonía, porque Falcao es el único tigre que puede hacer de una caza, de un zarpazo, algo precioso. Radamel pico el balón con una vaselina por encima de Willy, mimando a la pelota, tratándola con suavidad y cariño. El tigre despertaba en ese momento. Estaba de vuelta.
El partido terminaba 5-3 para el City, con la eliminatoria totalmente abierta. Pese a la derrota, el Monaco se llevaba buenas vibraciones de ese partido, la razón? Esos 90 minutos fueron la confirmación de que el tigre había despertado.
A nosotros, los que amamos el fútbol, solo nos queda desear que el tigre no se vuelva a dormir. Porque disfrutar de sus zarpazos en el terreno de juego, es algo sensacional y mágico.
El balón y el fútbol pueden con la modernidad, el dinero y mucho más. No dejemos que el deporte más bonito del mundo también se duerma.
El tigre está de vuelta.