Roberto Venturato es una de esas rara avis convencidas de que al fútbol se puede jugar bien, con voluntad de mando y apostando sin ambages por la calidad técnica en cualquier tipo de campo, con cualquier tipo de plantilla y en cualquier tipo de categoría. Incluso en una Serie B italiana en la que los planteamientos eminentemente defensivos, también entre los equipos de mayor potencial, son plenamente superiores a los de los aquellos que buscan dominar los ritmos de los partidos a través del buen trato de las posesiones y de una continua mentalidad de hacer daño al rival. Uno de esos tan escasos, meritorios, atípicos y valiosos casos es el del técnico del Cittadella, quien, desde una plaza muy humilde por historia y por medios para la magnitud de la segunda categoría del Calcio, ha sido capaz de erigir un proyecto con una clara marca personal en torno a su atractiva idea de juego.
Roberto Venturato tiene un origen tropical que poco tiene que ver con su mesurado temperamento y personalidad. Nació en la pequeña Atherton, en el noreste de Australia, aunque cuando tenía diez años su familia hizo el camino de vuelta desde el país de los canguros a su Véneto natal, donde pronto empezó a jugar en los juveniles de la Cremonese, para dibujar posteriormente una modesta trayectoria como interior de paso lento y buen poso organizativo en el cuarto escalón del fútbol italiano, con equipos tan pequeños como la Pergocrema lombarda –hoy Pergolettese- o el Giorgione trevigiano, así como en categorías regionales, con un Treviso y un Venezia en horas bajísimas a su paso por ambos a inicios de los noventa, antes de retirarse en el Pizzighettone, muy cercano a Cremona, donde estableció su residencia. Justo en ese club fue donde comenzó a ejercer como entrenador de la cantera y ocasional segundo técnico del equipo senior desde su retirada en 1996 hasta que en las primeras semanas de la temporada 2002/2003 le llegó la ocasión -las oportunidades pequeñas son siempre el principio de las grandes- de hacerse cargo de la primera plantilla de forma casual e inesperada, debido a los problemas cardiacos que afectaban al míster del club.
En sus tres primeras campañas como entrenador con todas las de la ley, Venturato llevó al Pizzighettone, el primer club en el que jugó todo un tótem como Gianluca Vialli desde los nueve hasta los trece años, a un doble ascenso desde el quinto nivel del Calcio hasta la Serie C. Un auténtico milagro para una ciudad de 6000 habitantes que supuso el techo histórico para un equipo al que iban a ver al estadio menos de 700 personas, que contaba con apenas 200 abonados y que, hoy día, una década después de la salida de Roberto Venturato en 2007, después de no lograr mantener la impropia categoría en el playout por la permanencia, sobrevive en segunda regional lombarda -el octavo nivel del Calcio- después de tener que refundarse dos veces en los últimos cinco años. Un lugar desde el que, además, bajo su amparo, Venturato dio el primer empujón hacia la élite a Davide Astori, con sus primeros pasos lejos de la cantera del Milan, y a otro futuro futbolista que posteriormente estaría en la órbita de la selección absoluta como el portero Daniele Padelli.
Aquel asombroso lustro fue toda una proeza -la primera de ellas- que le valió a Venturato la contratación por parte de la Cremonese en la que había comenzado a apasionarse por el fútbol, para ejercer como segundo de a bordo de un entrenador consagradísimo, un clásico noventero de la Serie A y un mito del club grigiorosso como Emiliano Mondonico, que apuraba sus últimos días en los banquillos y a quien, tras un año y medio, sustituyó en marzo de 2009 como primer técnico de la entidad debido a los malos resultados. Una racha negativa que precipitó a una plantilla que contaba con grandes nombres para la categoría como Massimo Coda, Domenico Morfeo o Christian Riganò a casi tocar los puestos de descenso en Serie C y que terminó, en cambio, más cerca de la zona de arriba que de la de abajo para, al año siguiente y ya sin los ilustres veteranos, perseguir un ascenso que solamente se escapó en la final del playoff ante el Varese, con dos goles en contra en los últimos diez minutos del choque de vuelta. “Aquella final me hizo daño durante mucho tiempo. El equipo merecía ganar”. La Serie B se le escapaba a Roberto Venturato y aún le haría esperar unos cuantos más.
Inexplicablemente, por una de esas vicisitudes extrañas que tiene el fútbol y que resulta paradigmática del cortoplacismo y de la escasa amplitud de miras que frecuentemente adquieren muchos proyectos en Italia, Venturato se pasó dos años completos sin recibir ninguna oferta para trabajar como entrenador hasta que otro de sus exequipos, la Pergolettese, lo contrató en 2012. Una decisión consumada con otro ascenso, de nuevo a Serie C2, que precedió a su breve experiencia en el Piacenza, donde decidió dar un paso atrás ante el encargo de realizar lo mismo desde una plaza muy importante y trascendente pese a ser la Serie D, pero de donde fue cesado por primera y única vez en su carrera con la temporada en juego tras apenas setenta días en el cargo, regresando de cara a la siguiente campaña a la Pergolettese, que sin él había perdido la categoría. No logró repetir la hazaña, pero consiguió algo mucho más importante: encontrar al final de aquella temporada el club idóneo para desarrollar al cien por cien su filosofía, para esperar a que el paciente trabajo y los conocimientos que llevaba dentro desde hacía mucho tiempo diesen sus frutos. Sus mejores frutos.
Cuando el Cittadella llamó a su puerta, el bagaje de Venturato en el tercer escalón del fútbol italiano se reducía exclusivamente a su etapa en la Cremonese, pero eso poco importaba. Sus credenciales estaban más que probadas y solo había que apostar por ellas con pleno convencimiento. A las primeras de cambio, el equipo del Véneto recuperó la categoría que había perdido un año atrás con una plantilla con jugadores como Sgrigna, Nicola Rigoni o Antonio Barreca, y lo hizo con nada más y nada menos que con once puntos de distancia -la mayor de los tres primeros niveles del Calcio- respecto a su perseguidor, el Pordenone, y siendo uno de los equipos más goleadores de los tres grupos de la categoría con 57 tantos, tan solo detrás de la continuista SPAL (59) de Leonardo Semplici, que llegaría poco después a la élite, y del Foggia (61) de su tocayo De Zerbi. En su consiguiente primera experiencia en Serie B, con la plantilla menos valiosa de todas con mucha diferencia respecto a la siguiente, el Cittadella finalizó sexto y cayó en la primera ronda del playoff. Mientras que en la segunda, el curso pasado, repitió la misma posición y quedó eliminado en las semifinales de la fase de ascenso sin perder ningún partido ante el Frosinone, que se clasificó gracias a su mejor puesto en la liga regular y que lograría finalmente el ascenso.
Ya en este curso, en su tercera tentativa en la división de plata, el Cittadella es el único invicto de la categoría, el único que no ha encajado, demostrando que los equipos atractivos no están reñidos con el buen balance y el orden defensivos, y tiene el estilo más depurado y vistoso de los 19 clubes que la componen. Y también sigue vivo en la Coppa, tras derrotar por 0-3 al Empoli, jugando con uno menos buena parte de la segunda mitad y dando una exhibición de despliegue vertical. Sí, precisamente en Empoli llegó la primera victoria de Venturato en un campo de Serie A. Y todo ello a pesar de ser la cuarta plantilla con menor valor de mercado de la Serie B. Un todo continuista que ha llevado al club a convertirse -entre los Verona, Palermo, Crotone, Brescia o Venezia- en uno de los favoritos a conseguir, este año sí, el que sería el primer ascenso a Serie A de su historia y un hito descomunal para una ciudad de 20000 habitantes, logrado a base de paciencia, de puro juego y de creer en el talento, a pesar de que cada verano los mejores futbolistas, muchos de ellos jóvenes cedidos, regresan a sus clubes de origen mejorados y/o consagrados (Vido, Valzania), o bien consiguen contratos en los clubes más poderosos económicamente de la Serie B (Litteri, Alfonso) o incluso alguna oportunidad dorada en la élite (Kouamé, Varnier), mientras que Venturato tiene que volver a empezar de cero.
O casi. Porque su diáfana idea futbolística, de cauces bastante preestablecidos, plagada de automatismos ofensivos y el hecho de que la fortaleza de su atractivo pero organizado estilo recaiga siempre en el colectivo de manera muy clara es, sin duda, su mejor baza competitiva, la que marca las diferencias en una categoría con un nivel medio de jugadores bastante uniforme y permite a los futbolistas sentirse muy pronto como en casa y ser conscientes, al mismo tiempo, de haber encontrado un lugar perfecto para sentirse felices siendo protagonistas del juego, en el que desplegarse a alta intensidad durante todo el partido no requiera tanto esfuerzo mental como cuando tu equipo no quiere ejercer el control y correr está destinado casi en exclusiva a hacer persecuciones sobre la marca hacia atrás o a buscar el balón sin encontrarlo. “Para construir el equipo adquirimos jugadores de talento que no habían tenido la fortuna de jugar con continuidad. Ahora hacen la diferencia”, comentaba el propio Venturato a La Repubblica. “Las ideas, los clubes sólidos, la inteligencia de las personas y un ambiente como el nuestro, donde nadie pide la Luna, sino solamente una bonita tarde de fútbol, es lo que te hace ganar, da igual que seas pequeño o grande”.
Y esta temporada ya lo están empezando a demostrar nombres destinados a ser importantes como los de los jóvenes atacantes Finotto y Panico, o el de los más veteranos Scappini, Adorni -ya presente durante el curso pasado y de notable final de temporada en el centro de la defensa- o Branca, a los que hacer encajar y hacer crecer es una absoluta necesidad, porque ahí reside y de ello depende el modelo del club al cien por cien. Y para ponerlo en marcha, no hay nadie mejor que alguien con la experiencia de gestionar las finanzas y las inversiones de sus clientes y que ha sabido trasladar esa misma sapiencia para administrar los recursos a los banquillos. Y es que Roberto Venturato es un maestro de fútbol desde los cimientos, todo un experto en mejorar a sus jugadores, en otorgarles un contexto ideal para evolucionar y para brillar. Aunque, claro está, también hacen falta un puñado de certezas para dar cierta estabilidad continuista al proyecto, también en sentido puramente nominal.
En el caso del Cittadella, además del central Filippo Scaglia, canterano del Torino, y del centrocampista ofensivo Andrea Schenetti, esa función totalmente asumida y arraigada de líder, faro, bandera, escudo y extensión del entrenador sobre el campo la ejerce como nadie el veterano regista Manuel Iori. A sus 36 años, el ex del Chievo, Livorno o Torino lleva en el modesto club del Véneto desde el año 2015, al igual que Venturato, y es el gran capitán, el ancla del centro del campo, el vértice bajo del rombo innegociable de su entrenador, el jugador sobre el que gira, pivota y se asienta el sistema y el más importante para su idea, al mismo nivel de relevancia, salvando las obvias distancias individuales, de Jorginho en el sarrismo napolitano y en el actual, o como lo fue antes Mirko Valdifiori para el actual técnico del Chelsea. Un eje fundamental, además de, en su caso, un preciado y preciso lanzador de todos los balones parados.
Las similitudes entre el particular caso de Venturato y el del propio Maurizio Sarri son, por tanto, más que evidentes. “Es un entrenador al que aprecio. Piensa en un fútbol que en los conceptos es similar al mío. Ojalá pueda convertirme en el nuevo Sarri, la comparación es ilustre”, afirmaba en 2016. Desde el paulatino desarrollo y el buen trabajo desde el Calcio más humilde, pasando por la trabada estabilidad tardía en los banquillos, hasta incluso compartir el mismo campo laboral ajeno al fútbol en el mundo de la banca. Por la mañana, oficina. Por la tarde, césped. Y sin tener que quitarse las gafas por el camino. Uno en la Toscana, el otro en el Véneto. Salvo eso, todo son coincidencias. En el caso de Venturato su oficio fuera del verde era el de promotor financiero, una labor que compaginó con la de dirigir durante casi toda su vida como técnico, hasta hace poco más de tres años, cuando consiguió llevar al joven club granata -fue fundado en 1973 y hasta el año 2000 no había pisado el profesionalismo- a una Serie B en la que había perdido su plaza por primera y única vez en los últimos diez años. Un parecido razonable que se extiende también al terreno de juego. De hecho, Venturato tiene como base táctica el mismo 4-3-1-2 que tan célebre hizo Sarri en el Empoli, el gusto por un fútbol asociativo desde sus primeros pases, el énfasis agresivo a partir de la medular y una visión humanista del deporte rey. “Son las personas las que hacen la diferencia en el fútbol y en la vida”. Él es una de esas personas.
Viendo al Cittadella de Venturato, uno puede rememorar fácilmente a aquel Empoli de los Hysaj, Tonelli, Rugani, Vecino, Zielinski, Saponara, Maccarone o Pucciarelli, aunque con la obvia diferencia de nivel debido al distinto potencial y al opuesto estatus económico e histórico de ambos clubes dentro de la segunda categoría. El cuadro granata también quiere siempre plantar a sus centrales cerca de la divisoria, otorgarles mucha responsabilidad en la salida rasa junto al pivote en un triángulo de playmakers del que parte la maniobra ofensiva en su totalidad, para poder desplegar y dar peso creativo a los laterales en busca de las engrasadas triangulaciones de estos con los interiores y las caídas del delantero de su mismo sector. Una forma de jugar que quiere ser reposada en un inicio e incisiva en su final, en la que los interiores tienen mucho vuelo, que busca potenciar los desdobles y los dos contra uno por los costados de forma permanente para encontrar en posiciones francas de remate al segundo delantero centro o al mediapunta, encargado de rellenar el área y finalizar jugadas, más allá de ser quien debe suministrar el último pase cuando la acción tome derroteros interiores.
Una disposición táctica que permite, asimismo, llevar a cabo una presión bastante elevada, dificultar la salida del rival con sus tres elementos más ofensivos, ejercer un achique tras pérdida efusivo y efectivo y, en fases de repliegue más continuado, no se verse casi nunca desbordado, permitiendo a los jugadores que conforman el bloque defensivo controlar bien el último tercio del rival y ejecutar una sólida negación del área a través, especialmente, de una pareja de zagueros que debe dominar los balones aéreos. Una actitud defensiva igualmente proactiva que el ataque, que niegue los carriles interiores en campo propio con el 4+3 de los defensores y los centrocampistas y que aproveche y exprima en transiciones ofensivas a los tres hombres que se quedan más descolgados para acometer rápidas combinaciones de cuatro o cinco pases que le permitan al equipo alcanzar el área con ventaja y espacios, en un plan que se alterna asiduamente con fases de dominio posicional de un pico a otro del área que poseen también una gran capacidad para ser muy dominantes.
Todo el rico catálogo del que goza su sello ofensivo se combina con envíos de media distancia desde los interiores y desde la distinguida bota derecha de Manuel Iori hacia las caídas a los lados y las descargas de los puntas -una serie de movimientos que ya veíamos mucho con los Maccarone y Pucciarelli de Sarri en el Castellani- para compensar la fase ofensiva, ocupar bien los espacios más profundos y generar el hueco para el posterior reparto de la zona de remate entre el fluctuante trequartista y el otro nueve, a lo que hay que sumar la llegada desde la importantísima y profunda segunda línea. Y es que cuando se hace completamente con las riendas del encuentro, el Cittadella es capaz de jugar de forma sobresaliente, con mucha frescura, continuidad y fluidez, tanto en corto como con envíos más alejados, y a base de una intensidad ofensiva muy numerosa en cuanto a los efectivos que se suman al ataque y tremendamente destacable en cuanto a su osadía y su calidad. Como si fuera el club más grande de la categoría. Creyéndose serlo, al menos por juego.
Cuando acabe la fase regular de la Serie 2018/2019 o su posterior playoff por el ascenso a Serie A, habría pocas noticias más positivas para la segunda categoría del Calcio y para todo el fútbol italiano modesto en líneas generales que, a la tercera, el proyecto de Roberto Venturato en el Cittadella logre lo que ya ha perseguido desde su modestia y austeridad como entidad, pero desde su atrevimiento y ambición sobre el rectángulo de juego: hacer del Stadio Piercesare Tombolato, con sus 7000 asientos, la cancha más pequeña de la élite, a más del doble de distancia de la siguiente en cuanto a su aforo, y también la que habrá vivido un camino más grande y emotivo de todas. Hacer del Cittadella un equipo de Serie A por primera vez en su historia. “Mi carrera es una como tantas otras. Una vida pasada en el coche entre estadios, campos, ríos y aguaceros. Con mucha motivación, con satisfacciones quizá tardías… Tengo más de cincuenta años, pero he llegado hasta aquí y eso es lo que cuenta, ¿no?”. Un camino que sea casi tan grande y emotivo como el protagonizado por su propio entrenador. Lo que verdaderamente cuenta, Roberto Venturato ya lo ha conseguido. Y con creces. A sus 55 años, la misma edad a la que Sarri logró su ascenso a la Serie A, ya “solo” le falta la merecida guinda.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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