Tenía razón Ancelotti, a fin de cuentas. Prometió una sorpresa en el Clásico y la hubo. Dijo que ya lo tenía pensado, lo que añade alevosía al hecho. Incluso dejó a su rival sonreír primero, le permitió correr antes de disparar. El resto fue obra de sus chicos, fieles ejecutores de la ceja fría y calculadora.
En realidad, hay que admitir que solo Ancelotti lo tenía bien pensado. Cuando Neymar marcó el primer gol (bueno, bonito y fugaz), la crónica estaba medio terminada. Lo podíamos anticipar: gol, Madrid hundido, y más goles; gol de Messi, récord, posesión y desesperación blanca. No sucedió porque también aquí caben giros de guión, a veces el bueno mata al malo, a veces la chica guapa se casa con el simpático.
Lo que hubo después fue desmeleno del Madrid, empuje prosaico pero con el cincel y el martillo que portan jugadores como Kroos o como Isco. El malagueño, dicho sea de paso, se ha ganado el corazón del Madrid y suponemos que el de Ancelotti. Salió ovacionado y con mucho crédito. Con esto, Benzema estuvo a punto de empatar, pero el balón se negó a entrar, dos veces al palo; reclamó penalti después el Madrid por mano de Piqué, que no la hubo, hasta que el defensa azulgrana se tiró al suelo, atajó el balón con la mano y Gil Manzano, joven cordero con mano derecha, pitó penalti. Cristiano empató. Bravo se desvirgó.
A Messi se le resistió el récord o se lo chafó Casillas, elijan ustedes. Lo que no acostumbra a fallar Messi, lo paró quien no acostumbra (desde hace unos meses, quizás hasta hoy) a realizar milagros. Al argentino se le vio participativo, llevando de la mano a Luis Suarez, ideando con Neymar. De estos tres, dos acabaron el partido con una amarilla cada uno, otra sorpresa de nuevo.
Segundas partes nunca fueron buenas, depende a quién se lo cuentes. El Madrid aceptó el reto del balón y lo ganó sobradamente, el Barça se diluyó, tiró la toalla. Pepe marcó de córner y lo celebró con rabia, con ambas manos extendidas, señalando el “10”. Intuimos que ya sabía la nota del Madrid. Luego vino el gol de Benzema, en una de las enésimas contras de las que disfrutó el Madrid, en una de las pocas en las que la ejecución fue perfecta: Marcelo, Cristiano, Benzema, James y Benzema. Métela tú, que a mí me da la risa, para que lo entiendan. Por cierto, el córner previo a favor del Barça lo sacó Rakitic, que llevaba segundos sobre el campo, después de que Iniesta se retirara lesionado. Más contratiempos.
Pudo haber más goles, porque hubo más contras. El Barça se deshilachó, atacó de forma anárquica y con la única fe de un milagro individual y el Madrid se gustó, movió el balón, le restregó al Barça lo que durante mucho tiempo sufrió en sus carnes. Al Barça le quedaron pequeños fogonazos de orgullo torero, un disparo de Mathieu que sacó magistralmente Casillas, un centro peligroso por allá y poco (o nada) más.
El Madrid no hizo leña del árbol caído, no por falta de ganas sino por falta de pulmones y de precisión. Algo que agradeció el Barça, que se fue del Bernabéu con más benevolencia de la recomendada. Se estrecha el cerco en la Liga, el Madrid está a un punto del Barça pero a muchas sensaciones de distancia del equipo de Luis Enrique. Hoy, el Madrid parece que sabe a lo que juega y el Barça valora seguir con la tradición o cambiar hacia nuevos horizontes.
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