Cuando Vinicius Junior asomó la cabeza por primera vez en el Bernabéu, hace ahora 3 años, él tenía 18. Venía de asombrar, a esa edad, en uno de los equipos más importantes en la historia del fútbol sudamericano como es Flamengo y de curtirse en una de las competiciones más duras del planeta como es la Copa Libertadores.
Llegó a un Real Madrid en una situación muy delicada. La sensación de orfandad por la marcha de Cristiano Ronaldo, apenas tres meses antes, sumió al club en una situación de inestabilidad deportiva que se llevó por delante a su técnico, Julen Lopetegui, antes de acabar el mes de octubre. Vinicius alternaba el primer y el segundo equipo hasta que Santiago Solari, el técnico que sustituyó a Lopetegui, decidió apostar por él pese a su juventud e inexperiencia. Solari tomó decisiones duras respecto a algún veterano en la plantilla y decidió apostar por jugadores distintos.
El Real Madrid es uno de los clubes más difíciles del mundo para un chico joven. La historia está llena de casos en los que jugadores de un enorme talento no pudieron con el peso de la camiseta y el juicio de un estadio que exige rendimiento inmediato. A todo eso hay que sumar un Periodismo actual en el que la producción de información diaria exige juicios prematuros permanentes sobre jugadores y equipos cada tres días, los que discurren entre un partido y otro.
A Vinicius se le colgó rápido la etiqueta de futbolista revulsivo, agitador y sin gol. Nadie valoró una cualidad que siempre tuvo desde la primera vez que se puso la camiseta del Madrid, probablemente porque ponerse la del Flamengo en Río de Janeiro tampoco es fácil. No le ha pesado nunca. Podía fallar o acertar, irse o no con el regate y definir bien o enviarla al tercer anfiteatro, pero a la jugada siguiente la pedía otra vez. Y así jugada tras jugada y partido tras partido. Sus pocos defensores comentaban su interesante cambio de ritmo, y sus múltiples detractores incidían en su poco acierto en la definición. Como si un extremo tuviera que vivir del gol a los 18 años.
Benzema en mayor medida y Vinicius, parecían los responsables de la ausencia de gol en un equipo del que se había marchado un futbolista de 50 goles por curso durante casi una década en el club.
Pero Vinicius siguió, partido a partido que diría al Cholo, con días más lúcidos y otros menos, fruto de su edad y proceso de maduración, con la dificultad añadida de la gigantesca presión a la que somete un club de la dimensión del Real Madrid a sus futbolistas.
Zidane no terminó de darle la alternativa como indiscutible, porque probablemente y como es lógico, aún no merecía ese privilegio. El Madrid jugaba a dos velocidades y la suya no terminaba de mezclar bien con la de sus compañeros. Pero el siguió e insistió y llegó Ancelotti. El técnico italiano detectó rápido en qué podía mejorar Vinicius. Necesitaba jugar a menos toques y pararse delante del portero. Lo trabajó y está dando sus frutos.
Pero tiene 21 años y sigue siendo muy pronto para categorizar sobre qué tipo de futbolista será. Tiene la cualidad principal e indispensable, además de talento, que pocos tienen a su edad para triunfar en el Madrid: la personalidad para desplegar su fútbol. Sin eso, sería imposible. Con eso, tiene un futuro por delante para intentarlo y va en el buen camino.
La exageración no es un buen aliado y lo que le dará el privilegio de la titularidad será su regularidad. Los goles y asistencias se cuantifican, pero lo que realmente le hace especial y diferente no es su mejoría de cara a gol, que existe, ni la capacidad para frenar y elegir en el último instante si pasar o tirar, si no su empeño en ser protagonista.
Con esa cualidad se ha ido ganando a su técnico, genera respeto entre sus compañeros y admiración en un público y en un Periodismo que le seguirá juzgando cada tres días durante los próximos 10 años. Él asume el reto y si lo mantiene, su éxito estará mucho más cerca.
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