Corre los 42.195 metros casi sin inmutarse. No mueve un músculo. No gesticula. No da sensación de fatiga. No abre la boca en señal de sequedad. Casi ni pestañea. A veces, solo sonríe, aunque eso no suele ser buena señal. “Lo hago cuando estoy sufriendo”, afirma. ¿Cómo no va a sufrir si corre durante 2 horas a un ritmo de 21km/hora? Es que si fuera de paseo habría que cerrar el mundo directamente. El domingo, Eliud Kipchoge puso una página más a su listado de hazañas. La penúltima. Otro récord del mundo (2:01:09). Ya posee cuatro de las cinco mejores marcas de siempre. Entró en la Puerta de Brandemburgo sonriendo, quizás más de la cuenta, pagando un poco ese sobreesfuerzo del primer tramo de la carrera.
“Todavía no ha nacido el atleta que sea capaz de bajar de las dos horas”, aseguraban los expertos hace poco más de un lustro. Kipchoge ya lo ha hecho, aunque su marca no sea oficial y aún le quede hacerlo en un maratón comercial. El keniata ha cambiado de arriba abajo la disciplina. Hasta su llegada, el maratón era esa distancia en la que nunca había favoritos. O sí, los había, pero nunca era seguridad de nada. Los mejores solían pinchar. Ganaban uno y desaparecían en otros dos. Se hundían a partir del último tercio de carrera o simplemente eran incapaces de sellar la marca que una vez dejaron. Kipchoge ha cambiado la historia. Esto ya no existe. Si él está en carrera, sabes que va a ganar salvo que se alineen los planetas. El keniata ha comparecido en 17 maratones en toda su carrera (más aquellos dos privados de Nike e INEOS) y ha ganado 15 de ellos. Solo ‘perdió’ en Berlín 2013, entrando segundo tras Wilson Kipsang, que entonces registró la mejor marca de siempre, y en Londres 2020, cuando acabó octavo en una prueba extraña que se celebró en el marco de la pandemia mundial. Entre medias se ha llevado dos veces el Oro en unos Juegos Olímpicos (irá a por el tercero en París, donde llegará con 39 años) y ha conquistado ya 9 Majors. Solo le faltan Nueva York y Boston, los dos que de momento ha esquivado correr por ser aquellos más lentos y él aún no mira rivales, sino el crono.
Porque Kipchoge no corre contra los demás, sino contra la historia. Su mejor rival es su sombra, su reloj, donde mide cada paso, cada zancada, cada kilómetro. El keniata llegó a Berlín con una idea en su cabeza: el récord del mundo. Poner más distancia entre su mejor marca y la de un Bekele que hace tres años se quedó a dos segundos de ser el maratoniano más rápido de todos los tiempos y cuyo talento siempre es una amenaza. En cambio, una vez se puso el dorsal y la carrera tomó su curso, la idea fue bien distinta: bajar de las dos horas. Eso que ya consiguiera hace tres años en un evento privado de INEOS (1:59:40) y cuyo registro no fue homologado por diversas circunstancias de la prueba.
La apuesta fue tan valiente que pasó el medio maratón en 59:51 (había solicitado previamente hacerlo en 60:50) y se encontró tan bien que llevó la apuesta casi hasta el kilómetro 30. Poco antes, en el 27, se quedó absolutamente solo, sin la última liebre que le quedaba, y tomando el peso de una carrera en la que entonces también era compañero, que nunca rival o competencia, Belihu. El etíope no pudo seguir el ritmo cuando su compañero de fatigas se quedó sin la última de las tres liebres y ahí comenzó una carrera diferente, contra la historia.
Acostumbrado a ello, Kipchoge, el hombre que nunca se pierde un entrenamiento, comenzó una escalada meteórica donde cada segundo en cada kilómetro contaba más que nunca. Él no había prometido intentar bajar de las dos horas, aunque sí el asalto al récord del mundo, pero las esperanzas eran tan altas porque pudiera llevar a cabo ambas que quizás pinchó un poco la ilusión del respetable cuando comenzó a perder cadencia. Nada más lejos de la realidad, su carrera fue inmaculada. El mejor maratoniano de la historia entró en meta en 2:01:09, 30 segundos mejor del anterior registro, que también estaba en su poder. No pudo bajar tampoco del 2:01’, algo que sí que parecía muy probable hasta los últimos compases de la prueba. Su triunfo también fue el de Claus, su aguador de confianza cada vez que corre en Berlín desde hace unos años. Claus, maratoniano y triatleta, celebra cada entrega de gel y botella como un gol sin bajarse de la bici. Y es que, tras la entrega, tiene que volver a pedalear para apostarse en el siguiente punto de avituallamiento (hay uno cada 5km). “Una vez le hago entrega, tengo que ponerme a pedalear a unos 40km/h” afirma. “Acabo el maratón exhausto”.
Esa exigencia que llevó Kipchoge en el primer tramo, seguramente, condicionó un poco la segunda parte de la carrera y limitó sus últimas zancadas. Si hubiera salido más conservador podría haber arañado algún segundo más al crono, pero nunca nos habría hecho ilusionarnos con eso que durante más de una hora, todos tuvimos en mente. Kipchoge no rompió la barrera de las dos horas en un maratón comercial. Quizás nunca lo haga. Es lo más probable, de hecho, si tenemos en cuenta que hace unos pocos años parecía imposible. En poco más de un mes cumple los 38 años y hay muy pocos momentos donde puede hacerlo. Quizás el próximo año, en Berlín, tenga su última pelota de partido, porque luego se centrará en preparar los Juegos de París, donde buscará ser el primer atleta en ganar tres oros (y además serían consecutivos) en la prueba. Él no se niega a nada. “El ser humano no tiene límites, y yo no sé dónde está el mío”.
Imagen de cabecera: Getty Images
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