Dice mi padre que el fútbol hay que tomárselo con filosofía. Yo, siempre tan obediente, quise hacerle caso, así que me propuse contemplar el derbi del sábado pasado bajo el paraguas del pensamiento. Pero quién me iba a decir a mí, querido lector, que durante un partido se podría perder la razón. No siga leyendo si no la quiere perder también usted.
Los días anteriores al Atlético de Madrid-Real Madrid resultaron, por decirlo llanamente, raros. Volvía el dios Cristiano y eso me alegraba. He aquí mi primera contradicción filosófica: soy deísta, pero mi dios es un portugués al que su novia lo ha dejado, probablemente, por estar obsesionado con su trabajo. Poco me importan sus líos de faldas, es un hecho que su presencia acongoja, y eso ya es mucho tratándose de un clásico futbolero. Pero la presencia del siete no parecía bastar. Por las calles de Madrid se escuchaban todo tipo de excusas.
-Bueno, son muchos puntos de diferencia. Si perdemos, no pasa nada.
Si yo soy yo y mis circunstancias, en este caso las circunstancias poco ayudaban a ganar. La ya referida indiferencia, la racha nefasta, las siete plagas sobre nuestros isquiotibiales, el día desapacible, el campo helado… En fin, que algo, por no decir todo, fallaba ya de antemano.
Al comenzar el partido, de nuevo el pensamiento humano se apoderó de mí y reconocí, con presteza, la escuela a la que pertenecía el equipo madridista: la peripatética. Creo recordar que los peripatéticos eran una panda de filósofos dedicados a pasear mientras reflexionaban. Nosotros nos paseábamos pero sin reflexionar, que en esos somos más chulos.
Entre reflexión y reflexión, 2-0 y Casillas de portero (creo). Ante semejante desgracia, otra mente privilegiada dejó su huella en el partido en forma de frase: «lo que no te mata, te hace más fuerte». El Madrid seguía vivo pero me temo que aquí la frase de Nietzsche no aplicaba, pues si algo de fuerza nos seguía quedando, a fe mía que la iríamos perdiendo poco a poco.
Llegó el descanso con más pena que gloria. Qué me digo, con mucha pena y cero gloria. Era tanta la tristeza, que pronto me reconocí fiel discípulo de Epicuro (es decir, seguidor del placer), pues no pude evitar beberme dos cervezas de un trago quién sabe si para reír o llorar.
La segunda parte estaba resultando todavía peor que la primera. Los del Atleti parecían griegos, pero más bien de la zona de Esparta que de Atenas. A esas alturas, poca razón quedaba ya en mi cabeza. Es aquí donde recordé a Einstein, que no sé si era filósofo pero inteligente era un rato, y su frase: «si buscas otro resultado, no hagas siempre lo mismo».
Y es que Carletto, por entonces, ya había tirado la toalla, el taburete y, si me apuras, hasta el paquete de chicles al suelo. Sólo se quedó para sí su (necesaria) sangre fría y el paquete pero de tabaco. Todavía quedaba tiempo para dos goles más, pero como filosofía no pero masoquismo tampoco, apagué el televisor sin que un ápice de cordura dirigiese mis actos.
Con el paso de los días descubrí que se había lesionado alguno más, que se habían celebrado fiestas, que el estadio se queda como está, que Odegaard (que no Kierkegaard) de momento chupa banquillo para dar paso al hijo de Zidane y que los periódicos lo cuentan todo con pelos y, sobre todo, señales. En ese momento se me ocurrió el título de este post: el Madrid es un lobo para el Madrid.
En esas llegó mi padre a casa.
-He estado leyendo a Voltaire. Ese menda es un genio- me dijo.
Yo lo miré sorprendido. Sabe por donde seducirme pero también por donde atacarme. Soy un fanático del Siglo de las Luces, vale. Pero ilustrados hoy, no. Por ahí no paso.
-Tiene un párrafo genial- continuó con gesto canallesco-. Ése que comienza diciendo: el verdadero valor consiste en saber sufrir.
-Vete al carajo- le contesté.
Yo sé que no ha leído jamás a Voltaire. Y sé que él también está destrozado. Y que, por mucho que le pese, siempre fue más de Hume que de la escuela francesa. Con rabia, apuré mi cerveza de un trago.