El Madrigal estaba preparado como lo están los estadios ante las grandes citas. Tocaba remontar y el ambiente era propicio. En la sombra, y ya cada vez más como un recuerdo muy lejano para el aficionado azulgrana, aparecía dibujada aquella final perdida en Getafe tras una aciaga noche.
Aún estaban estirando los músculos algunos jugadores cuando Messi decidió que la eliminatoria no podía estar en el aire. Recibió un balón de Rafinha en banda y cuando todo apuntaba a que le iba a devolver el esférico al hijo de Mazinho, se sacó una de esas asistencias que sólo alguien con áurea se puede permitir. Le llegó el balón a Neymar en ventaja, que hizo a Asenjo el único globo en el césped que no era amarillo. No habían pasado ni 3 minutos y el Barça estaba por delante en el marcador, lo cual lo cambiaba todo.
Y es que en este Barça de las transiciones, la contemporización y el dormir los partidos a través del balón no es algo a lo que estén acostumbrados. Hoy, sin embargo, el guión decía que era lo que tocaba, e intentaron que el tiempo pasase y que el marcador permaneciese inmóvil. Sin embargo, enfrente tenían al Villarreal, un equipo que venía de puntuar en el Bernabeu y una de las sensaciones, sin duda, de esta temporada. No fue el día de Cheryshev, muy precipitado con el balón, pero en un breve período de tiempo el ruso de corazón blanco ya llevaba tres remates. Las pérdidas en el centro del campo azulgrana estaban convirtiéndose en el mayor benefactor de un Villarreal que empezaba a estirarse ante las urgencias que se le presentaban. Los amarillos estaban moviendo con más criterio el balón y sobre todo con más determinación.
De tanto contemporizar y jugar pensando en el marcador global de la eliminatoria, el Barça acabó desconectando, casi tocando como si el piloto automático hubiese sido conectado. Por suerte para ellos, el gol de Jonathan Dos Santos y la lesión de Busquets les recordaron de camino a los vestuarios que el partido no estaba acabado ni la clasificación asegurada.
Aunque el equipo azulgrana salió tras el descanso con la misma actitud especulativa, un par de sustos (para todos menos para Ter Stegen, que permanecía impertérrito después de cada parada) más del submarino amarillo hicieron que los de Luis Enrique volvieran a centrarse. Messi quería resolver la eliminatoria con la sutileza del que aparece poco pero hace mucho, y casi lo consigue tras una jugada individual que remató cruzado desde el borde del área pero que sacó Sergio Asenjo. No obstante, tanto Trigueros como Cheryshev no desfallecían y siguieron incordiando el área azulgrana los siguientes minutos, mientras el equipo de Luis Enrique seguía teniendo claros problemas para mover el balón con fluidez.
Y cuando se trata de calmar partidos, de que el balón fluya y de poner un poco de orden, el ideal para ingresar en el campo es Xavi Hernández. Aunque en esta ocasión, lo que tranquilizó el partido fue la expulsión de Pina tras una salvaje entrada a Neymar por detrás. A partir de ahí, tanto saliendo a la contra como dominando con el balón, los azulgranas hicieron valer la superioridad numérica y llegaron sus mejores minutos del partido. Mascherano metió un balón a la espalda de la defensa amarilla del que Luis Suárez supo sacar la ventaja suficiente como para driblar a Asenjo y anotar el segundo gol blaugrana.
Ya con la eliminatoria sentenciada, Rakitic entró para salvar a Mascherano de perderse la final y tocando, tocando, Xavi habilitó un centro perfecto para la cabeza de Neymar, que remató al palo largo del portero para poner el broche final al encuentro.
Luis Enrique ya tiene su primera final y este Barça sigue sacando partidos difíciles pese a no mostrar una buena imagen. El Villarreal sufrió los tres latigazos de los azulgranas pero no se dejó someter con el balón y miró al Barça de tú a tú. Un Barça de cara o cruz, al que le sale muchas veces cara, porque jugar con Messi, Neymar y Suárez es hacerlo con la moneda trucada.